lunes, 18 de enero de 2010

CALLEJON SIN SALIDA


Dedicado al Señor Azalais

Desde mi mazmorra a la suya



El auto que se estacionó en la puerta de aquel bar de mala muerte no pertenecía al lugar, sino a una zona más acomodada. El barrio era bastante malo, y el tugurio donde estaban entrando, era exactamente lo que se esperaba para una zona como aquella. Sobre la puerta de entrada había un cartel de neón titilante donde se podía leer con buena voluntad, el nombre del lugar: “Séptimo Cielo”. Sutil ironía…


Un hombre alto y gallardo enfundado en unos finos pantalones negros y camisa al tono, tomó a la chica del brazo y se dispuso a entrar al lugar. La suela del calzado, con capellada de piel de cocodrilo, sonaba al chocar contra los escalones que bajaban hasta la puerta de entrada, mugrienta por el tiempo y las manos que la habían tocado por años.


Cuando la puerta se flanqueó, el vapor del lugar trajo una ráfaga de olor pestilente, mezcla de sudores, tabaco, alcohol y otras cosas menos agradables. Los pocos parroquianos voltearon a ver a aquella pareja que no combinaba con ese ambiente. Todas las miradas se clavaron en la bella y joven mujer. No era para menos.


El negro brillante de la noche se había prendido del cabello de la muchacha, que lo llevaba lacio cayendo sobre su espalda como una cascada. Cuando movía la cabeza, el resplandor de las luces se reflejaba en el pelo haciendo que luciera como la modelo de un comercial de shampoo. En contraste, la piel blanca hacía resaltar la miel de sus ojos. Una boca de labios gruesos y carnosos cobijaba más dientes que los que tenían en total varios de la concurrencia.


La mujer llevaba un vestido ligero, amplio, vaporoso, sujetado por dos finos breteles, sobrio y elegante. Demasiado elegante. Las sandalias de fino tacón sujetaban los pies cuidados y diminutos. No llevaba ningún adorno, no lo necesitaba. Apenas unos aros medianos, que a veces sobresalían y se asomaban entre el cabello, y un collar de perro en cuero negro, con una argolla en el medio y las letras “SK” en metal, sobre uno de los costados. Milena era de estructura pequeña, casi diminuta, pero tenía las curvas necesarias para que cualquier hombre deseara quedarse sin frenos al recorrerla.


Cuando se encaminaron a una de las mesas vacías, los senos de la joven comenzaron a bambolearse intentando salirse del escote; la transparencia del vestido dejaba poco a la imaginación; la mujer se veía hermosa, deseable, sexy, sugestiva.

El hombre apartó una silla para que la dama se ubicara. Al acercarse a la mesa, milena se preguntó desde cuando aquella madera no veía agua y jabón. La mugre era antigua, casi tanto como la pintura del local, y ya formaba parte del mueble. Se sentó, su instinto le decía que todos la miraban. Levantó la vista para escudriñar el lugar.


Los primeros ojos que cruzó fueron los del barman, que trataba de sacarle brillo a un vaso mal lavado pasando un trapo que durante varias noches seguidas había ignorado la higiene. La miraba de una forma lasciva -sin tomar en cuenta la presencia de su acompañante- como el resto de los hombres del lugar.


Sentada en la barra y con las piernas cruzadas, una hermosa mujer no la perdía de vista mientras la observaba de una forma indescifrable, así como también el hombre que sentado a su lado, bebía despaciosamente el licor, saboreándolo con placer.


Apoyado en otra mesa algo alejada, un espécimen masculino con aspecto de borracho y ropas raídas, le regaló una sonrisa de dientes sucios y escasos, mientras levantaba su vaso a medio tomar. El estómago de milena dio un vuelco y tuvo que cambiar el panorama para pensar en otra cosa.


A un costado del salón había una mesa de billar, donde un joven buen mozo pasaba tiza al taco en forma muy minuciosa. En la tarea, dejaba que sus músculos de gimnasio salieran indecorosamente del puño de la camisa, arremangada hasta la altura de los bíceps. Era sin lugar a dudas el más guapo de todos los personajes de ese bar de mala muerte. Su compañero, un hombre que apenas sobrepasaría los cuarenta años, la seguía hipnotizado mientras apoyaba sus manos en el taco y sonreía de forma enigmática. En fin, él sabría por qué.


Era una noche tranquila en “Séptimo Cielo”. El Señor K ordenó a la chica que fuera a la barra por bebidas. Su intención seguramente era que todos la siguieran observando. Hizo el pedido, esquivando los ojos del barman que la desnudaba con la mirada. Una vez que tuvo los tragos, volvió sobre sus pasos meneándose dentro del cortísimo y etéreo vestido, sintiendo las miradas sobre las curvas de sus redondeces. Se sentó a la mesa y posó los vasos transpirados sobre una ridículamente inmaculada servilleta de papel.


-Te estás comportando muy bien. Continúa así y esta será tu noche.


No pasó mucho tiempo para que la pareja dejara de ser novedad y comenzara a formar parte del lugar. Cada uno volvió a lo suyo, pero no era lo que deseaba el Señor K. Acercando sus labios al oído de milena, le dio la segunda orden de la noche.


-Vas a ir a la mesa de billar y pedirás permiso para jugar. Cuando te lo den, quiero que seas una perra caliente, tan caliente que ni siquiera haya aparecido algo similar en los sueños más pervertidos de esos hombres.

-¿Y si no me permitieran jugar?

-Por tu bien, más vale que te lo permitan. Vete. Te estaré observando.


Juntó sus piernas y se puso de pie. Al darse vuelta el vestido flotó en el aire dejando ver el nacimiento de sus nalgas. El Señor K la siguió con la mirada observando cómo sonreía y seducía a los dos hombres del billar. La vio tomar el taco y una tiza. Se veía encantadora con sus ojos bajos y la lengua entre los labios mientras daba tiza de una forma sumamente seductora, llevando el taco cerca de su boca y frunciendo los labios de vez en cuando para soplar el exceso de tiza. Sabía que era el centro de atención y… Una de las cosas más seductoras debe de ser una mujer hermosa que sabe que lo es y disfruta siéndolo.


Cuando fue su turno, con el taco parado en forma vertical paralelo a su cuerpo comenzó a dar vuelta la mesa, sosteniéndolo con una mano y acariciándolo con el puño cerrado de la otra, insinuando… ¿Que masturbaba el taco, quizás? Bueno, también podía ser que lo estuviera limpiando. Al llegar a una de las troneras, posó su dedo índice en el borde de la mesa y caminó unos pasos más. Eran pasos felinos, estudiados, sigilosos; con la mirada siempre fija en la mesa estudiaba como experta la posición de las bolas y su futura jugada. Al imaginar su futura jugada, comenzó a agacharse mientras la parte posterior de su vestido subía y el escote bajaba, dejando ver dos perfectos globos de piel blanca y suave que se balanceaban al compás de su dueña. Se abrió de piernas para tener mejor apoyo y desde atrás pudo observarse el diminuto tanga que cubría mínimamente su intimidad.


Los tres dedos de su mano izquierda se hundieron sobre el verde del paño y le sirvieron de trípode para posar el taco en el pulgar y deslizarlo suavemente entre el dedo mayor y el índice. Como una cazadora apuntando a su presa, movió el palo de madera adelante y atrás antes de darle a su bola para que impactara de lleno en las otras dos. Había aprendido a jugar al billar francés o carambola hacía unos años, y por el golpe aún recordaba cómo hacerlo, aunque la verdad era que a nadie le interesaba su juego, pero sí sus posturas y posición. Debido a su baja estatura debía esforzarse más de lo normal para poder alcanzar la posición adecuada para dar el golpe certero, cosa que toda la concurrencia agradecía..


El Señor K se dio cuenta que no estaban jugando “oficialmente”, sino sólo practicando unos golpes sin mayor pretensión que la de entablar conversación. Su “joyita”, como él solía llamarla, se estaba moviendo maravillosamente entre los jugadores.


Dejó pasar algunos minutos más y le hizo una seña para que regresara con él. Obediente, la joven acomodó el taco y se retiró. Caminó unos pasos y se recogió el cabello con ambas manos, dejando a la vista unas axilas suaves y tentadoras. Soltó el cabello de golpe que cayó como una densa y lacia cortina negra sobre su espalda.


Se sentó con las piernas ligeramente abiertas como le había enseñado su Amo. Tomó la bebida entre sus manos como buscando el frescor del hielo y luego apretó el vaso contra su rostro mientras cerraba los ojos. Comenzó a beber. El refresco apagó la sed y ayudó a calmar el calor del ambiente. Mientras tomaba el último sorbo, su Señor se encaminó hacia una rockola electrónica. No pasó mucho tiempo antes que las notas de “Killing me softly” desgranaran sus notas en la pesada atmósfera del bar, condensada por el humo de los cigarrillos. Aquella penumbra, apenas iluminada por la escasa luz de las velas y la mortecina luminosidad de las lámparas, amarillas de tiempo y nicotina, le daban al sitio un halo de misterio muy especial. La única luz potente era la que se ubicaba encima de la mesa de billar, donde los hombres jugaban y miraban de reojo a la pareja.


No hizo falta decir una sola palabra. Con solo estirar la mano y mirarla, el Señor K logró de milena se pusiera en pie de inmediato, dejando entrever algo de su intimidad debido a lo corto de su vestido.


En medio de la improvisada pista, el hombre rodeó con su brazo la espalda de la mujer, envolviéndola en un sensual abrazo. Las largas extremidades hicieron que los dedos rozaran levemente el costado del seno de la joven, que bajando la cabeza, hundió su rostro en el pecho de su dueño.


El Señor K deslizó su mano hasta la cintura, y ante la mirada lujuriosa del barman, fue levantando levemente la falda, dejando ver el comienzo de las nalgas de su esclava. Una vuelta más, y los dedos bajaron acariciando las maravillosas redondeces mientras la falda continuaba subiendo más y más, dejando finalmente casi al descubierto el culo de la avergonzada mujer, que sentía todas las miradas en esa parte de su cuerpo. El diminuto tanga apenas cubría el comienzo de la separación de sus nalgas, y ella agradecía en silencio que al menos se le permitiera ponerse esa casi invisible prenda. No diría nada, si él había decidido que así fuera, así sería.


Roberta Flack seguía suplicando con voz sensual “…killing me softly…”, y milena también quería que la matara, pero rápidamente, porque quería que aquella larga canción de casi cinco minutos se terminara de una vez para acabar con la vergüenza que estaba pasando, pero al mismo tiempo deseara que continuara por siempre para seguir estando en los poderosos brazos de su Señor. La canción continuaba y su dueño la manejaba como a una marioneta, mientras ella se abandonaba a sus deseos y órdenes silenciosas. Con los últimos acordes regresaron a la mesa.


-Te estás portando bien. Espero que sigas obedeciendo para que todo salga como yo deseo. Ahora quiero que vayas con el hombre más feo y repugnante de este lugar y lo invites a bailar contigo. Y recuerda que esta noche cualquiera puede tocarte como desee. ¿Entendido?


-Sí mi Señor.

-Bien. Mira a tu alrededor y elige. Confío en tu buen gusto –dijo con una mueca de burla.


La melodía comenzó a sonar y las clásicas palabras vinieron a su mente: “Play it again, Sam”. Sí, la inconfundible voz de Frank Sinatra entonaba “As time goes by” mientras que Milena se dirigía a la mesa del viejo de dientes podridos y aspecto sucio. Sin duda era el más horrible y desagradable del lugar. El sólo pensar que ese viejo asqueroso podía tocarla, hacía que su estómago se diera vuelta.


-Buenas noches Señor. ¿Quisiera bailar conmigo?


El anciano no daba crédito a lo que oía. Pero antes que esa oportunidad se le perdiera, se levantó rápidamente de la silla y siguió a la dama al centro del lugar. Milena tenía prohibido poner caras o hacer cualquier tipo de desaire. Tuvo que esforzarse bastante cuando el hedor a alcohol y traspiración subieron hasta su nariz. Al colocar su mano sobre el hombro del viejo pudo sentir la grasa de la ropa, y cuando miró las uñas pensó que si escarbaba un poco podría encontrar hasta petróleo. Los segundos se le tornaron largos e interminables. Sentía la mano del hombre recorrer su cadera y su nalga, apretarla contra su pecho y ella no lo podía impedir si quería obedecer a su Dueño. Apenas sonó el último acorde se alejó lo más que pudo del vejete repugnante.


-Gracias por el baile. Con su permiso.-No le dio tiempo ni a contestar. Huyó de su lado rápidamente.


La mujer de la barra observaba todo con una enigmática sonrisa. Tendría unos 45 años y un cuerpo admirable. No estaba vestida como prostituta, pero tampoco era ropa que usara una mujer que concurriera con frecuencia a este tipo de bares. El vestido negro y escotado se adhería a su cuerpo dejando clara cada curva. Los zapatos de tacón con puntera descubierta, permitía ver las uñas rojas. Cruzada de piernas, tenía una actitud como esperando que todos los hombres se arrojaran a sus pies. Pero nadie se fijaba en ella, porque Milena era el centro de atención, incluso de la suya.


La joven volvió a la mesa y se sentó al lado del Señor K sin mirarlo a los ojos.


-Hasta ahora has cumplido bien mis órdenes. La hora ha llegado. Ya no hay tiempo para los arrepentimientos.


El apuesto caballero se puso en pie y como ignorándola, se dirigió al lugar donde jugaban billar. Allí convocó a ambos hombres a su lado y habló con ellos por unos momentos. Por supuesto que desde el lugar donde esperaba Milena, era imposible oír algo. Luego se dio media vuelta y se dirigió a la barra, donde entabló conversación con aquella extraña dama. Ella le señaló con la cabeza al sucio anciano y la joven, que observaba por el rabillo del ojo con la cabeza baja, comenzó a temblar. No se atrevió a mirar a su Dueño cuando regresó a su lado.


-Escúchame bien, porque no lo repetiré. Ahora saldrás al callejón y allí esperarás tu suerte. Hoy estás particularmente hermosa y no tuve inconveniente para convencer a esta gente, así que más te vale que colabores. ¿Está claro?

-Sí Señor.

-Vete… y recuerda que yo siempre te estaré mirando y cuidando.


Sus palabras la tranquilizaron. El momento había llegado; no podía ni quería dar marcha atrás. Siempre había tenido aquella fantasía de ser usada por un “gang” en la parte trasera de un bar como aquel. No conocía a esa gente, y no sabía cómo sería tratada, pero si su Amo estaba allí, estaba segura.


Cruzó el salón y a través de un pequeño pasaje llegó a la puerta trasera con un enorme cartel que gritaba: “SALIDA de Emergencia”. Empujó la puerta y se encontró con un callejón desierto. Unos botes de basura al costado de la puerta, mal cubiertos con unas desvencijadas tapas de metal y rodeados de los desperdicios que no cabían en los botes, eran la principal atracción. Los hedores se entremezclaban: fluidos humanos, desechos de todo tipo, podredumbre, fetidez. La lámpara encima de la puerta alumbraba apenas los alrededores. A lo lejos una rata enorme, gorda y gris, cruzó rápidamente de un extremo al otro de la calle. Quizás huyera del la presencia humana, refugiándose en el Van abandonado que se observaba desde allí. Con la poca luz, apenas si se distinguía algo.


Un camión paró al costado de la callejuela llamando su atención. Tres hombres se apearon y milena los identificó como la gente que recogía la basura. Los silbidos de admiración no se hicieron esperar. Comenzaron a rodearla y encerrarla cada vez más. El más grande y musculoso de ellos se sacó el guante estirando su mano como para acariciarle el rostro; cuando ella reculó, unas manos negras la tomaron de los hombros mientras una voz le susurraba una frase que no se atrevió descifrar.


El golpe de la puerta de metal contra la pared hizo que todos desviaran su atención hacia allí. Al ver la presencia de varias personas, los basureros tomaron los recipientes y salieron en dirección al camión a cumplir con su tarea. Más rápido que nunca regresaron los tachos a su lugar y se fueron sin volverse.


Mientras todo eso sucedía, varias personas salieron del bar. Al frente venía la mujer de la barra, que trepada en unos altísimos tacones parecía gigantesca al lado de la diminuta milena. Caminó alrededor de la chica, examinándola, escudriñándola, haciéndola sentir más pequeña aún. En tanto, los hombres del billar se colocaban al frente y otras dos personas detrás de la joven, que tenía la mirada clavada en el suelo y no se atrevía a levantar su rostro.

Un fuerte tirón de cabellos la hizo llevar la cabeza hacia atrás.


-Ahora vendrás conmigo. Lady Penélope te enseñará muchas cosas que seguro te gustaran –le decía mientras la conducía contra la pared, entre los jugadores de billar- Espero que estos caballeros me ayuden…


Sin que necesitaran ninguna seña extra, le levantaron los brazos mientras Lady Penélope la tocaba comenzando por el cuello. Bajó lentamente por el pecho y se detuvo en los túrgidos senos. No le costó mucho sacarlos del vestido y dejarlos expuestos. Los presentes quedaron hipnotizados ante el color de la aureola y el fantástico tamaño de los pezones. La mujer no pudo resistir la tentación de engullirlos, mientras que acariciaba y pellizcaba las nalgas hasta marcarlas debido a la fuerza que hacía para que sus cuerpos quedaran pegados; milena gemía de placer con los ojos semicerrados…


El joven guapo y musculoso estaba excitado, sólo deseaba verla desnuda. Sin titubear, desgarró los breteles de un tirón. El vestido de milena cayó al suelo como una nube vaporosa en tanto las manos se multiplicaban para tocarla y las bocas para besar su piel.


Cuando se dio cuenta, estaba con la cara contra la pared. Todos sus agujeros estaban siendo escudriñados y no había un centímetro de piel que ya no hubiese sido palpada por alguno de los improvisados inspectores.


-A pesar de lo húmeda que está la perrita –dijo Lady Penélope mientras introducía su dedo en la cuevita de la chica- creo que necesita más humedad. Don Ulises, es su turno.


Al oír ese nombre, milena giró su cabeza de inmediato. El viejo se acercaba a ella con una sonrisa delirante por el deseo. La sumisa miró a su Amo en busca de ayuda, pero aún sin ver sus ojos, supo que todo lo que obtendría sería una mirada fría. Eso la hizo permanecer es su lugar, sin moverse. Ella sabía que con sólo decir una palabra, todo se detendría. Pero no, seguiría adelante. Apoyó su frente contra la pared y cerrando los ojos esperó su suerte.


Nada sucedía. ¿Le estarían haciendo aquello para ponerla nerviosa? ¿Porqué nadie hacía nada? Quiso mover la cabeza, pero alguien la tomó del cabello para impedir que se moviera. Una voz masculina, grave y profunda, susurró en su oído: “No se te ocurra moverte, puta”. Como si la hubiesen convertido en estatua, no movió ni un músculo.


-Me temo que no puedo agacharme. Tendrán que ayudarme…


Era la voz del anciano. Lo sabía no porque lo viera, sino por el tono y timbre de la voz.


-Ya lo oíste Norberto –dijo Lady Penélope.


La apartó de la pared, y como si de un muñeco de trapo se tratara, la colocó boca abajo, con el vientre sobre su hombro. Con un tirón seco le quitó la tanga, la única prenda que le quedaba, su última protección, e inmediatamente abrió sus piernas y usando sus manos dejó expuesta toda su intimidad. En esa posición no podía ver nada aunque quisiera, pero sí podía sentir. Y sintió.


Algo carnoso y viscoso que comenzó a moverse en su ano la hizo sobresaltar. Podía apreciar cómo un líquido tibio corría hasta su vulva. Era una lengua, la lengua de ese ser desagradable, Don Ulises, que estaba violando su más sagrada intimidad. Quiso sentir repugnancia, asco, rechazo… pero no pudo. Ese hombre sí sabía como mover su lengua y aun contra su voluntad, estaba gozando de una forma inusitada. La lengua había logrado abrirse paso en el ano; entraba y salía sin contemplaciones; se movía en la zona de un lado a otro. Ora estaba dentro del ano, ora la sentía deslizándose alrededor del clítoris, ora era penetrada en su cueva logrando hacerla vibrar de placer. No podía creer que ese viejo sucio y desdentado hiciera una mamada tan espectacular. No quería que parara…”Por Dios, que siga, que continúe hasta que se acabe el mundo…”. Ese era su pensamiento más sincero. Los espasmos no se hicieron esperar y justo en ese instante, cuando todos sus jugos comenzaron a brotar, Don Ulises comenzó a succionar el agüjerito de su cueva, tomando todos sus jugos y haciendo que llegara a tener uno de los mejores orgasmos de su vida. Quedó totalmente desfallecida…


-No puedo creer que esta perrita sea tan puta. ¿Acaso tuviste un orgasmo? –preguntó Lady Penélope sin obtener respuesta- Te hice una pregunta. ¡Responde!

-Sí Señora

-¿Y con permiso de quién? ¿Quién te dijo que puedes gozar sin permiso? Estás avergonzando a tu Amo perra.


Mientras todo aquello sucedía, apareció un bolso de la mano del otro hombre que estaba en el billar. Al verlo, Lady Penélope gritó:


-Norberto, baja a esa chica y colócala contra la pared. Carlos, trae ese bolso hasta mí. –dirigiéndose a milena, le dice: Ahora vas a aprender a pedir permiso. Gozaste antes de tiempo, ahora vas a sufrir por haberlo hecho sin autorización.

Como si se tratara de un bolso mágico, comenzaron a salir de allí instrumentos: flogger, rebenque, una fusta plegable, pinzas, cuerdas...

-Átala –le dijo a Carlos- como te indiqué. Y véndala.


Sólo le ató las muñecas y levantó sus brazos. Una venda negra tapó sus ojos mientras que era llevada de un lugar a otro, hasta que finalmente apoyaron sus manos en la pared,, con los brazos en alto. “Quédate así hasta que se te indique”, le susurró Carlos.


La Dómina fue la primera en azotarla con una paleta de madera que, pese a no ser muy larga, cruzaba ambas nalgas. Pero no estaba la chica en buena posición, por lo que se acercó a ella y con el pie le indicó moverse dos pasos hacia atrás y luego abrir más las piernas. Sí, así… Su culo respingón quedaba bien parado y su intimidad totalmente expuesta otra vez. Pero la Dómina notó que un líquido transparente salía de su vulva.


-Mi querido Señor K… tu sumisa es increíble. Acaba de tener un orgasmo sin permiso, y ahora resulta que sus jugos le chorrean por las piernas. ¡Pero bueno! yo busco castigarla y esta chica se excita. En fin… busquemos una solución a esto.


De aquel bolso mágico sacó un dildo negro, de un importante tamaño, además de unas toallitas desechables, un frasco con gel transparente y algo de un formato bastante extraño, que por la oscuridad del lugar no se veía claramente. Se acercó a Milena y comenzó a pasar las toallas. por su ano y vulva.


-Eres una chanchita. Tú tienes los orgasmos y yo tengo que limpiarte. Pero si quieres gozar, te ayudaré. –le dijo mientras tomaba el dildo y se lo colocaba- Pobre de ti si se te cae. Te lo meteré nuevamente con toda la suciedad de este callejón. Pero para que goces más aun, te colocaré esta raíz de jengibre en tu anito.


Un aroma alimonado llegó a su nariz, y comenzó a ponerse nerviosa. Sintió que el dildo era muy grande, y con la cantidad de lubricante que tenía, seguro iba a caer. La raíz de jengibre no le molestó, pues tardaría en hacer efecto.


Los que comenzaron a caer fueron los azotes. Primero fue la paleta manejada por Lady Penélope, pero de inmediato le pasó el puesto a Carlos, que aún observando las nalgas coloradas de la chica siguió azotando, pero con el rebenque. Cada rebencazo dejaba una marca roja en las nalgas y piernas de milena.


El dildo se iba resbalando, y aunque hacía esfuerzo porque no cayera, terminó en el suelo. Se hizo un gran silencio…


-Ya veo que no sirves ni para sostener algo allí. Haré lo que te prometí, te lo volveré a colocar, pero como soy muy buena, te lo pondré desinfectado.

Lo limpió a conciencia con unas toallas y luego, tomando el frasco del gel, le untó una generosa cantidad. En la etiqueta se leía: “Alcohol en gel”. Y se lo metió bien hasta el fondo de su vagina. El efecto de ardor fue casi inmediato y se unió al del jengibre en el ano. No sabía qué le ardía más, si sus agujeros o los azotes que le daba Norberto en su espalda y nalgas con el flogger. A pesar del dolor, el ardor y la molestia, milena era valiente y solo gemía o dejaba escapar algún pequeño grito, pero se movía demasiado y el dildo volvió a caer.


-Es inútil. Creo que necesitas otra cosa.


Tomó el dildo del suelo y retiró también el jengibre, pero los agujeros de milena no se aliviaron, sino que pedían atención inmediata. Pocas veces había tenido tantos deseos de ser poseída a como diera lugar. Lady Penélope sacó una cadena del bolso y la enganchó del collar que llevaba la chica. Con un pequeño tirón, la condujo hacia otro lado. La joven caminaba sin saber hacia dónde, con tacones y sin rumbo.


En las penumbras, el Señor K miraba la escena sin atreverse aún a explorar sus emociones. Sólo podía decir que aquella chica que era de su propiedad, se veía hermosa como nunca. Desnuda, esposada, vendada, conducida con su collar y cadena de un lado a otro. Sí… era su tesoro sin duda.


Lady Penélope paró a la sumisa mientras ella se recostaba en la pared. Como si se tratara de un baile de ballet, levantó su pierna izquierda y la posó sobre un tacho de basura. No llevaba ropa interior. Moviendo su cadera un poco hacia delante, tomó del cabello a milena y atrayéndola hacia sí, la puso a la altura de su vulva.


-Ahora veremos qué sabes hacer –dijo mientras hundía con infinita suavidad el rostro de la sumisa en su intimidad.


Tenía una lengua pequeña, fresca y juguetona. Además, era mujer, y las mujeres saben qué les gusta a las otras mujeres. El rostro de la Dómina comenzó a cambiar, reflejaba gozo, Casi desmoronándose, le hizo una seña a Norberto. El joven que miraba la escena casi hipnotizado, comprendió la seña de inmediato y llevando la mano al cierre de su pantalón, mostró su erección a quien quiso observarla. Estaba muy bien dotado, y debido al pequeño tamaño de la jovencita, prefirió usar un poco de saliva para ayudar en la penetración.


milena tuvo que levantar sutilmente la cabeza cuando el hombre la comenzó a poseer, mientras que Norberto se asombraba la capacidad de la sumisa para recibirlo. Lady Penélope notó la falta de la lengua, así que atrajo nuevamente el rostro de la joven hacia su rincón más íntimo. Cada embate del hombre hacía que la lengua y el rostro de la chica se hundieran más en la cueva de la Dómina.


Carlos también quería su turno y ella lo notó. Con un gesto casi imperceptible, el hombre fue hacia el bolso, sacó más cuerdas y una pequeña caja. Sin que Norberto dejara de moverse en el interior de milena, su compañero de billar la desató y llevó las pequeñas manos hacia atrás. Lady Penélope se hizo a un lado para ceder su lugar.


Tomando la posición dejada por la otra mujer y para no perder ni tiempo ni erección, desprendió su pantalón dándole en la boca a milena su músculo más sensible, en tanto le ataba los brazos desde la altura de los senos hasta las manos. Cuando terminó, se veía bella con su torso hacia abajo, los senos, aún colgando, se veían firmes y altivos en su cuerpo casi aniñado y sin vello de ningún tipo; de la boca pequeña, entraba y salía el pene de su verdugo, haciéndole acrecentar la erección más y más. Debido a la maravillosa lengua de la joven, estuvo a punto de tener un orgasmo, pero se detuvo a tiempo. Miró a su amigo y sin hablar se comprendieron.


Carlos se hizo a un lado y Norberto tomó a la jovencita de la cintura, y así, doblada y penetrada, la llevó hasta la puerta lateral del viejo Van abandonado y allí la posó, en cuatro patas, sobre un dudosamente limpio colchón…


-No te muevas -le dijo a la sumisa una voz masculina- abre más las piernas y levanta el culo lo más que puedas: recuerda mantener la cabeza baja. .


Otra orden que era acatada sin dudar. La caja fue abierta y aparecieron las esperadas pinzas que entre ambos hombres fueron colocando cuidadosamente en la joven. Al terminar, un par de decenas de pinzas de colores adornaban los labios inferiores de Milena.


-Date vuelta y quédate de rodillas.


Obedeció, y fue entonces cuando Lady Penélope magreó los pechos de la sumisa, apretando y retorciendo sus pezones, obligándola a manifestarse con un gesto de dolor. Con los pezones bien erectos, duros y apetecibles, colocó en ellos pinzas y las dejó puestas. Una vez culminado el “trabajo”, comenzó a pasar su mano por las que estaban en los labios inferiores, creando un efecto de choque entre ellas, de unas con otras. Luego fue a los pezones y jugó con ellos. Pasó algunos minutos en esa actividad, hasta que indicó a los hombres que le quitaran todo: pinzas, vendas y cuerdas.


-Puedes descansar un poco. Aprovecha ahora a hacerlo –le dijo Norberto con un tono más de orden que de sugerencia.


¿Descansar? ¿Dónde? ¿Sobre aquel colchón mugriento, asqueroso, con manchas viejas e indescifrables? No, no se acostaría allí. Prefería quedarse de rodillas, evitando el menor contacto posible con esa superficie repugnante.


Desde fuera, formando parte de la oscuridad, varios ojos observaban en silencio a la joven. Ya no era la misma mujer elegante que había entrado al bar. Ahora estaba desnuda, despeinada, con su cuerpo marcado por los azotes y el manoseo, sus piernas manchadas de fluidos, y su rostro… su rostro tenía un brillo especial. Se la notaba cansada, pero feliz y a la vez expectante. Sentada sobre sus talones, había tomado la posición karta y se veía adorable. El Señor K no podía quitarle los ojos de encima. Había estado pendiente de ella todo el tiempo y lo seguiría estando hasta que todo culminara.


Norberto se levantó y sin decir palabra se dirigió al Van. Recostó su espalda en el colchón y se bajó la cremallera. Su excitación no había descendido ni un ápice. Tomó a milena de la cintura y la colocó como para poder penetrarla totalmente. La joven lo montó como a un toro salvaje y bravío, comenzando a cabalgarlo lentamente, con un ritmo cadencioso y creciente. El pene de Norberto logró penetrarla y ocupar su cavidad por completo. Los cuerpos moviéndose al unísono, la anatomía delicada y pequeña de milena, la habilidad del hombre para manejarla, hicieron que Carlos se quisiera unir a la pareja.


Como pudo, entró al Van y se colocó delante de la sumisa indicándole que le hiciera sexo oral. La joven obedeció, logrando en pocos segundos una maravillosa erección en Carlos, que se ubicó detrás de milena y lentamente logró introducirse en su ano y moverse lentamente en su interior. No quedaba mucho espacio: su “vecino” había ocupado casi todo el lugar, por lo que debían combinar los movimientos para no dañar a la chica y poder gozar.


Lady Penélope no quiso quedarse fuera de la fiesta. Subió al Van y remangando su ajustada falda la subió hasta la cintura. Luego se colocó con las piernas separadas encima de Norberto, dejando su vulva sobre del rostro del apuesto joven, que no tardó en responder. Levantando levemente su cabeza, podía hundir el rostro en la intimidad de la Dómina. Quitó sus manos de la cadera de milena, y las llevó los dedos a los agujeros de Lady Penélope, que comenzaba a girar las caderas mientras las subía y bajaba, de acuerdo a donde quería sentir la lengua del muchacho.


Las mujeres estaban casi enfrentadas; los ojos de milena desafiaban los senos tentadores de la otra mujer, que no tardó en sacar a relucir por el escote de su vestido ofreciéndoselos a la joven que comenzó a besarlos y lamerlos con deleite.

La lengua y dedos de Norberto hicieron efecto inmediato en la Dómina , que estalló en un ruidoso orgasmo cayendo sobre un costado. Al oírla, Carlos sintió que sucedería lo mismo con él, así que sacó el miembro mojando con su semen caliente los muslos, espalda y cabello de milena.


Norberto no pudo evitar correrse levemente dentro de la joven, pero apenas tuvo un poco de movilidad, la tomó de las caderas y colocó su pene delante de la chica, bañándole el rostro, pecho, vientre… Después, tomándola del cabello la obligó a limpiar su magnífico instrumento.


Bajaron del Van dejando a la sumisa tirada en el sucio colchón, en posición fetal. Así estuvo un rato, estática, dolorida, sin poder mover otro músculo que no fueran sus párpados. Vio tres sombras entrando al bar por la puerta del callejón, mientras que otra encorvada se retiraba caminando hacia la calle principal. Cerró sus ojos y así se mantuvo hasta que una presencia la sobresaltó.


-Vístete –y el otrora bello vestido dio contra su rostro en forma algo violenta.


Se sentía torpe y dolorida; quería obedecer a su Amo pero no podía casi moverse. El hombre se inclinó sobre ella, la ayudó a ponerse en pie y colocó su vestido. Sin decir palabra aferró su brazo obligándola a andar, acción nada fácil para milena que sentía cómo le temblaban las piernas al caminar.


Después de unos metros que a la sumisa se le hicieron interminables, llegaron al auto. El Señor K abrió la portezuela y la ayudó a entrar. Una vez en el coche, milena miró su vestido. Estaba sucio, ajado, con los breteles atados torpemente como para que sostuvieran el resto de la prenda por unos momentos solamente. Levantó la vista y el pequeño espejo le devolvió la imagen de una mujer con el maquillaje corrido, semen reseco en el rostro y comisura de los labios. Al bajar la mirada hacia su cuerpo, vio sus brazos sucios, la entrepierna chorreada de líquidos indescifrables y… sintió asco de sí misma.


El viaje de regreso a la casa fue en completo silencio. La joven no se animaba a mirar a su Amo. Se sentía indecente, obcena y algo culpable por haber gozado tanto con otras personas que no eran su Dueño. Además el Señor K, se notaba enojado o molesto, no la había contenido ni le había dicho nada, pero no sería ella quien comenzara la conversación. Continuó con el rostro bajo y contuvo la gran tristeza que la invadía hasta que llegaron a la casa. Una vez dentro del garaje, el Señor K vino por ella, abrió la portezuela y tomándola de una oreja la condujo hasta el enorme baño del dormitorio principal. La colocó delante de la ducha, abrió los grifos y una vez que comprobó la temperatura del agua le espetó:


-Dúchate –y se retiró sin siquiera mirarla.


¿Qué era lo que había hecho tan mal? ¿Por qué la trataba de esa forma? No podía comprenderlo. El vestido cayó a sus pies y las sandalias quedaron en el medio. El agua estaba caliente y el aroma del jabón le pareció como el de un rosedal. La esponja soltaba enormes cantidades de espuma cada vez que la apretaba. Se lavó el cabellos y restregó cada centímetro de su piel como deseando quitarse todo aquello que fuese un vestigio de lo que había sucedido. No era que no hubiese gozado ni era que se arrepintiera de sus actos, pero al recordar el trato de su Amo, un par de lágrimas corrieron por su rostro. Se quedó en la ducha más tiempo del normal, hasta que decidió cerrar los grifos y salir. Al abrir la puerta, su Amo estaba esperándola. Otra vez en silencio, con cara adusta y gesto dominante, la volvió a tomar de la oreja y la llevó hasta el borde del jacuzzi donde se sentó, con su sumisa a su derecha. Puso una toalla sobre su falda y…


La joven, empapada, resbaló y fue a dar sobre las rodillas de su Dueño, que comenzó a nalguearla con una fuerza que sólo usaba sobre el final de un castigo. Gotas de agua salpicaban hacia todos lados cuando la enorme y pesada mano del Señor K chocaba con las nalgas de milena.


Todo se junto: el sentimiento de culpa, los nervios, el cansancio, el sentimiento de frustración, la sensación de haberle fallado a su Amo y la mujer hizo catarsis, estallando en un sentido llanto. Las perfectamente redondeadas nalgas que aún guardaban algún vestigio de los otros azotes recibidos aquella noche, ahora estaban coloradas y dolidas.


Las manos del Dominante comenzaron a acariciar las nalgas de su posesión, de su tesoro, de su “joyita”, llevando algo más que alivio a la sumisa: llevándole serenidad. Con todo el cuidado que fue capaz, la ayudó a ponerse en pie. Con la cabeza gacha, sintió cómo su Amo la tomaba en sus brazos y besándola dulcemente la sumergía en el jacuzzi. Recién en ese momento se dio cuenta que mientras ella se duchaba él había preparado el lugar: espuma, sales en el agua y en el borde del jacuzzi, una botella de Dom Pérignon metida dentro de la champañera con hielo, dos copas de cristal y un sin fin de velas a su alrededor.


El agua se movió: era su Amo que se metía para estar a su lado. La atrajo hacia él con sus fuertes brazos y apretándola dulcemente le susurró en el oído:


-Estoy muy orgulloso de ti…

- F I N -

8 comentarios:

laura{AMS} dijo...

WOWWWWWWWW...como me calienta eso.!!!!.
Me encatò...!! anita,te felicito,cada vez escibis mejor y con este te luciste,lograste que sea eròtico,sensual,caliente..sin ser grosero....Bravo..y el efecto que buscabas esta garantizado ..jajajaj
ARORA CUMPLE CUN TU PROMESA..
te quiero mucho...laura{AMS}

Rossy dijo...

uuuuuuufff
ni que decir anita :)
quedo de maravilla
lograste que mi mente........volara y volara...... jaja, me encanto y sabes? no me dio lio de "sentimientos encontrados ( tu sabes)" no, todo lo contrario, lo goze y disfrute
para variar te luciste.
espero mas como este :P
besos
rossy :)

Amo del Norte dijo...

Como siempre, un placer leer tus producciones.

Te felicito, amiga!!!

ADN

Camaleon72 dijo...

Hola Anita.K,
Finalmente he leído el relato, y excepto por palabras que sabes que me chocan y no son de mi agrado... debo reconocer que el realto está cargado de erótismo, morbo y placer... ha sido un placer leerlo.
Eso si, yo nunca entregaría a una mujer de esa manera... ni en el peor de mis sueños.
Besos

Azalais dijo...

Ana me ha encantado todo el relato desde la primera frase, has creado un ambiente y una escena increible.
Has descrito muy bien esa entrega a prueba de todo que hace ella, y has enriquecido todo el relato con matices importantes en el bdsm, que no por sabidos la gente suele asimilarlos.
Me siento un verdadero privilegiado por que una Dama de tu clase, me haya dedicado este relato tan sensual y con esa atmosfera tan especial que le has dado.
Beso tu mano Ana, y gracias desde mi Mazmorra que tienes abierta por siempre.

Unknown dijo...

A todos ustedes,amigos, gracias!! En especial a Mauri que a pesar de no ser su tema, igual se ha animado a leerlo. Gracias amigo!!
Y también al Señor Azalais por sus palabras.

alespankee dijo...

Wow...

Primero que nada, lamento haberme tardado tanto en leerlo pero quería tener tiempo suficiente para disfrutar uno más de tus relatos y vaya que vealió la pena.

Como siempre, el relato me ha hecho volar.¿Qué decir que ya no hayan dicho? Muchas gracias por compartir con nosotros este nuevo fruto de tu imaginación.

vazquez dijo...

Un relato muy sugerente que hace volar la imaginación de cualquiera.
Gracias por todo lo que escribes en tus blogs.
Quiero añadir, que me parece muy significativo que aquí, y en otros muchos sitios, el BDSM no está reñido con la ternura ni el buen gusto y que se trata de un mundo alternativo, pero en absoluto marginal.