jueves, 4 de marzo de 2010

AVENTURAS EN EL TAXI

Hacía tiempo que le pedía a mi esposo y Amo, que fuésemos a bailar. Adoro esas salidas porque sé que Él siempre prepara algo para hacerlas más excitantes. Y esa vez no fue diferente.

Cuando salí de la ducha vi sobre la cama el vestido negro con falda acampanada con el que por orden suya, no debo usar ropa interior. 

 De la falda salían dos largas tiras con las que debía cubrir mis senos, para luego cruzarlas y atarlas en la nuca dejando la espalda descubierta. Odiaba ese vestido porque las tiras siempre se aflojaban y debía estar cuidándome. Él lo sabía y le divertía verme pendiente de que nada se me escapara en un descuido. 

 Terminé de maquillarme y me vestí sin arruinar mi peinado. Antes de calzarme me coloqué el collar de sumisión que tanto adoraba. El suave cuero negro me acarició el cuello; pasé mi mano por las iniciales DD, adornadas con circonio que mi Amo había mandado tallar con un orfebre amigo. Si el vestido destacaba mi delantera, las sandalias negras de tacón transparente aumentaban mi estatura y hacían resaltar mis nalgas.

 Una avería inesperada nos obligó a llamar un taxi, que esperaba frente a la entrada de la casa. Al salir vi a Domador charlando animadamente. Cuando llegué al lado de los hombres, mi Amo tomó mi mano y me colocó el anillo de esclavitud. Yo sabía lo que eso significaba: a partir de ese momento debía tomar mi rol de sumisa.

 El chofer que nos observaba sin perder detalle, no se asombró cuando abrí la portezuela del taxi para que entrara Domador. No era la primera vez que nos iba a trasladar en su vehículo. Rodeé el auto y me senté al lado de mi Señor mientras Él le daba las indicaciones de hacia dónde debía dirigirse.

 Al poner el auto en marcha, Domador me miró de esa forma tan especial en la que me queda muy claro que hice algo incorrecto, aunque esta vez no sabía qué. Alzó la voz lo suficiente para que el chofer lo oyera:

-A ver, putita… ¿cuántas veces debo recordarte que cuando no llevas bragas tienes que sentarte directamente sobre el cuero del asiento? Levántate la falda ¡ahora!

 Obedecí mirando de reojo al chofer, quien mantenía un ojo en el camino y el otro en el espejo retrovisor. Tenía claro que teniéndonos como pasajeros había diversión asegurada. 

-Así me gusta, que seas una putita obediente –dijo en un susurro que se oía de todos lados. Acercó sus labios a mi oído para darme una nueva orden:

-Ponte en el medio del asiento, abre las piernas y levánta la falda y muéstrale a Dámaso tu linda conchita.

 Estaba yendo demasiado lejos. Sin molestarse en disimular, el hombre del volante acomodó el espejo retrovisor tratando de ver mi intimidad y conducir sin tener un accidente. De repente sentí una mano que se abría camino entre los pliegues de la falda hasta llegar a mi vulva.

-Qué perrita caliente tenemos acá. ¿Tan poco necesitas para mojarte? Estás empapada. Si llegas a mojar el vehículo vas a tener que limpiarlo o su dueño se enojará mucho. Espero que hayas traído con qué hacerlo.

Sus dedos se movían con insistencia entre los labios y el clítoris, llevándome casi a la locura. Pero no fue suficiente para él. Sacó mi seno derecho para apretarme el pezón mientras me besaba para ahogar mi alarido. Tuve una reacción instintiva: cerré las piernas de golpe, apretando su mano entre ellas.

-Pero… ¿Qué haces? ¿Cómo te atreves a cerrar las piernas? 

El tono de su voz me hizo reaccionar. Aflojé las piernas para abrirlas despacio y dejar mi intimidad al descubierto. Domador retiró su mano empapada con mis jugos y la secó con un pañuelo. Luego, me desplazó hasta casi la puerta del auto y colocándome sobre sus rodillas. Levantó la falda y mis nalgas quedaron expuestas, sin protección.

- No puedo menos que darte el castigo que mereces. Dámaso, tenga a bien detenerse un momento en alguna zona tranquila del parque, por favor.

Las nalgadas retumbaban dentro del vehículo. Mis suspiros eran apenas audibles, pero aumentaban en la misma proporción que mis nalgas se ponían coloradas. Aunque no podía verlo, imaginaba la sonrisa del chofer.

Sentí cómo el coche se detenía en un lugar oscuro.

-A ver Dámaso ¿tú crees que está suficientemente caliente?

-¿La señora? –dijo con un tono burlón, tanto que pude imaginar su cara de sarcasmo. Dominador rió.

-Jajajajaaaa… No, no, querido amigo. Me refiero a sus nalgas. En esta penumbra es difícil verlas, pero si las tocas podrá opinar.

 No hizo falta que lo repitiera. Al sentir su mano acariciar mis nalgas, me estremecí. Su dedo mayor hurgó en mi intimidad con destreza, haciéndome desear su permanencia indefinida allí, pero apenas duró un instante.

-Están calientes. Tanto las nalgas como la dama, si me permite decirlo. Creo que un poco de aire fresco les vendría muy bien. A ambas.

-Excelente idea amigo. Ya oíste, putita, baja del auto.

 Mientras lo obedecía, Dámaso sacó el portafolio que había guardado cuando salimos de casa. Temblé, porque conocía muy bien el contenido. 

 Mi Señor lo abrió y comenzó a sacar cuerdas, esposas, cadenas, flogger, paleta de madera, regla de plástico, rebenque, guantes de látex. La caja de Pandora no podría ser peor.

 Fui colocada encima del capó del auto y atada en cruz, con brazos y piernas abiertas. Domador se acercó por detrás de mí y levantó la falda. Un aire fresco invadió mis zonas más íntimas y mis nalgas se enfriaron con rapidez. Domador manejaba el flogger de forma magistral, y sabe lo mucho que odio ese instrumento. Con las nalgas frías el dolor se hizo más agudo. Los azotes se esparcían y multiplicaban en el silencio nocturno del parque. 

De repente, un golpe seco me hizo estremecer de dolor. Cuando miré al costado, vi a Dámaso con el rebenque en la mano: me estaban azotando los dos. El flogger al abrirse, azotaba también mi ano y parte de mi vulva, mientras que el rebenque tenía una zona definida para golpear, y quien lo manejaba sabía muy bien dónde hacerlo. Claro que no todo eran azotes, también sabían darme respiro con suaves caricias que me hacían revivir.

-Creo que es suficiente amigo –dijo Domador tomando una cadena- ¿No te parece que la perrita necesita un paseo?

Le alcanzó la correa cuando Dámaso había terminado de desatarme. Mi Amo me miró y comenzó a desatarme las tiras del vestido, comentándole a su compañero de juego que era una pena estropear una prenda tan bonita. Así que quedé totalmente desnuda en el medio del parque, excepto por mis sandalias. Sentí que tiraban de la correa y fui llevada hasta el pasto por el chofer.

-Las perras andan en cuatro patas, no en dos –decía mientras tiraba de la cadena hacia abajo, obligándome a cambiar de posición. De repente se detuvo:

-Vaya, vaya, vaya… ¡mira qué bonito árbol! Vamos, perrita, ¡úsalo! Levanta tu patita y haz lo que tienes que hacer.

 Su sonrisa no podía ser más sarcástica. ¿Quería que orinara como un perro? Eso era demasiado humillante para mí. Busqué a Domador, aún sabiendo que no debía mirarlo, pero su rostro me obligó a obedecer sin más. 

Me apoyé firmemente en el suelo y levanté la pierna derecha, flexionada, formando ángulo de 90°. El líquido dorado se estrelló contra el árbol, salpicándome levemente. Las risas de los hombres me humillaron aún más, pero no podía negar mi excitación. En cuatro patas fui conducida nuevamente al auto, donde Domador me proporcionó elementos para higienizarme. Iba a ponerme mi vestido cuando la mano de Dámaso me lo impidió.

-¿Alguien le indicó a Madame que podía vestirse?

-No, nadie –contestó rápidamente Domador, sentado en un costado del taxi- Perrita, ven aquí y cumple con tu deber.

Domador tenía un pene de considerable tamaño, que apenas me cabía en la boca. En cuclillas, desabroché el cinturón, bajé la cremallera, y como un resorte salió disparado aquel “monstruo” de un solo ojo que desapareció en mi boca de un bocado. Mi lengua comenzó un recorrido en espiral ascendente, desde la base hasta la cabeza, sin dejar un solo centímetro sin lamer. Con las manos, dirigía aquel enorme pedazo de carne dura y venosa, mientras mi boca distribuía la saliva uniformemente, dejándolo brillante a la luz de la luna.

Dámaso vino por detrás de mí, tomándome de la cintura, aunque Domador no me permitía quitar mi boca de su miembro. De pie, con el torso inclinado sobre el hombre que estaba sentado en el borde del capó, fui sodomizada maravillosamente por el chofer. Los embates eran de tal magnitud que tuve que usar mis manos para sostenerme del auto y evitar que el miembro de Domador traspasara mi garganta.

De repente, sin previo aviso, la mano del chofer me tomó de los cabellos y me colocó contra el taxi. Allí fui “acribillada” por el semen de ambos hombres que entre gemidos y gritos de placer, tuvieron sus orgasmos. No nos habíamos recuperado de la orgía, cuando de improviso:

-La policía –gritó Dámaso, y tomándome del brazo me zambulló en el baúl del taxi. En la corrida, alcancé a ver las luces de la patrulla acercándose lentamente al lugar donde estábamos. En la oscuridad del baúl pude tantear un rollo de papel con el que me fui limpiando mientras oía la conversación del exterior.

-Buenas noches señores. –el sonido de una puerta al cerrarse llegó a mis oídos- Es una hora insólita para que ande gente por aquí. ¿Está todo bien?

-Todo bajo perfecto control, oficial, fumando y conversando –contestó Dominante.

-¿Podría ver la documentación del auto?

-Por supuesto… aquí está –la voz de Dominante volvió a sonar.

-Me permite su identificación caballero…

 Por unos largos dos o tres minutos, el oficial y su compañero revisaron documentación, caminaron alrededor del taxi, hicieron preguntas y luego se fueron con la recomendación de que abandonaran el parque, pues era peligroso a aquella hora. Sentí las portezuelas del taxi abrirse y cerrarse, el motor ponerse en marcha y el auto que comenzó a moverse conmigo en el baúl. ¿Se habrían olvidado de mí? No sabía qué hacer, no quería entrar en pánico pero sentí un gran temor. ¿Y si teníamos un accidente?

 La puerta del baúl se abrió y ambos hombres aparecieron con una sonrisa. Me ayudaron a abandonar aquel estrecho lugar y cubriéndome con una manta, me condujeron hasta la casa. Habíamos regresado a nuestro hogar. 

Dámaso me quitó el collar y lo depositó con delicadeza en la mesita de noche. Me quitó la manta, y con una palmada me indicó: “Ve a ducharte”.

Cuando entré a la sala, Dominante y Dámaso estaban sentados en el sofá, con una bebida en sus manos y conversando sonrientes.

-Ven mi amor, esta noche te has lucido, eres una joya invalorable, mi joyita… –decía mientras me tomaba en sus brazos y me cubría de besos, ora apasionados, ora juguetones y tiernos.

-Gracias mi Señor. Esta sumisa está orgullosa de ser su Propiedad, de pertenecerle, de que Dámaso Dom sea mi Amo, mi Dueño y... mi esposo. Gracias por regalarme estas experiencias maravillosas. Cuando salí a la calle y vi el taxi, sabía que sería una noche inolvidable. También debo agradecer al Señor Dominante, que siempre está dispuesto a ayudarnos a cumplir nuestras fantasías.

-Nada que agradecer. Ustedes saben cuánto disfruto de estas aventuras, de ser “tu Dominante” y de “compartirte” con tu verdadero Dueño.

-Tengo una pregunta, si me permiten –dije con toda curiosidad- ¿cómo el policía no se dio cuenta de mi vestido y de toda la parafernalia que había alrededor del taxi?

-No lo sé –contestó Dominante- Apenas tuve tiempo de meter algunas cosas dentro del portafolio y tu vestido en el piso de atrás del taxi. Si se dio cuenta de algo, no lo dijo. Pero ser Amo tiene sus ventajas: la sangre fría para enfrentar este tipo de situaciones, aunque por dentro los nervios y la adrenalina hagan trizas el sistema nervioso. Veremos qué nos depara la próxima salida.

 Afuera el sol comenzaba a insinuarse por el horizonte, tratando de dar caza a la luna que se mostraba esquiva para dejarse atrapar. El auto de techo amarillo y cuerpo negro continuaba parado a la puerta ya entrada la mañana, mostrando impúdicamente largos chorros de algún fluido que se había secado a la intemperie, muda evidencia de una noche de azotes, sexo y aventuras en el taxi…