lunes, 17 de agosto de 2009

Mitos de Grecia versión BDSM: ATALANTA, LA INDOMABLE

Autora: anitaK[SW]

Este mito llamó mi atención desde la primera vez que lo leí, de niña, en una enciclopedia de mitos y leyendas de Grecia y Roma que me habían regalado mis padres. Hoy me daré la oportunidad de recrearla y lo haré con mi propia versión acercándolo a nuestro “mundo del BDSM”. Atalanta simboliza para mí la mujer rebelde, indómita y contestataria que enfrentó el esquema patriarcal de su época logrando el respeto de las generaciones posteriores.

ORIGEN Y NIÑEZ

Ser una hija no deseada es tan difícil ahora como lo era en el segundo milenio AC., período donde se desarrolla este mito. Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre los orígenes de nuestra protagonista. Para algunos es hija de Yaso y Climene; para Eurípides y otros, su padre era Mélano; Apolodoro la tiene como hija de Jafo y otros como hija de Esqueneo, rey de Arcadia, o del Esqueneo que era rey de Eschitre. Sin embargo la versión más difundida la nombra como hija de Atamante y Temisto. Pero sean quienes fueren sus progenitores, el padre al ver que el recién nacido era una hembra, ordenó llevarla al bosque y dejarla allí abandonada con la seguridad de que moriría.

Para suerte de la niña, una osa (algunos dicen que era la propia Artemisa) que la vio, decidió amamantarla y cuidarla, hasta que unos cazadores la encontraron y se la llevaron para criarla.

EL ENTRENAMIENTO

Los días iban pasando y la niña aprendía lo que le enseñaban, pero también lo que veía. Cada uno de aquellos cazadores tenía una habilidad que practicaba con verdadera pasión, pero la niña era el centro de atención y cuidado de todos. Este le enseñaba a lanzar la jabalina, el otro el manejo del arco y la flecha, el otro a correr, el de más allá el arte de la lucha, y el más anciano le daba consejos para que no se dejara engañar por nadie. Sus horas siempre estaban ocupadas con enseñanzas y prácticas mientras que los años corrían y la pequeña niña se convertía en una bella jovencita, escondida tras el ropaje y las actitudes de un hombre.

De todo lo aprendido, había dos habilidades que disfrutaba sobre las demás: las carreras y la caza con arco y flecha. Para correr competía con cualquier cosa, tanto le daba un hombre, un animal o el propio viento. Le gustaba ver pasar el paisaje rápidamente a su lado, y al estar dotada de una excelente visión, percibía los obstáculos desde lejos y conocía su propio bosque mejor que nadie. Sentir el aire golpeando su rostro, mirar hacia atrás para ver la polvareda que dejaba tras ella, eran cosas que gozaba grandemente. No siempre salía con la intención de correr, pero a menos que fuera de cacería, terminaba haciéndolo. Un pie delante de otro, el deseo de ir más rápido, la ligereza del cuerpo y a veces la llanura sin obstáculos dominaba su cuerpo, su mente y emprendía la corrida por el mero gusto de sentir que casi volaba. En sus principios había cometido muchos errores, pero su maestro y entrenador le había enseñado cómo superar cada uno de ellos, convirtiéndola en la mejor corredora y la más veloz.

En la caza también era excelente porque era protegida de la diosa Artemisa y tenía dotes naturales, pero además quienes la criaron eran cazadores, y cada uno le brindaba sus propios consejos.

-Cuando sales a cazar -le decían- siempre debes pensar que tu presa es peligrosa y que puede vencerte, no importa lo inocente que parezca. Eso se mantendrá expectante y atenta. También será normal que sientas miedo, no demasiado, porque la bestia te olería y se daría cuenta de tu temor, sino el miedo suficiente que te sirva para estar atenta a todo, ese miedo que haga que tus sentidos estén alerta. Debes aprender a controlar el miedo Atalanta, y no dejar que este te controle a ti.

Usa tus sentidos niña, y piensa que tu enemigo, tu presa, tiene los mismos sentidos que tú. Fíjate en los animales: ellos huelen todo antes de probarlo. ¿Sabes por qué? Porque el olfato es el sentido más fiel. Así que recuerda colocarte de forma que el viento no lleve tu olor a la presa, sino que traiga el olor de la presa a ti...

Quizás el conocimiento y la habilidad eran heredados, quizás eran adquiridos solamente, o quizás en esta joven se daba el equilibrio perfecto entre la herencia y el conocimiento atávico.

Cuando salía a cazar, Atalanta cambiaba; su actitud y concentración eran diferentes. Se dirigía al lugar donde pensaba que estaba la presa, y a medida que se acercaba sus sentidos se agudizaban. El oído percibía el aletear de los pájaros, las pisadas, el crujir de una rama al ser aplastada y el silbido del viento al rozar las hojas. Conocía todos los ruidos y sonidos del lugar. Su vista oteaba hasta avistar la presa a lo lejos, y como con un radar la perseguía, tratando de adivinar sus intenciones. Podía oler la presencia de su víctima, y entonces buscaba el mejor ángulo y comenzaba el rito.

Elegía y retiraba la mejor flecha de su aljaba, en tanto a su oído llegan las vibraciones de los pasos de su próxima presa. Atalanta conocía ese momento del arquero, ese instante del acecho cuando camina con todo cuidado para levantar el arco que se alza pero no se tensa, hasta que lo único que se mueve es la vista en distintas direcciones, esperando que la presa reaparezca. La mano aferra el arco y lo aprieta mientras que la sangre bulle y el corazón late fuertemente, dejando sentir los propios latidos y todo el entorno toma una forma definida y clara. La cazadora acecha y espera hasta que cree que el momento es el acertado para la caza perfecta.

Todas estas emociones y sentimientos hacían de Atalanta una excelente cazadora, pero ella no imaginaba de cuánto le serviría en su vida todas estas enseñanzas provenientes de los hombres que la habían criado. Quizás por sus advertencias y consejos, la joven se fue convirtiendo en una acérrima feminista, tanto que se convenció a sí misma que odiaba a los hombres, así que unido esto al amor que sentía por la caza y por Artemisa, decidió de muy joven consagrarse a la diosa, sabiendo que para hacerlo debía permanecer virgen.

EL ENFRENTAMIENTO CON LOS CENTAUROS

En contraposición a sus deseos, la doncella era dueña de una espectacular hermosura, por lo tanto era deseada y perseguida, aunque sin éxito, por sus pretendientes. Durante su juventud y por su condición de mujer, tuvo que enfrentarse a varios peligros y fue asediada muchas veces. La perfección del rostro y su cuerpo eran como un imán para los hombres y también para algunas mujeres. Los atraía sin proponérselo y cuanto más quería alejarlos, más los acercaba. Quizás fuera el brillante cabello negro que caía sobre su espalda y casi siempre llevaba semi atado con una tira de cuero rodeando su cabeza, o en un salvaje rodete en su nuca. Su túnica, fabricada con pieles, insinuaba cada curva de su cuerpo sin dejar siquiera entrever sus más ocultos encantos. A veces calzaba unas humildes sandalias, y otras andaba descalza, sobre todo cuando debía correr.

Un día como tantos, la salvajemente bella cazadora salió por el monte de Caledonia a practicar la caza con arco y flecha. No tardó en percibir la presencia de extraños que la perseguían. Haciendo uso de su aprendizaje, agudizó sus sentidos y se concentró en lo que sentía. Hasta que logró confirmar que sus sospechas eran verdaderas.

Aquella mañana se veía inusitadamente atractiva, quizás era la adrenalina que corría por sus venas a mayor velocidad porque no sólo intuía, sino que sabía que los centauros, Reco e Hileo, jamás la seguirían con buenas intenciones, y si había algo que Atalanta cuidaba, era su virginidad.

El miedo y la expectación de los que le habían hablado tantas veces sus entrenadores, estaban allí. Comenzó a transpirar y sus axilas se mojaron, esparciendo ese olor ácido y penetrante. Sabía que ellos lo percibirían y quedaría delatada. Debía concentrarse y vencer a sus enemigos poniendo en práctica lo que había aprendido. Era la primera vez que estaba en real peligro y debía vencer.

Excelente estratega, vio que aunque corriera a gran velocidad, al ser dos igualmente la atraparían, así que dejó que los centauros se sintieran seguros de que la tenían asegurada y que no tendría salvación. Permitió que la encerraran en un claro y la rodearan. Se fueron acercando lentamente a ella, que iba reculando sin notar que una enorme piedra estaba detrás. Al chocar contra ella, trastabilló y cuando quiso frenar la caída, quedo boca abajo. Fue en ese momento cuando Reco corrió y riendo la alzó en sus brazos, levantando su falda y dejando su trasero expuesto para que su compañero, Hileo, la hiciese suya.

Cuando la amenaza de la violación estaba a punto de convertirse en una cruda realidad, la ya experta, aunque joven cazadora, haciendo gala de sus conocimientos y estrategias de lucha, golpeó con su frente la del centauro que la tenía abrazada, acertando el punto justo para que, debido al dolor y la sorpresa, tuviera que soltarla de inmediato agarrando su cabeza, en tanto su nariz sangraba a borbotones. Atalanta rodó unos metros, y mientras rodaba sacó una flecha que disparó contra Hileo a quien mató de forma instantánea. Poniéndose de pie y antes que Reco pudiera alzar sus patas para golpearla, otro disparo de flecha mató al libidinoso centauro. Su virginidad estaba a salvo una vez más.

LA CACERÍA DEL JABALÍ DE CALEDONIA

Muchos fueron los hombres que se enamoraron perdidamente de Atalanta. ¿Qué era lo que llamaba tanto la atención de ella? Seguramente su fama de mujer indómita, dominante, salvaje, virgen, y sobre todo inconquistable. Así que nobles y plebeyos, dioses y mortales, sabios e ignorantes, valientes y cobardes, iban tras la conquista de la doncella. En el mismo lugar donde había matado los centauros, el bosque de Caledonia, sucedió uno de los hechos más notorios y comentados sobre Atalanta: la cacería del jabalí de Caledonia.

Eneo, el rey de Calidón, un año olvidó incluir a Artemisa en sus sacrificios anuales a los dioses. La diosa enfurecida soltó al más enorme y feroz jabalí que se hubiese conocido jamás. El animal enloquecido destruyó viñedos, cosechas y todo lo que pudo, obligando a la población a refugiarse dentro de las murallas de la ciudad donde, sin poder salir, comenzaron a morir de hambre.

El rey, desesperado, llamó a los mejores cazadores de Grecia ofreciendo a cambio de la muerte de la bestia, la piel y los colmillos del animal. Entre los que se presentaron había incluso algunos de los argonautas, además de Meleagro, el hijo de Eneo. Pero no todos aceptaron que una cazadora, una mujer, la famosa Atalanta representara a la diosa en la cacería. Eso era otra forma venganza por parte de Artemisa que sabía cuántos conflictos traería la presencia de la joven. Y no se equivocó. Un grupo con Cefeo y Anceo a la cabeza, se negaron a ir de caza con una mujer, pero su sobrino Meleagro los convenció de que fueran de todas formas.

En tanto la salvaje amazona cabalgaba, seguramente con Éolo a su favor, que convertido en furioso viento gozaba acariciando el delicioso cuerpo juvenil sin que ella pudiera evitarlo. Ella y su corcel parecían unirse en el firme galope. El cabello de la cazadora era un camuflaje natural para la aljaba, mientras la cuerda del tenso arco cruzaba su pecho.

Los ojos negros como tizones mostraban el orgullo y la confianza en sí misma. Con la protección de Artemisa a nada le temía y sabía que podía ser mejor que aquellos estúpidos y engreídos hombres, que por cierto, no dejaban de mirarla y admirarla, pues su sola presencia emanaba una fascinación que era imposible resistir.

El más hechizado por esta beldad fue Meleagro, que al verla olvidó que la cacería del jabalí era el objetivo de la expedición; la mujer guerrera lo había conquistado sin siquiera mirarlo. Quería acercarse a ella, hablarle, llamar su atención, pero… además de conmovido por la estampa de Atalanta, estaba asustado. ¿Era posible que hubiese una mujer que pudiese ser al mismo tiempo tan avasalladora, fuerte, dominante y… dulce?

Meleagro era el anfitrión y como tal dio por iniciada la cacería. Los jinetes bajaron de sus cabalgaduras y junto a los caminantes se adentraron en el bosque: los ladridos de los perros, los gritos de los hombres, las pisadas y corridas, alertaron a la fiera que comenzó a correr. Un animal acorralado puede ser y es muchísimo más peligroso que cuando está libre de acechanzas. El jabalí se veía enfurecido, iracundo. Corría de un lado a otro mirando cuál era el blanco más fácil de atacar. Los hombres lo encerraron y él salió de la espesura, dispuesto a defenderse y arremetió contra los cazadores con toda su fiereza.

Las lanzas comenzaron a apuntar al animal y cayeron cerca de él, pero ninguna dio en el blanco. Néstor, uno de los cazadores, fue atacado por el jabalí, pero corrió delante de la fiera y logró treparse a un frondoso árbol, pero el animal lo acechaba sin piedad.

El corazón de Atalanta pujaba por salir de su pecho al descubrir visualmente al animal. Vigilándolo silenciosamente, la joven buscó el momento oportuno, escabulléndose un lugar donde el viento no le llevara su olor a la bestia, porque debido a los nervios estaba traspirando más de lo habitual. Apostada tras un árbol, el sudor brota por su frente, frenado por la cinta de piel que evitaba que el salado líquido llegara a los ojos. El final estaba cerca, cazadora y presa lo saben.

Otra vez el miedo, ese temor similar al que había tenido delante de los centauros. Ese miedo la puso vigilante, comenzando a afinar todos sus sentidos. Ella podía oler el miedo de la bestia como el animal olía el temor de los cazadores.

Atalanta no podía permitir que su vista la engañara. Aunque sus ojos estaban fijos en el animal, no dejaba que el resto del paisaje pasara desapercibido para ella. Sus 180° de visión estaban impregnados de cautela y suspenso. El oído se hizo fino, desechando los ruidos superfluos y concentrándose solamente en los que le interesaba. Al pasar su lengua para humedecer los labios, saboreaba el salobre de su propia transpiración, y en un gesto muy suyo de concentración, se mordía el labio inferior. Estiró su mano hacia la aljaba y las yemas de los dedos suplantaron a sus ojos para encontrar “la” flecha.

La cuerda del arco, perfectamente encerada, recibió la flecha más perfecta para no errar mientras se tensaba gradualmente. Los ojos negros miraron la presa. El resto del mundo desapareció y sólo quedaban en el Universo Atalanta y el jabalí. La mujer midió la distancia, el viento, la temperatura y contuvo la respiración... hasta que soltó el tiro y oyó la flecha que surcaba el aire, silbando entre los demás sonidos del bosque. El tiempo de la espera del resultado se hizo infinito hasta que la bestia cayó malherida.

Atalanta sonrió, el animal estaba herido pero otra flecha más certera lo remató segundos después. El premio estaba perdido. Había sido Meleagro quien, finalmente, le diera muerte al monstruoso cerdo salvaje. Una vez que se compruebó la muerte del animal, el hijo del rey declaró a viva voz:

“El trofeo corresponde a Atalanta. Ella fue la primera en herir al animal. Esa es mi decisión: piel y colmillos serán entregados a la cazadora”.

Como demostración de admiración, el joven ofreció el premio a la mujer que amaba, pues ella había sido la primera en acertar mortalmente al animal. Los hijos de Testio, enfurecidos, le quitaron la piel a la muchacha, argumentando que si su sobrino no la quería, les pertenecía a ellos por derecho de nacimiento. Además consideraban vergonzoso que en una cacería donde los participantes eran casi todos hombres, el trofeo se lo llevara la única mujer.

Las palabras de sus tíos despertaron la ira de Meleagro. No iba a permitir que humillaran de aquella forma a la mujer que amaba. Retó a los hombres y luego de luchar ferozmente, terminó quitándoles la vida. Acto seguido regresó los trofeos a su amada y la llevó al palacio de su padre.

Altea, madre de Meleagro y hermana de los hombres a los que había dado muerte su hijo, se enteró de lo sucedido. En ese momento de desesperación y dolor, fue cuando regresó a su mente lo que hacía muchos años le habían augurado las Moiras: la vida de su hijo estaría ligada a un tizón de leña ardiente. Una vez consumido el tizón, la vida de su hijo terminaría, pero en tanto sería invulnerable. En el momento en que le anunciaron aquel presagio, la madre apagó el tizón y lo guardó en un cofre que mantuvo muy bien oculto hasta aquél fatídico momento. Consumida por el dolor de la muerte de sus hermanos, la mujer abrió aquel cofre guardado durante años, tomó el tizón y lo volvió a arrojar al fuego, mirando entre lágrimas cómo se consumía. Una vez convertido en cenizas, la vida de Meleagro se apagó como el tizón, tal como las Moiras lo predijeran.

Enceguecida por el cada vez más profundo dolor y la culpa, Altea se suicidó y su esposo Eneo también murió. La venganza de la diosa Artemisa contra Eneo y Caledonia estaba cumplida.

No obstante, no fueron las únicas muertes en aquella cacería. Peleo mató accidentalmente a Euritión, su anfitrión. Durante y después de la cacería, muchos de los cazadores se enfurecieron por diferentes motivos contra otros, luchando por el botín: la cabeza y la piel del jabalí.

LA PRINCESA ATALANTA

Cada momento se convencía más de la estupidez de los hombres. Tantas muertes en vano, sin sentido, sin justificación…

Tomó su caballo y sus pertenencias rumbo a su hogar. Arcadia la esperaba.

Tras largas jornadas, Atalanta llega a Arcadia donde es esperada por el Rey, que orgulloso de su triunfo por la cacería del jabalí de Caledonia decide convertirla en princesa. Atalanta es llamada al palacio donde el Rey la recibe.

-Atalanta, eres el orgullo de nuestro pueblo. Sin duda tu protectora, la diosa Artemisa, estará también orgullosa de ti. Mi querida jovencita, quiero que sepas que he decidido convertirte en princesa de mi reino. Tendrás tu propio palacio y todo lo que necesites, pero quiero pedirte algo.

-Estoy a la orden de mi Señor para luchar cuando lo ordene.

El Rey sonrió paternalmente al oír aquella respuesta.

-Es muy grato oír eso, pero más bien quería pedirte todo lo contrario.

-No entiendo Majestad.

-Lo que quiero pedirte es que dejes de pelear y busques un esposo que te haga muchos hijos.

-Lo siento, pero no quiero a ningún hombre a mi lado. Además, estoy consagrada a Artemisa.

-Jovencita… eso es muy loable. Pero estoy seguro que la diosa se sentirá feliz cuando te hayas casado y dejes de ser virgen. Eso no significa que tengas que dejar de llevarle ofrendas ni nada de eso… Seguirás siendo su protegida porque ella te colmó con sus dones como a nadie.

-No lo haré, no me casaré con ningún hombre. Todos son tontos, pretensiosos, jactanciosos e inútiles.

-No olvides que tu Rey también es hombre Atalanta.

-No lo digo por mi Rey, sino por el resto. Los únicos hombres que valieron la pena son los que me criaron. Y también tenían sus defectos, pero fueron muy buenos conmigo. De todas formas, no me casaré.

-Podría obligarte, pero no quiero. Quiero que seas tú quien quiera y quien elija a su esposo.

-Lamento tener que defraudarlo Señor, pero no me casaré.

-Está bien. Entonces no serás princesa, no tendrás palacio, no gozarás de la vida que tenía planeada para ti…

Atalanta quedó estática y pensativa. No podía perder esa oportunidad. Los beneficios de ser princesa eran increíbles y además tendría su propio palacio. Sin duda que tendría que decir que sí, pero…

Su cerebro comenzó a maquinar una forma para poder acceder a ser princesa sin comprometer su soltería y su soledad. Mientras el Rey la miraba divertido por haberla puesto en semejante apuro, Atalanta pensaba. Luego de varios minutos de hondas reflexiones, dijo al Rey:

-Está bien. Cumpliré tu pedido y me casaré, pero con una condición.

-No puedes ponerle condiciones a un Rey, pero estoy intrigado. Habla…

-Si cuando lo anuncies públicamente aparece algún candidato, pondré sólo una condición: deberá aceptar retarme en una carrera de velocidad. Si gana, me casaré con él, pero si pierde…

El Rey frunció el ceño y quedó expectante por la continuación de la frase de Atalanta.

-Si pierde, deberá convertirse en mi esclavo, y como tal, podré hacer lo que desee con él. Lo llevaré a mi palacio, pasará a pertenecerme y me dedicará su vida. O su muerte si así lo deseo u ordeno.

-Está bien, me parece justo. Se hará como tú lo pides. Eres la persona más veloz que conozco, y veo dónde está tu trampa, pero estoy seguro que existe un hombre capaz de vencerte. Y también estoy seguro que aparecerá y deberás convertirte en su esposa.

Su esposa, convertirse en su esposa… eso era lo que ella temía. En su regreso a Arcadia había pasado por Delfos, donde el oráculo le había dicho que si se casaba, sería convertida en animal. Y ella no quería eso. Otra razón para alejarse de los hombres. Pero ahora, con las duras condiciones que había puesto, pensó que posiblemente nadie aceptaría. Pero se equivocó…

FIN DE LA PRIMERA PARTE

jueves, 23 de julio de 2009

MI PRIMERA SESION

Dedicado a Amo Amadeus y laurita{AMS}

Al mirarme al espejo, éste me devolvió una imagen que me gustó. Estaba preparada para él, física y mentalmente. El baño de inmersión me había relajado, distendido; en mi rostro se notaba la excitación y al mism
o tiempo, la incertidumbre. Tomé el bolso y dejé la habitación del hotel.

Me había tenido que trasladar de ciudad para ir a su encuentro, pero no me importó nada, ni siquiera el frío de este invierno tan brutalmente helado. Alquilé una habitación para poder bañarme y arreglarme adecuadamente. Un taxi me aguardaba en la puerta; le di la dirección al chofer y en menos de 10 minutos estábamos en donde debía bajarme para continuar con sus instrucciones. Caminé unas pocas calles siguiendo los datos, hasta que llegué al lugar. El frío invernal me pegaba en el rostro y me hacía sentir viva.

El frente de la mansión estaba rodeado de una maravillosa reja de metal con una puerta trabajada con deliciosos repujes. La empujé con cierto temor y cedió sin problemas. Pasé a un jardín muy cuidado, con flores y plantas que sobrevivían al gélido clima, que dejaban en el medio un camino de enormes baldosas de patio que conducían a la entrada principal.

El lugar era increíble, simulaba ser un castillo con torretas. Al acercarme a la puerta de entrada, noté que era de nogal, trabajada por algún ebanista de otra época. El llamador captó mi atención: era una original obra de bronce que representaba la parte frontal del torso de una mujer desnuda, y lo que golpeaba contra el trozo de metal apoyado en la madera, eran sus redondas y firmes nalgas. Sonreí ante tal ocurrencia cuando noté que la puerta se movía: la había dejado abierta para mí.

A pesar de llevar el papel de las instrucciones conmigo y de consultarlo cada dos pasos, tenía todo en mi memoria y sabía exactamente qué hacer. Al flanquear la entrada, me recibió una habitación enorme, en penumbras. Las velas, dispuestas estratégicamente en diferentes puntos de la estancia, emanaban luces que reflejaban sombras movedizas y temblorosas. La leña crepitaba en el hogar, y las llamas se unían a las luces de las velas creando figuras fantasmales, tan etéreas como efímeras. Todo eso creaba un ambiente espectral y mágico.

Cerré la puerta tras de mí dando los primeros pasos en aquel lugar. Unos pesados cortinados impedían que la luz del sol se filtrase sin permiso. Hasta la luz debía obedecer los deseos de Amo Amadeus. Entre los pocos muebles de la habitación había un perchero, allí colgué mi bolso y lentamente me fui quitando la ropa. Era extraño. Afuera hacía muchísimo frío, pero en esa habitación con el hogar encendido el ambiente era cálido y agradable. Al quitarme la ropa sentí un raro estremecimiento y tuve la sensación que alguien me observaba, pero todo estaba en penumbras y yo demasiado nerviosa como para ver a alguien.

Doblé el grueso vestido cuidadosamente y lo colgué del perchero junto al bolso. Al costado, pude ver el sofá donde estaba la venda para los ojos. Llevé mis manos a la espalda y desabroché el sostén. Como si él estuviera mirándome, crucé mis brazos delante del pecho llevando las manos a mis hombros; con el dedo mayor enganché los breteles y comencé a deslizarlos suavemente por los brazos, luego tomé con las manos las copas del sostén dejando libres mis senos, esos que los hombres me miran cuando uso los atrevidos escotes que tanto me gustan. Me sabía observada pero no sabía de dónde, así que hice un giro suave, como sin querer, para que pudiera mirarme por completo.

Con las manos apoyadas en la cadera, deslicé despaciosamente las palmas haciendo que entraran dentro del bikini de encaje, dejando fuera el dedo pulgar. La prenda se fue corriendo suavemente por la cadera mientras me colocaba de espaldas a la pared, mostrando descaradamente mis nalgas en tanto la prenda seguía bajando por mis muslos. Pude haber doblado las rodillas, pero preferí mantenerme derecha, abrir suavemente las piernas y una vez que tuve la bikini en el suelo, saqué de a uno ambos pies y tan lentamente como me había agachado, fui incorporándome. Me di vuelta y doblé la prenda, mientras que le permitía ver el monte de Venus, perfectamente depilado tal cual me lo había indicado. Las botas de tacón fueron a dar debajo del sofá. Quedaban las medias y el portaligas. Todo un ritual el ir desabrochando uno a uno los enganches; las medias se fueron enrollando hasta llegar a la punta del pie; las quité y las metí dentro de las botas.

Totalmente desnuda y con la venda en la mano, me dirigí a la mitad de la estancia donde me la coloqué. No veía nada en lo absoluto, pero quise imaginarme a mí misma allí: una mujer madura, de más de 40 años, baja, con el cuerpo aún muy apetecible, hermosos senos y nalgas descaradamente prominentes, el cuerpo de curvas bien pronunciadas y el cabello largo, con bucles que casi rozaban la cintura. Mantuve mis labios separados igual que mis piernas, aun arrodillada como estaba, con los brazos a los costados y la cabeza inclinada, me dispuse a esperar a mi Señor.

Estaba acostumbrada a esperar por él, pero no en aquella forma y menos en esas circunstancias. Para mí, el reloj se había detenido y las rodillas comenzaban a dolerme. No sé cuánto tiempo me mantuve así, pero cuando estaba por desfallecer, oí que una puerta se abría.

Mis oídos se agudizaron y pude percibir aquellos pasos, que serían casi inaudibles en otro momento. No podía ver, pero sentí en el momento que se interpuso entre la hoguera de la chimenea y yo, porque cortó el calor del hogar. Luego de caminar un par de veces a mi alrededor, lo sentí sentarse en un sillón, al tiempo que me observaba en silencio, exactamente igual que cuando me veía por la webcam. Casi un año manteniendo una relación exclusivamente virtual, pero por fin había llegado el momento de vernos personalmente, estar juntos y tener nuestra primera sesión.

Hubiese querido guardar silencio, pero no pude contenerme.

-Hábleme Señor…

Más silencio… Apenas podía oír sus movimientos mientras se acomodaba en el sillón y la casi imperceptible respiración.

-Hola “chanchita”.

¡Dios, como lo adoraba cuando me llamaba así! Giré la cabeza en dirección hacia donde provenía la voz. Nuevo silencio.

-Ya estás acá –dijo en mi oído haciéndome sobresaltar por la sorpresa- Ponte de pie…

Ahora sí lo sentía caminar a mi alrededor. De repente, sentí sus manos en mi cuerpo por primera vez, sobre mis senos, tratando de llevar a cabo la difícil tarea de tomarlos por completo, pero eran demasiado grandes, aún para sus enormes manos. Los estuvo acariciando un rato, pellizcándolos, comprobando su textura, su tamaño. Quise suponer que los había deseado mucho tiempo y que ahora que los podía sentir, quería disfrutarlos sin prisa.

De los senos subió a los hombros, retirando mi cabello hacia atrás. Bajó por la espalda hasta llegar a las nalgas y pude sentir su perfume, su cálido aliento en mi cuello y sus manos recorriendo mis huecos pero sin penetrarlos. Se colocó detrás de mí y corrió la cabellera hacia delante. Otra vez las manos en los hombros deslizándose, esta vez hacia delante, pasando por el pecho, los senos, la barriga y… pensé que iba a detenerse en mi vagina pero siguió por las piernas hacia los pies.

-Abre las piernas chanchita. Deben estar siempre abiertas para mí.

Cuando sentí la mano en mi monte de Venus, me sobresalté, porque no la esperaba allí, y menos aún su dedo mayor hurgando sin piedad entre mis labios inferiores. Creí morir de vergüenza cuando ambos notamos mi humedad. Bajé la cabeza, pero él la subió del mentón y me besó. Sentí su boca, su lengua buscando la mía sin reparos, sin vergüenza, sin temor. Solo existía la pasión contenida durante un año y que comenzaba a salir a raudales por todos nuestros poros.

Sentí la necesidad de rodearlo con mis brazos, mientras él ocupaba una mano en mi vagina, mojándola con mis jugos, y con la otra jugaba con un pezón.

-Quieta. ¿Quién te dio permiso de moverte? –dijo con una voz especialmente dura- Estoy reconociendo lo que es mío, y tus jugos me dicen que te agrada… chanchita.

Reconocer que tenía razón hizo que me sonrojara. Solamente el tenerlo cerca de mí, el sentir su voz en vivo, el sentir su contacto, su aliento, su cercanía… era suficiente para sentirme feliz, viva, y completa como sumisa.

De golpe dejó de tocarme. Silencio. Algo rodeó mis tobillos, primero uno y luego otro: estaba colocándome las tobilleras.

-Estira tus brazos hacia delante –Obedecí, mientras que con una firmeza no exenta de cuidado, me colocó las muñequeras.- Ponte de rodillas y prepárate a recibir tu collar.

¿Por qué significaría tanto que mi Amo me colocara ese trozo de cuero en el cuello? Quizás porque era más que un trozo de cuero, quizás porque era él quien lo ponía, quizás fue el sentir sus manos rodeando mi cuello, o las emociones que implicaban entrega, humillación, sentirse poseída.

-Ahora sí eres una perrita: “mi” perrita. -sus palabras recorrieron mi médula- De pie. Dame tus manos, te las ataré así, juntas. Ahora levántalas…

Estaba privada de la visión, pero el espejo de mi mente me permitía imaginarme parada a su lado, con los brazos en alto, totalmente desnuda, las piernas abiertas ligeramente y casi en puntas de pie. Lo sentí caminando alrededor de mí; estaba atenta a él, a sus movimientos, a sus ruidos, al contacto permanente que tenía conmigo. Sus manos en mi cuerpo se multiplicaban al acariciarme...

La punta de su lengua, sus labios y toda su boca se concentraron en mis pezones: los chupó, besó y mordió, estirándolos primero con sus dientes y luego con sus dedos. Algo duro, frío y metálico los apretó sin piedad. El dolor era agudo y me quejé por primera vez. Sentí su boca pegada a mi oído:

-Shhhhhh… ¿Qué pasa? ¿Duele perra? –es un susurro que me taladra, es una frase humillante por real y sentida, pero no le contesté. Mi silencio le hizo repetir la frase, pero para que me quedara claro, agarró la cabellera de la nuca y tirando mi cabeza hacia atrás me habló en un tono más fuerte- ¿No escuchaste? Ahora ya no puedes esconderte tras la PC , te tengo acá para mí. ¿Te duele perra?

La presión que ejerció sobre el broche mientras me interrogaba, hizo que le respondiera de forma inmediata:

-Sí Señor…

-Así me gusta –contestó colocándome el otro broche. Sentí un tirón en ambos pezones lo que me dejó saber que estaban unidos por una cadena.

Estuvo jugando unos momentos con eso: tiraba de la cadena en diferentes direcciones haciendo que me mordiera el labio, pero no dije nada. Lo sentí alejarse y luego un profundo silencio. Bajé mi cabeza buscando un momento de relajación, pero…

Una fuerte nalgada hizo que me contorsionara llevando mi cuerpo hacia delante. La sorpresa, el dolor, el ardor, el miedo, el placer, la mezcla de sensaciones, más placer… hizo que lanzara un fuerte gemido, mezcla de todo lo que iba sintiendo. De forma rítmica, fuerte, sonora, placentera, fueron cayendo las nalgadas una a la vez, distribuidas en forma uniforme en ambas nalgas. Daba una serie de azotes, paraba, me acariciaba y recomenzaba el castigo. Los primeros golpes fueron extremadamente placenteros, pero a medida que pasaban los minutos, se hacían más fuertes, dolorosos, se sentían más. Intenté no quejarme, pero resultó inevitable.

Paró en seco toda acción, pero dejó su mano apoyada en la nalga y me hizo una suave friega. La mano se movía en círculos cada vez más grandes, hasta que quedó instalada en mi entrepierna. El instinto me hizo cerrarlas, pero…

-¡Quieta! Abre las piernas –La orden no se hizo repetir. Fue delicioso sentir sus dedos explorándome, haciéndome desfallecer de placer.- Estás mojada chanchita. ¿Te gusta?

Ya me había tomado el punto y sabía cómo mover sus dedos para dejarme en la orilla del abismo del placer máximo, a punto de despeñarme por él… Pero no fue posible, porque en ese mismo instante, paró. Mi primer sentimiento fue de bronca hacia él, por dejarme en ese estado de excitación. Estuvo jugando con mis ganas un buen rato, llevando y trayendo mi lujuria a su antojo: ora azotes, ora caricias, ora masturbación sin límites. Hasta que llegó un momento en que no soporté más y me descargué en un grandioso orgasmo. No dijo nada, sólo me sostuvo hasta que el cansancio posterior llegó. Fue entonces que me rodeó con sus maravillosos brazos y me dijo:

-Mal, muy mal chanchita. Yo no te autoricé para que hicieras eso. Eres una perrita caliente y deberé castigarte por eso.

Me desató y poniéndole una cadena al collar, me ordenó:

-Al piso, de rodillas, en cuatro patas. Veamos… ¿Qué falta ahora para que seas una perra? Vamos a dar un paseo, vamos…

Sentí un azote en mi nalga, con un instrumento largo y contundente, o sea… una vara. La escena se presentó en mi cabeza: él tirando de mí por una cadena, yo caminando en cuatro patas como una perra, obedeciendo sus órdenes. Me sentí humillada y en su poder; de esa forma recorremos la sala hasta que me ordenó detenerme. El tirón de la cadena fue hacia arriba, por lo que intuí que debía ponerme de pie, caminar unos pasos hasta que mi panza tropezó con lo que supuse sería una mesa.

-Túmbate sobre la mesa y estira las manos hacia delante.

Obedecí, dejando mi estómago y mis senos pegados a la madera. Sentí cómo pasaba la cuerda por las muñequeras y las ataba a la mesa. Hizo otro tanto con las tobilleras y mis piernas, que debieron permanecer abiertas, con el culo en pompa y exhibiendo toda mi intimidad.

Percibí su presencia tras de mí. Sus manos exploraron mis agujeros una vez más. Metía, sacaba, hurgaba por todos lados y yo no pude evitar gemir de placer. Eso pareció incentivarlo para que arremetiera con más ganas sus toques. Cuando sentí que comenzó a introducirme un dildo en mi ano, comprendí que lo que buscaba era excitarme para que fuese más fácil la penetración. No lo hice intencionalmente, pero de forma instintiva e irracional, traté de evitar la penetración. Una sonora nalgada hizo que me quedase estática, hasta que el dildo fue introducido en su totalidad.

Descansé mi cabeza en la madera mientras el ardor en mi ano comenzaba a hacerse cada vez más placentero. Un silbido agudo me incorporó de golpe, aunque sin lograrlo por las ataduras. Conocía ese sonido a pesar de jamás haber sido azotada con una vara. No quería ser azotada con una, aunque jamás la había probado. Mi primer pensamiento fue: “No, la vara no. Él sabe que nunca la probé”. Intenté moverme pero fue en vano, también el intentar mirar. Sentí miedo, miedo al dolor. El primer varazo me hizo temblar.

-No Señor, por favor…- le supliqué con un suspiro. Se acercó a mi oído y me asusté aún más.

-¿Dijiste algo chanchita?

-Por favor Señor

-Por favor… ¿qué?

No podía decir nada. ¿Qué le iba a decir? Temía al dolor, pero también sabía que él no me haría daño, confiaba en él. Con ese pensamiento y el de mi entrega, agregué:

-Nada Señor…

-Bien

Los varazos se sentían más que cualquier azote. El dolor era agudo, punzante, y luego de sentirlo sobre la piel, como que se agrandaba a medida que pasaban los segundos. No le dio importancia a mis lágrimas ni a mis gemidos, pero me hacía sentir su presencia y cuidado acariciándome cada pocos azotes. No es que fueran demasiados, pero me hicieron saltar las lágrimas que me sirvieron de limpieza para borrar mis últimos temores.

Sentí el ruido de la vara al apoyarla sobre la mesa, y sentí su dureza cuando se apoyó sobre mí para recorrerme desde la nuca hasta las caderas con sus dos manos, bajó por una de las piernas hasta la tobillera, la desató e hizo lo mismo con la otra. En tanto, no paraba de besarme, de recorrerme con su lengua y con su boca. Creí estallar de placer y lo hubiera hecho si no se hubiese detenido para desatarme las manos.

Pensé que me dejaría libre, pero me equivoqué. Simplemente me viró y me puso boca arriba sobre la misma mesa, atándome manos y piernas como en una cruz. Fue en ese momento que me quitó los broches de los pezones. Necesité que los tocara, los acariciara, los besara pero… no hizo nada.

Tenía la vagina totalmente expuesta para él. Supo aprovecharlo separando los labios y colocando broches a ambos lados hasta un total de ocho; mientras hacía eso, introducía sus dedos en la vagina y movía sin piedad el dildo de mi ano. Mi excitación crecía sin remedio.

Silencio total. Sentí su mirada sobre mí primero, luego oí sus pasos que se alejaban para luego regresar. Se paró a mi lado. Quizás fue la sorpresa, quizás porque fue la primera vez, pero la cera caliente cayó sobre mis senos con la sensación de que perforaban la piel y dejaban un agujero en el mismo lugar que caía. Comencé a moverme en forma compulsiva, nerviosa. Mis gemidos y súplicas hicieron que se detuviera… en el pecho. Pero el viaje continuó hacia mi vagina, que temerosa, se contraía más de lo normal. A medida que retiraba los broches, hacía que la cera derretida se desplomara sobre la zona más sensible de mi cuerpo. Otra vez silencio, y luego su mano quitándome el dildo.

-Mmm… ¡qué bien! Aquí tengo una chanchita con el culo bien abierto… -dijo, mientras con su mano fue quitando la cera que había caído sobre la vagina.

Sin dejar de acariciarme, desató mis manos y piernas. Parecía que sus dedos se habían multiplicado, los sentía por todas partes y no quería que aquella sensación parara.

-Señor…

-¿Qué necesitas?

-A usted…

-Pero ¿qué pasa chanchita? ¿Estás caliente, excitada? Mmm… ya veo, estás mojada. Muy mojada –y recomienza su magreo por todas partes. De repente para sin más.

-¡No…! -le grité con una voz que no se sabía si era súplica u orden.

Pude sentir su sonrisa mientras me ayudaba a bajar de la mesa. Me guió hasta otro extremo de la sala. Fue allí que me indicó:

-De rodillas, ahora… -tomó mis manos y las ató juntas en la espalda.- La frente contra el piso.

Obedecí sin preguntar y lo sentí pararse frente a mí y poner los pies al costado de mi cabeza. Su voz, proveniente desde la altura, me pareció más dominante y bella que nunca:

-A ver chanchita… Quiero comprobar qué tan bien haces lo que tanto deseas hacer, qué tanto empeño pones.

La orden no necesitaba repetición. ¿Cuántas noches había soñado con hacerlo? Besé sus pies y los adoré. Mi boca y mi lengua fueron ascendiendo por sus piernas hasta llegar a su pene, que golpeó mi rostro en busca de atención. Mi boca fue todo lo dulce que pudo, el tiempo se detuvo y mi lengua comenzó a recorrer el objeto de mi deseo. Besé, chupé, succioné, recorrí y quise aprender de memoria cada milímetro de aquel bello y deseado falo. Mi Amo tomó mi cabeza con sus dos manos, dirigiendo el ritmo y la cadencia con que deseaba ser satisfecho. Perdí la noción del tiempo, solo quería su satisfacción y llegar al final. Pero no me lo permitió. Me detuvo y me hizo poner de pie.

Su mano derecha tomó mi mentón para levantarme el rostro y besarme con pasión. Mi excitación hizo que le retornara el beso con las ganas acumuladas durante todos esos meses. El volcán de mi efusión y voluptuosidad estaba a punto de estallar. La espera había sido demasiado larga y no podía aguardar más. Me dio vuelta con energía y desató mis manos con cierta torpeza por el apuro.

El sillón nos recibió con alguna queja por el impulso. Él se sentó y me colocó encima, a horcajadas sobre él. Mi cabalgata fue comparable a la de la más experta amazona, pero yo llevaba interiormente el soporte de su virilidad que me impedía caer y me dejaba gozar sin pudores. Su boca en mis pezones, sus manos azotando mis nalgas y marcando el ritmo de mi cabalgata, hicieron que una lluvia de orgasmos contenidos se desataran sin más.

Me ordenó pararme y levantarme para inclinarme sobre el asiento del sillón, con las piernas muy separadas y la vagina expuesta. Sentí su rostro hundirse en mí, mientras sus dedos recorrían mi ano. No pude evitar sentir un orgasmo más grande que un tsunami que me invadió todo el cuerpo. Sin que me pudiera recuperar, su falo se introdujo en mi ano hasta el fondo.

Los embates comenzaron lentamente, de forma suave y rítmica, hasta que fue subiendo el compás más y más fuerte cada vez. Su pene entraba y salía sin cesar, volviéndome loca de excitación. Mientras con una mano pellizcaba mis pezones, hurgaba en mi vagina en busca del clítoris, o me nalgueaba para llevarme a un estado donde el tiempo y el espacio pierden validez para darle todo el lugar al placer. Apretando su cuerpo contra mis caderas, sentí que mis entrañas fueron bañadas por su semen. Lo sentí tan mío, me sentí tan suya, lo percibí tan dentro de mí que no pude evitar un orgasmo más.

Cuando se separó de mi cuerpo, me sentí como abandonada. Se acercó y parándose a mi lado me preguntó:

-¿Estás feliz chanchita? ¿Te gustó?

Lo miré a los ojos y pude ver una sonrisa en su mirada.

-Si Amo Amadeus, muy feliz. Me encantó. ¿Y usted, Señor, está complacido? ¿Está feliz?

Sonríe una vez más y guiñándome un ojo me contesta:

-Sí, mucho. Pero ahora laura, levántate. Debes bañarte, cambiarte y regresar. Ya es tarde.

No deseaba irme, ni quería que esa tarde terminara, pero obedecí. Una vez que estuve arreglada me acompañó a la puerta donde me aguardaba un coche, me besó y me despidió con una corta frase:

-Cuídate chanchita. Nos vemos…

--- F I N ---

lunes, 29 de junio de 2009

BDSM GOURMET

Autora: anitaK[SW]

Terminó de colocar los últimos bocadillos sobre aquella espectacular bandeja cuando llamaron a la puerta. Era una noche muy especial porque había invitado a tres parejas a compartir una cena muy especial.

Antes de salir del comedor, dio una rápida mirada a su alrededor y dándose a sí mismo un gesto de aprobación, se dirigió a la puerta principal. Al flanquear la puerta, sonrió a sus huéspedes que esperaban para entrar.

-Buenas noches, sean bienvenidos a esta casa.

Comenzaron a entrar mientras eran discretamente estudiados por el anfitrión, que ya los conocía. La primera en ingresar fue Dómina Anaís que traía a su sumiso Ramiro caminando en cuatro patas, con la cadena atada al collar de su cuello y vestido con una brevísima prenda interior. En cambio la dama lucía un ajustado vestido rojo, largo y con un profundo tajo que dejaba ver su pierna derecha hasta casi llegar a la cadera. Unos zapatos rojos de tacón y guantes elastizados que llegaban hasta el antebrazo, hacían que una mujer que quizás en la calle no llamara la atención, se viera espectacular.

-Madame, gracias por aceptar mi invitación –dijo Shamael con un guiño- Te ves deliciosa querida. Adelante por favor.

Detrás de ella se presentó Pedro el Grande y su esclava katriushka. Vestido totalmente de negro, pantalón, camisa y zapatos del mismo color, apenas interrumpido por el brillo de la faja de seda, también negra. La esclava lucía una sencilla túnica blanca, corta y holgada, que contrastaba con su cabello negro y brillante. Llevaba muñecas y tobillos ataviados con sendas muñequeras y tobilleras de cuero, lista como para ser atada, pero hasta ese momento la única atadura que lucía era la cadena pendiente de su collar. Venía con su cabeza baja, dos pasos detrás de su Amo.

-Pedro, bienvenido, qué gusto tenerte por aquí –saludó atentamente con lo que quiso ser el bosquejo de una sonrisa en los labios de Shamael.- Ya conoces el castillo, así que pasa a tu casa.
-Gracias Shamael, siempre es un gusto venir aquí.

Un hombrón con cara de querubín barbado casi tapó la puerta de acceso. Debía medir cerca de los dos metros de altura, y su peso no era menos espectacular. También vestía de negro, pero traía su camisa arremangada casi hasta los codos, y el pecho se dejaba ver a través de los botones abiertos hasta debajo de las tetillas, Anillos, collares, tatuajes, piercings y una espectacular hebilla con sus iniciales, complementaban su vestuario. Don Rodrigo, tan impresionante en su entrada, era en realidad un novato con muchas ganas de aprender, y esta era su primera intervención en una cena BDSM. Su sumisa jimena, estaba asustada, atemorizada por no saber cómo se desarrollaría aquella noche donde debutaría en público como sumisa de su Señor. Ataviada con un mínimo taparrabos de cuero natural y un sostén del mismo material, entró enfundada en unas simples zapatillas que lucían encantadoras en sus diminutos pies.

-Don Rodrigo, me da mucho gusto que haya decidido venir. Pase…

Tras el último invitado, Shamael cerró la puerta y miró a sus huéspedes.

-Esta noche será muy especial para todos, al menos, es mi deseo que lo sea y que pasemos muy bien. Me gustaría que se sientan cómodos y distendidos. Ahora pasemos al comedor, allí les tengo una sorpresa.

Al entrar al recinto, una sonrisa de aprobación se dibujó en el rostro de los Dominantes: kajirasumi, la kajira de Shamael, se encontraba tendida sobre la mesa, totalmente desnuda, y encima de ella todo tipo de manjares.

No se le movía un músculo. Tenía el pelo recogido sobre su cabeza en un coqueto y pulcro moño; su cara se veía relajada; desde su cuello y hombros hacia los pechos, corrían tres hileras de diferentes quesos cortados en formas variadas; sobre los senos se había colocado salmón ahumado, formando a la altura de las aureolas y los pezones, una pequeña elevación donde se había situado dos recipientes con caviar. Sobre el estómago había varios tipos de panes y galletitas, y más abajo comenzaban las frutas; en el hueco entre el monte de Venus y la entrepierna, había un espectacular cuenco de vidrio de Murano, tallado exquisitamente, conteniendo chocolate líquido para mojar allí las frutas. Las piernas y brazos también sostenían otras delicias esperando ser consumidas.

Los Amos, sentándose alrededor de semejante bandeja viviente, comenzaron el festín, mientras los tres sumisos debidamente instruidos con anterioridad, servían las bebidas y reponían los alimentos.

La charla se hizo amena y distendida. Cada Dominante estaba pendiente de las actitudes y comportamiento de su sumiso, sin que por ello dejaran de disfrutar del estupendo banquete. Una vez concluida la cena, Shamael le pidió a los sumisos que terminaran de quitar los restos de comida de su kajira para que pudiera higienizarse y reunirse de inmediato con ellos. La orden no se hizo esperar y kajirasumi regresó a los pocos minutos vestida con una sencilla túnica blanca, semitransparente, y tomó su lugar junto al resto, en posición silknadu,

Con un solo gesto de su Amo, kajirasumi supo que era la hora del café. El anfitrión era muy estricto respecto a las bebidas alcohólicas en sus reuniones de BDSM, y jamás servía nada de alcohol. Refrescos, jugos naturales de todo tipo, agua, té de diferentes sabores y café.

El momento de las exhibiciones se acercaba y tanto Dominantes como sumisos estaban expectantes.

-Amigos, los invito a dejar el comedor y trasladarnos a la habitación que tengo preparada especialmente para nuestros gustos. Algunos de ustedes ya la conocen, y espero que sea del gusto de los demás. Síganme por favor.

La última habitación del corto pasillo tenía una puerta igual que las demás, pero estaba cerrada con doble llave.

-Esta habitación fue diseñada para gimnasio, pero yo la convertí en… una mazmorra –dijo mientras abría la puerta por completo.

Cuando se encendió la luz, la habitación se convirtió en el sueño de cualquier Amo: las paredes con una cruz de San Andrés, muchas cuerdas de algodón de diferentes grosores y tamaños, esposas, muñequeras, tobilleras, cadenas, instrumentos de Spanking colgados ordenadamente, un cepo, varias cadenas y ganchos para suspensión, un potro, una cama para torturas, y un par de placares con aparatos eléctricos, pinzas, velas, dildos, agujas, elementos medical y más. Todo estaba perfectamente ordenado y clasificado.

-Todo lo que ven aquí, estimados amigos, me ha llevado años reunirlo. Comencé con unas pocas cosas y lentamente le fui agregando más y más. Cuando compré esta casa, decidí desde el primer día que esta habitación haría las veces de mazmorra. Y lo he conseguido, aunque uno nunca está totalmente conforme y siempre se quiere más…

Los sumisos fueron situados en un rincón, y los Dominantes se acomodaron en unos enormes sillones mientras hablaban y alababan la magnifica mazmorra lograda por el anfitrión.

-Anaís… yo te invitaría a que hicieras la apertura “oficial” de esta exhibición –comentó Shamael con una suave sonrisa.
-Claro, será un placer… ramiro, ven aquí.

El esclavo obedeció la orden, y se presentó ante ella de pie, con la cabeza gacha.

-Pero… ¿Qué haces? ¿Estás intentando dejarme mal delante de otros Dominantes? ¿Desde cuándo te permito que tengas tu cabeza más alta que la mía? ¡Abajo perro!

El esclavo se tiró a sus pies, en cuatro patas, posición que la Dómina Anaís aprovechó para tomarlo como mueble y posar sus pies en la espalda del joven. La charla siguió animadamente, mientras que la Dómina se sentó sobre ramiro, y luego volvió al sofá para obligarlo a lamer sus botas , en tanto el joven se esforzaba por superarse a sí mismo. Cuando llegó el temido momento de los broches, Anaís lo ató a unos ganchos que había en la pared; juntó sus manos, las cruzó, y ató sus tobillos bien separados. Acto seguido, se fue hasta un bolso y regresó con un conjunto de broches… el dolor se reflejaba en el rostro del esclavo cuando luego de colocados en los pezones, comenzó con los testículos. A esa altura, la excitación de ramiro era notoria, así que quitando los broches y desatándolo, lo condujo hasta delante de una silla. Fue allí que vendó sus ojos, y haciendo que se colocara con su culo en pompa apoyando sus manos sobre la silla, tomó una fusta, la ofreció en silencio al resto de los Dominantes; Pedro la tomó y midiendo distancia, descargó el primer fustazo sobre las nalgas del esclavo.

Mientras era castigado por los demás, Dómina Anaís aprovechó para quitarse el vestido, quedando ataviada con un conjunto de short muy cavado, y un sostén que dejaba sus pechos al descubierto. Acto seguido, comenzó a colocarse un corsé con un falo de interesante tamaño y embadurnarlo con abundante gel. Al terminar, Shamael, quien era el verdugo en ese momento, entregó la fusta a su dueña.

Con la fusta en la mano, recorrió la espalda del esclavo y caminó a su alrededor, hasta quedar detrás de él.

-Has sido un buen perro esta noche –le dijo mientras introducía su mano en el cabello de su esclavo- así que te daré tu recompensa.

Con la fusta comenzó a golpear suavemente la entrepierna de ramiro, que comprendiendo de inmediato la muda señal, se abrió de piernas. La mano aún enguantada de la Dómina, comenzó a transitar las nalgas que le pertenecían y acercó el falo al ano del esclavo. Cuando éste sintió la penetración, tiró su cabeza hacia atrás.

-No te atrevas a moverte. Sé cuánto te gusta y ahora voy a hacerte gozar…

Lo que al comienzo fue una penetración lenta y suave, se fue convirtiendo de a poco en una dura y rítmica secuencia de embates, cada vez más potentes. La cara del esclavo era un himno al placer, y su pene henchido estaba a punto de estallar cuando la Dómina lo sacó de golpe, dejando a su propiedad en un enorme estado de excitación. Le quitó la venda y le ordenó retirarse junto al resto de los esclavos, orden que ramiro acató de inmediato, dirigiéndose al lugar con alguna dificultad al caminar. Su dueña lo miraba alejarse con una sonrisa de picardía dibujada en los labios.

-Tenemos esta noche una pareja muy joven y debutante, que se está fogueando en este tipo de reuniones –dijo el anfitrión de la noche, dirigiendo su mirada sobre Don Rodrigo- ¿Le gustaría ser el siguiente? Lo invito porque así no estará pendiente de ver cuándo es su turno y podrá gozar del resto de las exhibiciones sin ese pensamiento en su cabeza. Por supuesto que si prefiere no participar, no se sienta obligado a hacerlo.
-Muchas gracias, pero algo haremos –dijo el hombrón haciendo una seña a su sumisa para que se acercara, quien obedeció rápidamente.

Don Rodrigo, con la cadena de su sumisa en la mano, dirigiéndola con suaves tirones, se acercó a la silla que estaba en medio de la estancia y se sentó, quedando jimena sobre su costado derecho. Una vez acomodado, comenzó a quitarse los anillos y se los entregó a la joven, que con mucho cuidado los colocó encima de una mesa y regresó prestamente a su lugar. Fue entonces que el Amo tomó su mano y de un impulso la colocó sobre sus rodillas.

Las nalgadas comenzaron a caer sobre las pétreas redondeces de la joven. Cada nalgada movía con una gracia inigualable el trasero de jimena, que se iba tornando cada vez más rojo, y la exigua falda de cuero se iba levantando cada vez más, hasta dejar las nalgas totalmente al descubierto.

El Dominante tenía vasta experiencia en el Spanking por lo que estaba demostrando. Sin permitir que la sumisa dejara su posición, se inclinó levemente quitándole una de las zapatillas. Era con suela de plástico duro y con un taco que apenas sobresalía del resto de la suela. Don Rodrigo tomó el calzado por la parte posterior y lo movió en el aire, como para probarlo antes de descargar con fuerza el implemento sobre las desprotegidas y rosadas nalgas de la sumisa. Luego de unas decenas de azotes, unos casi inaudibles gemidos comenzaron a escucharse.

-Silencio –ordenó el gigantesco hombre- ponte de pie.

La sumisa acató la orden.

-Collaring, de pie –se escuchó decir de los labios del hombre. Entonces jimena inclinó su cabeza hacia delante y levantó los brazos juntando sus manos y dejando su rostro entre ellos. Se veía hermosa en esa posición y una mirada de amor y cuidado se escapó del rostro del joven Amo, pero fue sólo un segundo. Enseguida se colocó detrás de su pequeña jimena, y le quitó el sostén. Los senos de tamaño ideal, túrgidos, jóvenes, suaves y deseables se bambolearon entre los dedos del Amo, que mientras los acariciaba, aprovechaba a besar con ternura el cuello de su pareja. Las enormes manos hacían más pequeño aún el cuerpo de la sumisa, y la recorrían con la experiencia de quien transita un terreno conocido. Bajó hasta las caderas y con un par de movimientos quitó la parte inferior del vestuario: el pequeño taparrabos de piel natural.

La inexperta sumisa, de frente al resto de los dominantes, se ruborizó y trató de cubrir su monte de Venus.

-Las manos a los costados. Eso que tratas de cubrir es mío y quiero que lo enseñes. Date la vuelta y ábrete de piernas.

La mujer giró y miró a su Amo en busca de auxilio. Encontró en su mirada la fuerza para continuar con la orden recibida.

-Ahora agáchate y toma tus tobillos con las manos.

En esa pose quedaba con su sexo totalmente expuesto; lo llevaba depilado y con un aro atravesando su clítoris.

-Sé que hay Dominantes que marcan de alguna forma a sus sumisos, con tatuajes, piercings, collares, joyas… Mi marca es ese aro en el lugar más íntimo de su cuerpo, y en el que le produce tanto placer. Quiero que mi sumisa goce hasta cuando sufre.

Colocó una pequeña cadena en el aro. Acto seguido, sacó de su bolsillo un pequeño tubo de pasta dental de una reconocida marca que era famosa por la fuerza de su sabor altamente mentolado. Introdujo el tubo en la vagina de la joven y lo vació sin que esta se moviera. Luego se sintió correr el cinto por las presillas de su pantalón. Cuando lo tuvo en su mano, lo dobló al medio y lo hizo silbar en el aire.

Nadie contó los azotes, pero fueron muchos. En un momento, un líquido blancuzco y pastoso comenzó a salir de la vagina de jimena y a escurrirse por sus piernas.

-Bien Señores, parece que mi putita calentó motores –dijo con una sonrisa de satisfacción mientras sobaba las enrojecidas nalgas de la sumisa- Por ahora regresa a tu lugar hasta que te llame. Y cierra las piernas. No te atrevas a avergonzarme…
-Sí mi Señor –dijo mientras se retiraba con sus mejillas casi tan rojas como sus nalgas. Tomó la posición en silencio y bajó su cabeza.

Le siguió Pedro el grande, Amo que imponía su experiencia y presencia con su sola forma de pararse en la mitad de la escena. Muñido de varias cuerdas, le hizo una seña a su esclava; katriushka obedeció al instante.

-Desvístete rápido – le ordenó.

Apenas estuvo sin ropa, las sogas comenzaron a correr por las manos de Pedro como si fuesen extensiones de su piel. Con la misma facilidad y experiencia con que una araña tejería su tela, así este experto en Bondage hacía maravillas con los nudos.

Realizó a su esclava un bondage que era un placer visual. Una mezcla de nudos, cuerdas de diferentes colores y grosores, todo combinado de forma tal que resultaba delicioso de ver. La limitación de movimientos de la mujer era mínima en ese momento, pero lentamente comenzó a restringirle movilidad, dejando sus agujeros muy expuestos. Un gag en su boca era lo que faltaba para completar el espectáculo. Lo eligió de un tamaño algo más que mediano, y de color rojo.

Los brazos hacia atrás, unidos por medio de nudos y cuerdas a las piernas y pies. El largo cabello atado a una cuerda que hizo pasar por entre las piernas, logró sujetar fuertemente el dildo que introdujo en su vagina.

Al hacerle un suave bastinado, la mujer comenzó a moverse, haciendo que el dildo se introdujera aún más en su vagina.

-Señores, si alguno quiere utilizar a mi esclava, está a su disposición…

Dómina Anaís tomó su fusta y comenzó a azotar levemente los pezones de katriushka, que no tardaron en reaccionar. Fue en ese momento que Shamael tomó un plug, y lo acercó a la cara de la esclava. Ante los ojos casi desorbitados de la mujer, el veterano Amo comenzó a ponerle gel en la punta. Con excepción de Don Rodrigo y jimena, las otras tres parejas eran conocidas desde hacía tiempo, por lo tanto, sabían los gustos, preferencias y límites de los demás.

Shamael, con el plug en la mano, corrió la cuerda que estaba metida entre la separación de las nalgas. Fue en ese momento que Pedro obligó a su esclava a encorvarse aun más, para dejar más floja la cuerda. El plug comenzó a deslizarse dentro del ano con algo de dificultad. Al tener en la vagina el dildo, el espacio se había reducido. Lentamente, comenzó acomodarse hasta que se introdujo por completo.

No había pasado ni dos minutos, cuando los movimientos y contorsiones de katriushka aumentaron más de lo habitual. Pedro, pendiente de su esclava, no veía que ella utilizara el gesto acordado para parar la sesión. Se acercó y le preguntó: “¿Estás bien?”. Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero continuó moviéndose. La risa de Shamael llamó la atención de Pedro.

-Déjala… es que cumpliendo la promesa que les hice en nuestra última reunión, agregué jugo de jengibre maduro al gel que puse en el plug. Creo que está comenzando a sentir los efectos de esa maravillosa raíz.

Pedro miró a su esclava y le quitó el gag, limpiando con un pañuelo inmaculado la baba que caía por su mentón. Tomó el rostro de su pareja entre sus manos y la besó con pasión. Mientras unían sus labios y lenguas, las manos del Dominante comenzaron a bajar hasta los pezones, los que comenzó a apretar, cada vez con más fuerza, hasta casi hacerla gritar de dolor.

Apoyada como estaba en su vientre la hizo girar, dejando sus partes íntimas frente a él. Con sumo cuidado retiró el dildo, y en su lugar colocó su pene, enorme y erecto, dentro del agujero tibio y húmedo de su pareja. La danza del sexo comenzó y las embestidas tomaron ritmo y fuerza, mientras que el jadeo acompañaba a ambos. Por cómo gritaron y se agitaron, los observadores llegaron a la conclusión que habían alcanzado juntos el momento máximo de placer. Pasados unos momentos, Pedro comenzó a desatar con cariño y celeridad a su compañera de escena. Una vez desatada, la masajeó con la seguridad que lo haría un experto.

En el rincón, kajirasumi esperaba su turno, excitada desde antes de comenzar con todo lo que había visto. Miraba cada paso, cada gesto, cada movimiento de su Amo esperando que fuera el indicador para que fuera a su encuentro.

Shamael se encaminó al centro de la habitación con sendas cuerdas en la mano. Miró a su kajira y con el dedo índice le indica que vaya al centro de la habitación. La mujer se levantó rápidamente y con la cabeza baja, se dirigió en dirección a su Amo y Señor. Otra seña fue suficiente para que se quitara la fina túnica que la cubría y quedara totalmente desnuda.

En el centro del recinto y con todos los ojos pendientes de ellos, Shamael comenzó por vendarle los ojos y luego empezar con la realización de un bondage en su kajira. Pasó la soga por el cuello y allí empezó los primeros pasos para hacerle un bondage de suspensión.

Debido al tamaño, altura y peso de la mujer, los nudos debían ser mucho más seguros y firmes que con otras esclavas. Las ataduras realizadas no eran una maravilla en cuanto a la estética, pero se veían firmes. Una vez finalizada la tarea, la ayudó a que se acostara en el piso, boca arriba. La posición era incómoda para soportarla, porque tenía los brazos y manos atados en la espalda. El Amo y anfitrión de la velada, se dirigió a un rincón de la habitación; kajirasumi oyó sus pasos alejarse y luego regresar. Sus oídos eran el único nexo que tenía la mujer con lo que sucedía en la estancia.

Las primeras gotas de cera hirviendo perforaron su piel, o al menos así lo sintió. Saltó en su lugar, más que por el dolor, por la sorpresa. La cera caía desde una altura que permitía que se fuera enfriando en su ruta al cuerpo de la kajira. A veces eran gotas, a veces eran pequeños chorros que se dispersaban en sus senos, estómago, ombligo y hasta en su sexo. Las ataduras estaban hechas de forma tal que dejaban libre la vagina y el ano, pasando por la cuerda por fuera de los labios exteriores, contra la entrepierna.

-Boca abajo kajirasumi, que esto aún no comenzó.

La kajira obedece. A sus oídos llegan el ruido de las cadenas y las poleas de suspensión, e imagina su futuro inmediato. Shamael toma el gancho de la polea central y lo coloca en la cintura, atando una cuerda a cada extremidad para repartir el peso de forma que quede en posición horizontal. Las piernas de kajirasumi quedan dobladas sobre sus nalgas y muy abiertas, y todo su cuerpo es subido hasta quedar suspendido a la altura de la cadera de su Señor.

El primer broche le fue colocado en el labio de la vagina, y el resto siguió el mismo camino. La presión se sentía y mucho, pero todo aquello era excitante. La mente de la kajira suspendida en el aire se concentró en la posición en la que se encontraba, observada por tantos ojos, con la presión de los broches en su vagina y los ojos vendados. Sintió correr un líquido que salía de su vagina y se resbalaba por su monte de Venus.

Sintió una fortísima presión en su pezón derecho e inmediatamente en el izquierdo. No pasaron demasiado segundos cuando apreció cómo le eran colocadas pequeñas pesas en la pinzas de sus pezones. Un nuevo efecto se unía a la cadena de estremecimientos que venía sintiendo con todo aquello que su Amo le hacía.

El balanceo que había logrado Shamael era perfecto. La mujer se balanceaba y todos sus encantos estaban totalmente a la vista, por lo que se sentía expuesta y excitada. Sintió la presencia de su Señor en medio de sus piernas y las manos, queridas y reconocibles entre miles, comenzaron a acariciarla. Recorrió su cuerpo y se detuvo en su ano, jugando con él, entrando y saliendo con los dedos por todos los agujeros y recodos.

Sólo pudo oir las risas por lo bajo. ¿Qué sucedería? Sintió algo no muy grueso pero húmedo y fibroso entrar en su vagina. A los pocos segundos comenzó el picor… No tenía manera de tocarse, ni de frotarse, ni de hacer nada. Cada momento que pasaba era más insoportable. Debía resistirlo por su Amo, después de todo era su kajira y no podía dejarlo mal, pero… cómo ardía.

Debió imaginarlo. Su Señor era un maestro en el arte del figging y ella conocía perfectamente su reacción ante esta raíz. Cada vez era más fuerte el deseo de ser penetrada. Al hacer tanto movimiento, el vaivén se hizo más fuerte, pero una mano firme la sostuvo. Una vez más reconoció a su Dueño, mientras se colocaba detrás de ella y comenzaba a penetrar su ano..

Los embates eran increíbles, la kajira no pesaba nada y toda la excitación no tardaría en rendir frutos si Shamael no lo hubiese parado.

-Alto. Te prohíbo expresamente que tengas un orgasmo. Aún no es el momento…

Tuvo que hacer un esfuerzo demasiado grande para poder aguantar el orgasmo. No podría…era… imposible…

-Piedad mi Señor… piedad –dijo kajirasumi casi en un susurro, mientras lograba controlar el orgasmo.

A su señal, los demás Amos se acercaron a la escena. Anaís, con el mismo corsé y otro dildo, se aproximó a la boca de la kajira, haciendo que lo chupara profundamente. Fue una humillación para la mujer suspendida de las cuerdas, que no se opuso en ningún momento. Nunca se le ocurriría desobedecer.

Un tímido Don Rodrigo se acercó en silencio, mientras que Shamael lo invitaba a hacer uso de su kajira. El enorme Amo se colocó detrás de kajirasumi, penetrándola sin demasiados miramientos. Tuvo que tomarla con fuerza de las caderas para que no se bamboleara tanto y poder gozarla mejor. Con cada embate, el dildo se introducía más en la boca de la sumisa. En tanto, el anfitrión y Pedro preparaban la segunda parte del castigo: el cepo.

Los orgasmos comenzaron a aparecer como una cascada en la kajira… no podía ni quería parar, eran demasiadas las situaciones vividas y una vez que comenzó con los orgasmos, no podía parar. Se sucedían uno tras otro mientras Don Rodrigo acompañaba a la joven en ese placer.

Una vez que hubieron calmado sus ansias, el anfitrión bajó a su kajira con la ayuda de Pedro, la desataron y sin darle respiro la llevaron al cepo. Las piernas aún le temblaban cuando fue colocada en él.

Tras el permiso de Shamael, Pedro el Grande se colocó detrás de la mujer, preparado para lo que vendría.

-Mi bella kajirasumi, llegó la hora de tu castigo. Cuando estabas suspendida te atreviste a pedir “piedad”. Dos veces. Es algo impropio en una kajira, y me avergonzaste. Parece que no aprendiste lo que te enseñé. Veremos si ahora te queda más claro.

Pedro el Grande se agachó y tomó con sus dedos el jengibre de la vagina, que estaba sumamente húmeda y algo inflamada. Con anterioridad, había tomado una paleta de las colgadas en la pared, poniéndose del lado derecho de la mujer, mientras que Shamael tomaba el lado izquierdo, con un temible gato de nueve colas fabricado en cuero crudo. Los azotes comenzaron a caer; las piernas de la joven temblaban, pero a pesar del dolor y las lágrimas, soportó estoicamente el duro castigo impuesto por su Amo.

Las nalgas estaban rojas y cruzadas por líneas profundas, de un rojo más fuerte. Shamael la sacó del cepo y la llevó al potro, donde la hizo colocarse con las piernas abiertas y el tronco del cuerpo encima del potro. Le quitó la venda y lo primero que vió kajiasumi fue… el rebenque.

Antes de comenzar a azotarla, su Amo, en cariñosa actitud, masajeó las nalgas de su kajira, de la cual se sentía tan orgulloso. Luego, comenzó a azotarla con aquel rebenque de lonja ancha. Los gestos de dolor femeninos eran un incentivo para el sádico Dominante, que gozaba el sufrimiento de su sumisa. Y fue allí que la poseyó sin límites, sin pensar que hubiese nadie alrededor, sintiéndola tan suya como era posible, penetrando su vagina y saciando su necesidad de sentirla de su pertenencia una vez más.

Cuando el dueño de casa sacó la vista y el pensamiento del cuerpo y las nalgas de kajirasumi, notó como sus invitados lo habían imitado.

Don Rodrigo ayudaba a su sumisa a saciar la picazón y las ganas de ser penetrada que le había dejado la fortísima crema dental, mientras la nalgueaba casi con desesperación.

Dómina Anaís había tomado a su esclavo y le estaba haciendo un espectacular facesitting, que ambos gozaban.

Pedro el Grande y katriushka gozaban las delicias de la cera mientras el Amo trataba de observar a lo lejos, el interior del armario con el instrumental médico.

Y así continuó la fantástica noche entre amigos…