miércoles, 15 de julio de 2015

MI NOVELA: SIN MIRAR ATRÁS

Queridos amigos:

Es el momento en que mi sueño se vuelve realidad. No es solo mérito mío sino del apoyo y cariño de todos ustedes, por eso quisiera que estén a mi lado el día del lanzamiento de la novela. Será el 5 de agosto a las 19.30 hrs en la Fundación FUCAC de Montevideo, Uruguay, con este desarrollo:

-Presentación de la escritora Sra. Claudia Amengual
-Dramatización de una escena de la novela-Presentación del Dr. Osvaldo Betti
-Dramatización de una segunda escena de la novela
-Presentación del libro por la autora con material audiovisual sobre.
a) Qué es el B.D.S.M.
b) Diferencia entre Sado-masoquismo y violencia doméstica
c) Dominación/sumisión
d) Cesión de Poder
e) Placer y Dolor
-Firma de ejemplares y Brindis

Para que vayan sabiendo de qué se trata el libro, aquí va una síntesis:

La historia ambientada en los años veinte, muestra a una Ofelia Gallardo que se ve lanzada a un periplo que la lleva desde su Buenos Aires natal hasta la lejana Londres. Allí conoce a Lord Sawford, un Duque que logra, por medio del consenso, introducirla al mundo de la Dominación/sumisión a través de prácticas Sado/masoquistas.

La autora ofrece al lector escenas de alto y fino contenido erótico, relatadas a través de vivencias de la protagonista en un mundo tan temido como deseado que conducirán a Ofelia al máximo placer sensual.

El texto de esta novela alcanza niveles insospechados de voluptuosidad a través de las experiencias bisexuales y masoquistas de su protagonista.

¡LOS ESPERO!





FRASES DE LA NOVELA


“Ofelia seguía repasando sensaciones que incluían, al mismo tiempo, sometimiento y libertad. Libertad para decidir permanecer al lado de Lord Sawford y sometimiento al menor de sus deseos. Libertad para entregarse, para confiar en él,  para aceptar sus decisiones con la certeza que jamás la dañaría...” (Sin mirar atrás)

 
Diré esto solo una vez: yo te elegí, te acepté y deseo que seas mía, que me pertenezcas en cuerpo y mente. Ahora depende de ti.” (Lord Sawford)



martes, 25 de junio de 2013

LA SEDUCCIÓN DE LILITH


 Se miró al espejo con el vestido negro, ceñido, que cubriendo lo imprescindible dejaba adivinar sus zonas íntimas. La imagen le confirmaba que no había nacido sumisa, sino dominante. Era Dómina, aunque su descubrimiento no datara de mucho tiempo atrás.


Después del accidente había permanecido en coma casi tres meses, y cuando despertó se sintió diferente, con deseos de dar órdenes, de seducir, de sentirse deseada y agasajada. En el hospital llegó a tener una cohorte de médicos y enfermeros a su disposición, todos dispuestos a cuidarla y mimarla por apenas una sonrisa. Lilith tenía suficiente inteligencia para saber de quién podía disponer a su antojo y de quién no. Durante su recuperación hizo algunas pruebas:  un grupo de hombres a los que rechazaba y hasta humillaba de forma continua, hacían caso omiso a sus palabras y continuaban buscándola cada vez con más insistencia.

Al salir de la convalecencia decidió teñir su abundante cabellera, tornándola roja como una larga bocanada de fuego que solo encontraba un respiro de frescura en el azul de sus ojos.


Dio otra ojeada al espejo para cerciorarse que el reflejo de esa mujer, voluptuosa y tentadora, era ella. Estaba preparada para presentarse ante su cuadra, todos elegidos de forma individual entre la larga lista que se había presentado a su convocatoria.

Con paso firme, cruzó la vieja casona que sus esclavos habían alquido para ella, accediendo al sótano por la imponente escalera. Ante su presencia, todos se postraron formando una alfombra humana por la que su diosa caminó rumbo al trono, haciendo que la carne se hundiera bajo los finos tacos.

Allí, desde su altura, comprobó que le pertenecían, con sus rostros mirando el  suelo, de rodillas, esperando el honor de ser usados por su Dueña como ella decidiera y deseara. Solo querían arrastrarse, humillarse para servirla y adorarla.

Miró su cuadra, su posesión, su dominio… y se sintió poderosa, diferente a la mujer casada que vivió un infierno, hasta que se marchó para ser feliz. Luego tuvo el accidente y… No iba a pensar en eso, porque ya carecía de importancia.

A partir de ese instante ella solo tenía presente y futuro; se había transformado en una mujer enigmática, oscura y misteriosa. Ahora era Lilith, una dama independiente que no necesitaba a nadie; en cambio, su presencia era imperiosa para todos aquellos hombres que habían sido conquistados y enredados con sus artes de serpiente seductora. Había sido capaz de hipnotizarlos del mismo modo que podría engullirlos, solo para después vomitarlos sin ninguna pena…

Así era la mujer que se había adueñado de ellos: enigmática, fatídica, perversa, siniestra… No existía ningún hombre que pudiera dominarla porque ella jamás lo permitiría. Amaba demasiado su libertad, y sabía el poder de atracción que eso suponía.  

¿Sabrían esos hombres que ellos debían vivir para satisfacer los deseos voluptuosos de su Dueña? ¿Imaginarían el castigo que obtendrían de no atender el más mínimo de sus caprichos, en el momento y en el lugar que ella decidiera…?

Luego de estar sentada en tu estrado, se puso de pie, dispuesta a hablarles:

-Escuchad, mis esclavos… Oíd mi voz esta noche, porque mis palabras deberán permanecer en vuestras mentes para siempre. Soy Lilith, vuestra Dueña, vuestra Señora, la que decidirá por vosotros de ahora en más…
¿Sabéis acaso quién es Lilith?
Lilith es quien vos habla: una mujer como no hay otra, que gusta de la noche, la oscuridad, y que se desenvuelve mejor entre las tinieblas. Lilith es un súcubo: tentador, sensual y libidinoso que tomó la forma de mujer para hechizar a los hombres…

Los esclavos querían mirarla, pero no se atrevían a levantar la vista. Cada uno de los presentes deseaba ser apresado por ese cuerpo terso, etéreo y reluciente.

Ella, sentada en su trono, no disimulaba su realidad: era una criatura indomable, salvaje, ardiente al punto que enloquecería a quien no lo poseyera. La única esperanza para no llegar a la enajenación, era ilusionarse con ser el próximo elegido.


Miradme! –Bramó levantando los brazos e incitándolos a levantar la vista- Quiero que observéis a vuestra Reina cuando os cuente uno de mis secretos… ¿Os gusta mi cabello? ¿Os agrada el rojo de su color? Pues enteraos que este color lo he conseguido con la sangre de los corazones masculinos que sucumbieron ante mis hechizos… El que tenga temor, puede irse ahora. Quienes permanezcáis fieles a mí, os prometo felicidad y gozo… Todo el gozo de pertenecerme. Ahora quiero la ayuda de… -los ojos suplicantes de los esclavos eran alimento para su ego, tan enorme como su universo- Frank… Ulises... y… Juan.

Los tres hombres corrieron a su encuentro, arrojándose a sus pies. Bastó una seña para que, con todo cuidado, la despojaran de sus vestiduras. Sin más vestido que su propia piel, se envolvió en el manto de sus cabellos de fuego, mientras se dirigía a una hamaca con forma de media luna. Los esclavos seguían sus pasos y cada uno de sus meneos. Hizo un levísimo gesto y la media luna comenzó a alzarse con ella sentada en el cuenco. Desde la altura, se regocijó una vez más con el paisaje humano de su cuadra, gozando por anticipado el placer que le brindarían.

Una idea la hizo ordenar el descenso. Quería a ese esclavo, ese al que aún no le había puesto nombre, pero que la había impactado desde la primera vez que lo vio. No le dijo nada, solo lo tomó de los cabellos y lo llevó al trono, arrojándolo sobre el apoyabrazos. El muchacho quedó reclinado sobre su estómago, sin animarse a mover un solo músculo. Ordenó que le vendaran los ojos. A partir de ese momento, solo pudo oír movimientos, pero nada más.

-¿Quién es tu Dueña? –inquirió la voz femenina.
-Usted, mi Señora
-¿Eres totalmente mío, esclavo?
-Sí, mi Señora
-¿Puedo hacerte lo que desee?
-Sí, mi Señora
-¿Cuál es tu límite, esclavo?
-Mi límite es la entrega total a mi Señora, con la seguridad que jamás me hará daño…

Lilith sonrió. Era una bella respuesta.

-Por una respuesta tan acertada, mereces un premio…

No hubo aviso previo. El esclavo solo sintió entrar el enorme falo del arnés que llevaba su Dueña. Estaba siendo sodomizado, y el dolor que sentía era desgarrador. Entraba y salía suavemente, como para que gozara cada sensación. La velocidad fue creciendo gradualmente hasta llegar a una velocidad de vértigo. El pene del esclavo estalló en una lluvia blanca que no pudo contener, pues el gozo había sido inimaginable.

Pero la Señora no pensaba igual...


domingo, 27 de noviembre de 2011

Recuerdos desde mi jardín...

Detesto despertarme bruscamente, como me sucedió esa mañana. El ruido de máquinas me sobresaltó, hasta que recordé que era el día en que viene el jardinero. Al regresar del trabajo me preparé un trago corto, tomé una servilleta para apoyar el vaso y salí al jardín a sentarme en la hamaca mientras disfrutaba del panorama. Disfruto el día que viene el jardinero; todo se ve limpio, impecable y sin hojas. Es primavera, por lo tanto me gusta deleitarme con la variedad de flores y colores…
Me fui a servir otro trago, pasé por la cocina, y al regresar mi vista se topó con el cerco que me separa de la casa de los vecinos. Sonreí, recordando cuando recién me había mudado y los patios traseros estaban divididos por una pequeña valla. En aquellos días tenía por vecinos a los García y a Nicolás Sacher. Cada vez que iba al patio trasero, a la izquierda estaban los juegos de jardín de los niños de los García, junto al natural desorden que dejaban los pequeños luego de retozar. No me molestaba demasiado, pues siempre sus padres es mandaban recoger y ordenar antes de la cena. Pero no sucedía lo mismo con Nico. No sé si su predio se veía más desordenado al estar junto al mío, siempre estaba ordenado y agradable.
Ustedes se preguntarán por qué no hablé con él. Lo hice, y no una sino incontables veces. Le pedí con delicadeza, con respeto, y de todas las maneras posibles que limpiara y ordenara su patio, pero era inútil. Éramos buenos amigos, y él solía venir a mi casa a charlar, tomar una copa con amigos o compartir películas y pizza. Una noche decidimos jugamos póker de seis; los amigos se fueron retirando hasta que quedamos solos, y entonces se me ocurrió hacerle una propuesta. Me sentía afortunada y le dije:
-¿Por qué no hacemos esta partida realmente interesante y jugamos por algo especial?
-¿Qué tienes en mente? –respondió con una picaresca sonrisa en el rostro.
-Juguemos por prendas. Una sola mano: el que pierda, se convertirá en… algo así como en esclavo del ganador por 24 horas. El único límite será no obligar a la otra persona a hacer algo ilegal o que pueda dañar su salud física o mental.
Me quedó mirando pensativo…
-No sé… ¿qué me harás si pierdo?
-Cosas que me diviertan, que no sean ilegales, y que no te hagan daño… ¿No es eso suficiente? ¿O es que no confías en mí? Yo confío en ti, sé que no me harás daño.
-Y… ¿te podré usar como mi esclava sexual?
Mi risa retumbó en la habitación. Teníamos edades similares, aunque yo era unos años mayor que él, y aunque nunca habíamos tenido más relación que de amigos, ambos sabíamos que sentíamos mutua atracción.
-Te repito, Nico: nada ilegal o que pueda dañar la salud. El ganador manda, el perdedor obedece. Nos conocemos hace años, confiamos en el otro. ¿A qué le tienes miedo?
-Está bien, está bien… Me convenciste… Comienza a dar cartas.
-Una última regla: una vez que comience a dar cartas, no habrá vuelta atrás. No nos podremos arrepentir… ¿Aún estás seguro de querer jugar? ¿Palabra de honor?
-Por supuesto que sí. Vamos…
Comencé a barajar con habilidad de tahúr. Nunca le había contado a Nico que mi padre había trabajado en varios casinos y me había enseñado a tallar las cartas, además de varios trucos.
-Oye… ¡Eso es trampa, es jugar sucio! –me dijo mientras me señalaba con su índice, sin perder de vista el mazo de cartas que iba de una mano a otra, era abierto sobre la mesa para terminar nuevamente en mis manos, o manejaba con una sola mano.
-Corta… -ordené sin titubear.
Ganarle fue muy, pero muy fácil, y de más está decir que mis trucos eran más limpios que su jardín trasero. Recogí el mazo de cartas y levantándome de mi silla, le dije:
-Ahora vete. Mañana es sábado y pienso cobrar mi deuda contigo. A partir de las 8 de la mañana comenzarás a ser mi esclavo. Te recomiendo que descanses mucho… -Le abrí la puerta para que se marchara, y cuando pasó delante de mí le di una sonora palmada en su delicioso trasero. Sí, admito que me gustan los traseros masculinos, y Nico tenía uno verdaderamente atrayente.
Tuve que tocar el timbre y la puerta varias veces antes de que me abriera. Apareció en la puerta con el torso desnudo y calzoncillos blancos de algodón. ¡Se veía tan sexy!
-Vaya… No comenzamos muy bien –dije dirigiéndome a la cocina-. Quiero desayunar, ya traje el pan para que no tengas que salir; más vale que te apures. Quiero café, zumo de naranjas, mantequilla, dulce… y lo que se te ocurra.
-Te lo tomaste muy en serio ¿no? –Su sonrisa burlona se borró de su rostro cuando miró el mío.
-Pensé que te conocía, Nico. También creí que eras un hombre de palabra, pero veo que me equivoqué…
Cuando estaba llegando a la puerta para irme, me detuvo y se disculpó.
-Perdóname, Vicky. No te vayas, cumpliré mi palabra.
Vacilé un momento antes de girar sobre mis talones:
-Está bien, comienza entonces a obedecer y prepara el desayuno. Tenemos un largo día por delante…
Luego del desayuno, yo sentada y él parado, le dije que debía ordenar y limpiar la cocina. Lo hizo, luego de un gesto de desagrado. Me gustaba aquello de estar sentada mientras aquel hombre joven y semidesnudo se movía por el lugar, guardando utensilios, acomodando comestibles y lavando la vajilla. Acepto que la cocina quedó reluciente. No estaba sucia, sólo desordenada, así como el resto de la casa.
-Bien, quedó muy bien… ahora vamos a lo que más me interesa: tu fondo.
-¡Uffff…! Vamos, Vicky, ya no me fastidies… Creo que como broma fue suficiente.
Lo miré fijamente antes de hacerlo aterrizar sobre mis rodillas y comenzar a nalguearlo.
-Escúchame muy bien, Nico, porque lo diré sólo una vez: hicimos un trato y ambos aceptamos. Estuve a punto de irme y me detuviste… -otra oleada de azotes cayeron sobre sus nalgas-. No te daré una tercera oportunidad. ¿Cumplirás tu palabra y me obedecerás, o prefieres que me vaya?
-Está bien, está bien… lo haré. Pero al menos permíteme protestar… -Tuve que sonreír ante semejante pedido, pero él no pudo verme.
-Protesta todo lo que quieras, llora, patalea, grita… pero obedece, o te haré obedecer a costa de ponerte el culo color carmín. – Me sorprendió su risa, pero yo sabía que su sorna terminaría con el día…
Continué azotándolo, a pesar de que corcoveaba y protestaba, pero aún así podía sentir el calor de sus nalgas que atravesaban la delgada prenda interior. Cuando sintió que le estaba bajando sus calzoncillos, trató de detenerme…
-Si haces eso una vez más, no sólo me iré, sino que no me volverás a ver… -Me soltó la mano y me dejó continuar. Descubrir sus nalgas fue algo grandioso. Se veían masculinas y musculosas, pero sin exagerar; ya tenían un bonito color rojo y sin la prenda interior, su virilidad se hacía patente sobre mis rodillas.
Continué mi azotaina hasta que aquellas nalgas adquirieron el brillo que yo deseaba. Luego me di el gusto de pararlo en un rincón, con las manos sobre su cabeza, mientras que yo lo observaba, avergonzado por la situación. Le di un short y una sudadera antes de enviarlo al fondo a limpiar y cortar el pasto, mientras yo preparaba el almuerzo. Disfruté muchísimo su cara cuando lo llamé a almorzar y me encontró en la mesa que yo había preparado con los platos… para un solo comensal: yo. El plato y vaso de Nico estaban a mi derecha, y tuvo que comer en el suelo, como lo haría un esclavo.
El día siguió adelante y mi esclavo recibió infinidad de órdenes, todas con el fin de poner su casa en mejores condiciones. El jardín trasero estaba impecable, y cuando llegó la noche llevé a mi esclavo al baño, y lo obligué a bañarse delante de mí, cosa que le causó bastante vergüenza, pero que a mí me divirtió mucho.
Cuando terminó y salió de la ducha, mojado como estaba, lo hice apoyarse en la pared, con las piernas abiertas y lo azoté con el cepillo de ducharse. Era de madera dura, y dejó pequeñas marcas ovaladas que desaparecieron en poco rato, pero sé que el azote sobre la piel mojada duele bastante más. Luego le puse una crema refrescante, y aproveché para sobar sus partes más íntimas, sabiendo el pudor que le causaba que yo hiciera eso. Luego vino otra vez el rincón, y mientras que estaba allí de rodillas:
-Estás estupendo en esa pose. Ahora vendrán mis amigas para que disfruten de ti… -No había terminado de decirlo, cuando me miró como suplicando que no le hiciera eso, pero yo me mantuve indiferente.
Sin que él se diera cuenta, hice sonar mi móvil.
-¡Hola, Flavia! –mi voz se mantuvo en un tono normal, pero tratando de que él me escuchara- ¿Cómo?... ¿Cómo que no podrán venir?... Ah… más tarde entonces, está bien… Sí, a esa hora ya habremos regresado de la cena. Las espero…
Estaba nervioso cuando lo fui a buscar y lo hice envolverse en la toalla; fuimos a su dormitorio, donde tuvo que desfilar para que yo eligiera la ropa que usaría aquella noche.
Salimos a cenar en un restaurante muy bonito, donde había camareras y aproveché la oportunidad para humillarlo, aunque ellas pensaban que era broma.
-¿Qué se van a servir?
-Para mí, quiero langosta y champagne de entrada. Mi esclavo sexual tendrá que pagar esta noche… -le dije a la chica que nos atendió, que se reía mientras me escuchaba- Te recomiendo que te consigas uno, es de lo más divertido. Trata que sea como este, que lava, limpia, cocina y tiene una especialidad: es muy ordenado. Además, tiene un cuerpo hermoso y unas nalgas de concurso…
Los colores de su rostro cambiaban con cada frase que yo decía. Quiero destacar que durante todo el día, y también a la hora de la cena, se comportó como lo que es: todo un caballero.
Al regreso, cuando abrió la portezuela del auto y me ayudó para que descendiera, me colgué de su cuello y lo besé apasionadamente. Saqué la llave de mi casa y tomándolo de la corbata le susurré al oído:
-Apenas es medianoche, aún soy tu dueña por varias horas más… Y debemos esperar a mis amigas, que llegarán en cualquier momento.
No se resistió cuando lo até a la cama, ni tampoco cuando le vendé los ojos… Fui corriendo hasta la puerta de calle, toqué el timbre y puse a funcionar una grabación que tenía de una reunión de mis amigas. Subí otra vez al dormitorio y grité desde la puerta:
-Bien Elisa… allí está. Es todo tuyo…
Me había quitado las medias y como no tenía perfume, me puse uno muy suave detrás de las orejas. Como Elisa, me dediqué a torturarlo con una pluma, pasándosela por todas partes, e incluso haciéndole cosquillas y hablándole al oído. “Elisa” no lo perdonó y tuvo sexo con él.
-Según Elisa eres maravilloso -le dije cuando ya me había convertido en otra mujer-. Julia, es todo tuyo…
Julia se dedicó a hacerle masajes, con aceites aromáticos y cremas, pero se lo dejó preparado a Silvia, la más lujuriosa, quien lo montó como una amazona libidinosa.
Cuando “Silvia” se fue, lo desaté y le ordené que por ningún motivo se quitara la máscara y que se quedara en la cama. Aproveché para ir a darme una ducha revitalizante, y regresé. Le quité la máscara y le ordené que se fuera a duchar y que regresara…
Aquella noche le hice sentir diferentes sensaciones, sin perder jamás de vista su “termómetro”, que me indicaba exactamente su estado de excitación.
Me gustó ponerle una correa y pasearlo por toda la casa, pero el momento más delicioso para mí fue cuando me dio placer con su boca. Ambos estábamos muy excitados; mi vecino tuvo un desempeño maravilloso a pesar de haber satisfecho a todas mis “amigas”. Y mientras disfrutaba pensaba en todo el tiempo que había perdido al no haber aprovechado más a aquel hombre maravilloso.
Fue una noche genial, donde me sentí fabulosa llevando adelante la situación y dominando a un hombre que me había regalado su confianza y estaba entregado enteramente a mí. Cuando dieron las 7 de la mañana, se levantó sin decir nada; me trajo el desayuno a la cama en una bandeja, con una flor de su cuidado y limpio patio trasero, que de allí en más me encargaba en persona de que lo mantuviera cuidado, al menos, una vez por semana...

jueves, 24 de marzo de 2011

Las deudas de Pam (primera parte)


 De sus pocos defectos, el sobrepasar el límite de sus tarjetas de crédito en las tiendas de departamentos quizás fuese el peor, o al menos el más notorio para Dámaso, quien harto de pagar importantes sumas por artículos innecesarios, le advirtió a Pam, su esposa y perrita, que sólo pagaría hasta un total de cincuenta dólares. A partir de esa suma ella debería hacerse cargo, lo cual resultaba todo un problema pues estaba sin trabajo desde hacía varios meses.

Dámaso no era de amenazar sino de sentenciar y ella lo sabía; cuando as tarjetas de Pam sumaron la cantidad de U$S 597.48, el hombre se alegró doblemente: primero, porque había gastando menos de la tercera parte, y segundo porque todo salía según su plan. Estaba convencido que Pam no podría estar sin gastar, así que había ideado su castigo detalladamente y el momento de cumplirlo era inminente. La perrita siguió su vida normalmente pues suponía que Dámaso haría lo de siempre: retarla, castigarla, retener sus tarjetas, pagar la deuda y después de una corta temporada, devolvérselas. El verdadero castigo era el período de abstenencia cuando ella iba a las tiendas y sólo podía mirar.

Cuando Pam llegó a la casa aquella tarde, encontró el pañuelo rojo atado en el perchero. Conocía su significado: el resumen de las tarjetas había llegado y sería castigada. Del pañuelo colgaba una nota: “Ve a la cama del dormitorio”. Allí encontró otra nota junto a unas prendas, “Dúchate y vístete”. Tomó una ducha larga, caliente y relajante.

Sobre la cama sólo había unos zapatos bajos, su collar de sesión con las iniciales DD y una túnica corta, transpare

nte, estampada en colores pasteles que igualmente dejaban traslucir todos sus encantos. No había ropa interior, sólo un mensaje dentro de los zapatos: “En el auto hay más instrucciones”. ¿Tendría que conducir por la ciudad casi desnuda?

Cuando estuvo sentada la volante del vehículo, encontró un teléfono móvil con la inscripción: “haz sonar mi móvil y cuelga”. Obedeció.

Un mensaje de texto con la orden de presentarse en cierto lugar fue la respuesta, reconociendo enseguida la dirección: era la casa de Dominante, el Amo amigo de su esposo Dámaso y de ella. Solían sesionar los tres y seguramente esta sería una de tantas, aunque quizás la más recordada fuese la aventura en el taxi.

Mientras que abría con el control remoto la puerta del garaje, recordó sentarse sobre el asiento de piel. Seguramente dejaría el rastro de sus flujos allí, pues se sentía tremendamente excitada. Así que de eso se trataba… El castigo sería entre los tres.

Manejó prudentemente, sorprendió a más de un chofer con su atrevido vestuario y llegó… con diez minutos de retraso. ¿Y ahora? ¿Debía bajar? ¿Esperar a que le abrieran el portón? ¿Cruzar el jardín hasta la puerta? Vaciló, esperó unos segundos y decidió bajar. Cuando cerró la puerta del auto sonó su móvil:

-Mande mi Señor
-¡Entra inmediatamente al coche! ¿Cómo te atreves a bajar y llamar la atención del vecindario? ¿Quieres dejar mal a Dominante? Sube al carro de inmediato y mételo al garaje. ¿Cuándo aprenderás a hacer las cosas bien?

El “click” que dio por terminada la conversación, la hizo temblar. Cuando metió el llavín en la cerradura, miró a la casa de enfrente donde el vecino, con ojos desorbitados, no dejaba de observarla. El portón del garage comenzó a abrirse lentamente y pudo estacionar mientras la puerta se cerraba, dejándola en una casi total oscuridad. La puerta que daba acceso a la casa se abrió y hacía allí se dirigió. Una mano anónima la tomó del brazo y colocó una cadena en su collar. No hizo falta levantar la vista para mirarle el rostro, sabía que era Dámaso, su Señor. Sin dirigirle la palabra, hizo un gesto para que se quitara los zapatos y se pusiera en cuatro patas. Luego le vendó los ojos y la condujo hasta una sala que estaba en completa oscuridad, excepto por una fuerte luz que iluminaba una mesa redonda, donde Dámaso colocó a su esclava, quien no acababa de comprender qué pasaba. Con un tirón sintió cuando le arrancaba a jirones la bata, dejándola completamente desnuda. En ese momento le quitó la venda de golpe, produciéndole una ceguera momentánea por la fuerza de la luz. Pam permaneció quieta, abriendo y cerrando los ojos para acostumbrarse a la luz, con la cabeza baja y en silencio mientras su Amo la rondaba sin hablar. Eso era lo que más detestaba: su reserva. Prefería que la retara, la insultara, le hiciera ver sus errores o la azotara, cualquier cosa menos aquel terrible mutismo.

Dámaso tomó una silla y se sentó mirando fijamente a su esposa mientras apoyaba los antebrazos en el respaldo. Se tomó unos interminables segundos antes de hablar, carraspeó, suspiró, se rascó la nuca y finalmente…

-Te dije que no gastaras más de 50 dólares con la tarjeta... ¿verdad?
-Sí Señor –respondió casi en un susurro la acusada.
-…pero en una muestra de tus arrebatos y caprichitos gastaste doce veces esa cantidad –agregó buscando la mirada esquiva de Pam, que en silencio reconocía su falta.- No voy a tolerarlo, no es la primera vez, te lo advertí: no lo voy pagar con mi dinero. Por lo tanto…

Lentamente se levantó de la silla y recomenzó su caminata en torno a la mesa.

-…tendrás que hacerte responsable y pagarlo con el tuyo. ¡Ah! –exclamó en tono burlón.- ¡Cierto que no tienes dinero! Bueno… no te preocupes porque encontré la solución: en este mismo momento serás subastada y te ganarás el dinero con el sudor de tu... ya sabes qué –agregó tocándole sus nalgas y rozando su intimidad.

Se alejó de la mesa entrando en una penumbra cada vez más espesa, donde su voz salía de un extremo u otro, desorientándola.

-Mi querida perrita… Tengo aquí cinco señores Dominantes dispuestos a ofertar por ti. El que mejor oferte te tendrá a su disposición, sin más límites que los que hagan falta para una sesión sensata y segura. Sólo espero que quien te lleve, te castigue como corresponde…

Tras unos segundos de silencio y desde otro rincón de la sala, surgió nuevamente la voz de Dámaso.

-Olvide mencionar que… si quien pague por tus servicios no queda satisfecho, te podrá ceder al resto de los que pujaron por tí… hasta que todos queden conformes con tu performance.

Los ojos de Pam se abrían sorprendidos, pero los tuvo que cerrar de golpe al prenderse las luces para iluminar el salón. Entre rápidos parpadeos, pudo adivinar las siluetas de seis hombres, de los cuales sólo pudo, después de varios segundos y parpadeos más, sólo a dos: Dámaso y Dominante. El resto le eran totalmente desconocidos, o al menos no recordaba sus rostros.

-Bien, que comience la subasta –exclamó Dámaso acercándose a la mesa donde se exhibía su sumisa.- Señores, comenzaremos con una base de 50 dólares, que seguramente no les parecerá caro si se fijan en el cuerpo de esta magnífica hembra. Tiene un bello rostro con una boca sensual, capaz de hacerles la mejor felatio de sus vidas, mientras ustedes disfrutan de estas estupendas tetas –cada vez que nombraba una parte del cuerpo, la iba tocando y obligándola a tomar posiciones para poder apreciar mejor sus atributos.- De largas extremidades, vientre plano, totalmente depilada y… date vuelta perrita, y abre tus piernas.

No era fácil que Pam se sintiera humillada, pero jamás había sido tratada ni exhibida así. En aquella posición, sus agujeros estaban totalmente expuestos, abiertos y… brillantes, chorreando fluídos. Sí, se sentía más excitada que avergonzada. Dámaso pasó otra vez al frente y abriendo sus nalgas sin pudores, agregó:

-Vean estos agujeros de placer, señores, y no me digan que no merecen la pena…
-100 dólares –lanzó uno de los participantes en un grito, sorprendiendo al resto con la oferta.
-150 –se oyó tímidamente más atrás…
-Ya tenemos 150… ¿quién dice 200? Vamos señores… aún no les conté de sus dotes como esclava. Obediente, sin límites, resistente a los azotes y a las pinzas…
-250… -la voz de Dominante hizo que Pam se sintiera un poco más acompañada en aquel duro momento. Nunca pensó que su castigo sería ese, aunque muchas veces le había confesado a su esposo que la excitaba la idea de ser subastada ante desconocidos.
-Yo estoy dispuesto a subir la oferta, pero exijo que se me permita examinar la mercadería.

¿Había dicho “mercadería”? ¿Es que estaban todfos de acuerdo para rebajarla a tal punto? Pam bajó la cabeza y esperó en silencio, ya que Dámaso había invitado al posible comprador a “examinar la mercadería”.

-Adelante estimado Leather. Revise, examine, toque… no podrá negar que es de primera clase.

La tomó del cabello de la nuca, obligándola a levantar la cabeza. Pam se cuidó mucho de no mirar el rostro del Amo. No la acarició, sino que pasó su mano por el rostro de la esclava y se detuvo en su boca, revisando los dientes como si se tratara de una yegua.

-Chúpalo –le ordenó introduciéndole el dedo mayor en la boca.

La boca se cerró en torno al dedo y la lengua comenzó una danza de caricias envolventes, mientras que una agradable sensación de succión, metía y sacaba el dedo del sorprendido Amo.

-No está mal… 350 dólares –ofreció al pasar mientras se retiraba a su sillón.
-Se los dije señores. Invito al resto de los interesados a que pasen a ver lo que puede ser suyo por unos pocos dólares más. Adelante, con confianza, pasen, pasen…

Los otros tres Amos, Martinet, Omega y Demonium, dejaron sus asientos y comenzaron a rondar a la esclava, que continuaba en cuatro patas y con la cabeza baja.

El primero en tocarla fue Martinet. Pasó la mano por la espalda deteniéndose en la cintura y con la otra palpó los senos, apretando y retorciendo duramente los pezones. Pam dejó escapar un pequejo quejido…

-Vaya, vaya, vaya… Señor Dámaso, ¿no dijo usted que era resistente? ¿Y se queja con un grito porque apreté un pezón? Por favor… esta… pertenencia suya –dijo con tono de desprecio y guiñando el ojo a Dámaso- no vale ni los cincuenta dólares iniciales.
-Lo lamento mucho Martinet, permítame demostrarle que sí resiste. –Obligándola a ponerse de rodillas, le colocó una pinza en cada pezón.- Continúen por favor…
Mientras Omega magreaba las nalgas, Demonium introdujo su dedo en el ano de la esclava, sin ninguna consideración. Allí estuvo hurgando, metiendo y sacando su dedo, que luego fueron dos y hasta cuatro logró meterle. Pam sentía una gran humillación, sus lágrimas caían sobre la mesa pero aún así no se movió ni dijo nada.

-Estimado Omega, debo decir que esta esclava tiene un culo encantador. El resto es todo tuyo… -y se separó un par de pasos para darle lugar a su amigo.

-Hummm… qué mojada está tu perrita Dámaso… se ve que es muy caliente. ¿Cómo puede excitarse tanto con que la toquen, la revisen y la humillen?
-Es más puta de lo que imaginé. Déjame ver… -y se colocó detrás de Pam. De improviso metió dos dedos en su vulva, y los sacó empapados.- No puedo creer… ¿De verdad estás tan excitada como para mojarte así, perrita? Vaya, vaya, vaya…

Dio unos pasos adelante y dirigiéndose a su escasa audiencia, comentó:

-Bien… la última oferta había sido de 350 dólares, pero… comprendo que después de todo esto ya no lo valga. Así que ustedes tienen la palabra…
-Ofrezco tres sesenta –dijo Omega convencido.
-Ante esa oferta, me animo a subir a cuatro –agregó Demonium.
-Cuatro veinticinco –dijo adelantándose Dominante, que era la segunda vez que ofertaba.
-Cuatro cincuenta –reofertó Leather entusiasmado.
-Tenemos entonces la bochornosa cifra de cuatro cincuenta por esta humilde esclava. Vamos señores… a pesar de todo creo que es muy barata, pero si no hay más ofertas… Cuatro cincuenta a la una… Cuatro cincuenta a la dos…
-Cuatro ochenta –gritó Demonium antes que bajara el martillo.
-Eso es apenas un poco más coherente… pero sigue siendo una cifra muy humillante, además de... Les recuerdo que esta esclava debe juntar casi quinientos cincuenta dólares y que está lejos de llegar a esa cantidad… ¿Alguien dice cinco…? Vamos señores, anímense!
-Cinco –ofertó Martinet
-Cinco diez –dijo Omega.
-Cinco veinte y es mi última oferta –y Demonium se sentó como dándose por vencido. El silencio se hizo algo denso, así que Dámaso se calló para dar un poco más de suspenso al remate.
-Cinco veinte a la una… cinco veinte a las dos… cinco veinte… a las…
-Cinco treinta –surgió la voz de Leather.
-Cinco treinta y cinco –desafió Martinet
-Cinco cuarenta –Leather otra vez
-Eso es señores, ahora sí esto es un remate… ¿Alguien ofrece más de cinco cuarenta? Vamos, anímense…
-Cinco cuarenta y uno –ofreció Martinet…
-Cinco cuarenta y cinco. Eso es mi máximo… -agregó Omega
-Señores… última oportunidad antes de bajar el martillo… Cinco cuarenta y cinco a la una –dijo el martillero mirando a Martinet y a Leather que negaron bajando la cabeza.- Cinco cuarenta y cinco a las dos… -y miró a Demonium que movió negativamente la cabeza, como enfatizando su enojo.- …y cinco cuarenta y cinco…

La cabeza de Pam era un hervidero de ideas, desilusiones, fantasías, miedos, excitación… ¿La iban a rematar por cinco dólares y cuarenta y cinco centavos? Entonces… ¿cuántas veces debería ser subastada para llegar a la cantidad que necesitaba? No podía creer que su Amo, su esposo, su amor… permitiera aquello.

-Quinientos cuarenta y siete dólares con cuarenta y ocho centavos –Pam levantó la vista por primera vez. Era su amigo Dominante que la había salvado. Una enorme sonrisa afloró en los labios de la joven, que respiró aliviada.
-Vendida al caballero Dominante. Felicitaciones –dijo Dámaso sonriente.- La esclava es suya…

Dominante se acercó a la mesa y ayudó a la casi entumecida Pam a bajar de allí. Le susurró algo al oído y Pam salió de la sala.

-Amigos… espero que se queden con nosotros para disfrutar el castigo de la esclava de Dámaso. Los invito a mi sótano… por aquí. Mientras vamos bajando, la esclava nos traerá bebidas y algún bocadillo.

El sótano se veía ideal. Tenía un leve olor a humedad y las paredes estaban medio derruidas, con trozos donde los ladrillos habían quedado a la vista. Del techo colgaban ganchos y también había una roldana con una gruesa cadena, como para hacer suspensiones. En las paredes había grilletes, esposas, y una enorme cruz de San Andrés. El mobiliario se completaba con un potro, un cepo y un armario sin puertas, donde se veían los diferentes instrumentos, juguetes sexuales, cuerdas de varios tamaños y texturas. Sobre un rincón se amontonaban un grupo de sillas plegables y una mesa, pegados a un frigobar.

Acostumbrado a estas lides, Dominante colocó la mesa en un lugar estratégico y la rodeó de sillas. Desde allí se veía perfectamente el lugar donde se efectuaría la escena. En ese momento bajaba Pam, vestida con un delantal blanco, cofia y unos zapatos negros de tacón aguja. Tenía prohibido cerrar las piernas y doblar las rodillas, así que teniendo todo esto en cuenta, se dirigió a la mesa con la enorme bandeja que posó con cuidado y comenzó a pasar encima el contenido: una botella, vasos, hielo y unos platillos con canapés. Al terminar, apoyó la bandeja contra la pared –olvidando abrir las piernas y no flexionar las rodillas- y luego se arrodilló, apoyando las nalgas sobre sus talones, la cabeza baja y las manos con las palmas hacia arriba.

-Amigos, tomen asiento y no esperen a que los sirva, estaré ocupado con esta esclava, pero… eso sí: disfruten el espectáculo.

Sin decir palabra, tomó a Pam y la llevó al medio del lugar. Allí le colocó muñequeras y tobilleras y luego la ató con los brazos en V. Con tres tramos de soga roja, le confeccionó un bellisimo bondage, dejando sus senos apretados y apetitosos, y haciendo pasar la soga por “esos” lugares que tanto la provocaban.

De repente, Dominador desapareció a sus espaldas demorando unos segundos en regresar, y lo hizo con un original pedestal. La parte de abajo no tenía nada especial, pero en la parte superior había tallado un falo de importantes dimensiones, rodeado por medio círculo, como si la parte superior de una banqueta se hubiese partido al medio, rodeando la mitad del falo, aunque no entendía cómo lo usaría, pero… no tardaría mucho en saberlo.

Lo primero fue irle introduciendo el falo lentamente. A pesar de tener algún tipo de gel para que entrara con facilidad, Pam sintió cada milimetro. Dominante lo hizo con mucho cuidado, pero aún así le costó dejar parado el pedestal, y la joven tuvo que ponerse en puntas de pie. Fue en ese momento que la joven se dio cuenta que el pedestal tenía la altura graduable, pero contrariamente a lo que ella creía, el Amo subió la altura en vez de bajarla. Era casi insoportable, pero soportó estoicamente el apaliamiento hasta que él acomodó sendos ganchos en las sogas que pasaban por sus piernas y la fue levantando, hasta que las rodillas estaban casi a la altura de su rostro, dejándola en una pose realmente incómoda. Si se tomaba de la cuerda para levantarse y que el falo no le quedara tan metido, no soportaba mucho tiempo y terminaba dejándose caer para descansar en el pequeño trozo de madera bastante más pequeño que sus nalgas.

Dominante tomó un látigo de nueve colas y comenzó a azotar la espalda de la esclava. No eran latigazos fuertes, pero dolían a pesar de que las cuerdas le servían para aminarar levemente los golpes. Continuó con el mismo tratamiento por todo el cuerpo, deteniéndose en la vulva. Allí cambiaba continuamente la intensidad y la cantidad de los azotes, haciendola gemir de dolor.

Los azotes pararon de repente, en tanto un trozo de carne tibio y vizcoso comenzó a acariciar la vulva, entrando y saliendo de la cueva mojada, confundiendo los jugos del placer con la saliva. Varias veces estuvo a punto de correrse, pero el Amo no se lo permitió. La excitación de Pam era obvia, pero aún no era momento.

Lentamente comenzó a bajarle las piernas, luego quitó el pedestal y el falo salió de aquel refugio. Apenas podía sostenerse en pie cuando terminó de quitarle las sogas, así que suavemente la condujo hasta una silla y la colocó sobre sus rodillas, lo que era la posición más cómoda que había tenido en mucho rato.

-Bien… -comenzó Dominante, acariciando dulcemente las nalgas de Pam- No sé que te ha parecido lo que te he hecho hasta ahora, pero quiero que sepas que esto aún no ha comenzado, porque estoy muy insatisfecho con tu actuación, querida.

Las nalgadas cayeron bastante fuerte, las sintió una tras otra, percatándose que no tenía fuerzas para gozarlas, aunque eso poco le importaba a Dominante. Los cachetes posteriores comenzaron a enrojecer rápidamente, pero el hombre no bajaba la intensidad, simplemente la dejaba descansar acariciando los ardientes globos y pasando la punta de sus dedos para acariciar su intimidad. Acercó su rostro a las posaderas, depositando un suave beso en cada una antes de ayudarla a ponerse en pie.

-Levántate… y dirígete hacia aquel cepo. Espérame allí –ordenó mientras él se encaminaba hacia el armario, tomando algunas cosas de allí que Pam no pudo ver. Después se acercó a ella con algunos elementos en sus manos.

-Ponte erguida –ordenó apretando fuertemente los pezones y tirando de ellos hacia arriba, haciendo que de inmediato se pusieran tensos. Fue entonces que que colocó unos broches de los que pendía una tintineante campanilla cada uno. Al menor movimiento, sonaban alegremente.

La separó un par de pasos y graduó la tabla inferior del cepo a la altura de su propia entrepierna.Levantó la tabla superior, haciendo que Pam colocara su cabeza y manos allí. Luego, tomando un separador, lo colocó en sus tobillos y la hizo retroceder lo suficiente para que su cintura quedara a una altura superior a su cabeza. Eso hacía que toda su intimidad quedara expuesta, pero no para los espectadores, que sólo apreciaban el perfil, sino para él. Tomó un plug y se lo introdujo en el ano, que ya estaba bastante dilatado. Luego fue el turno del dildo con vibrador, al cual le colocó un poco de gel en la punta; encendiéndolo lo introdujo lentamente en la resbaladiza vulva. Estaba demasiado húmeda y se escurría. Tomó un trozo de cuerda y con unos pocos nudos realizó una especie de tanga que sirvió para que el dildo no cayera. Las campanillas tañían apenas, dando un sonido agradable al ambiente.

Aún tenía las nalgas rojas de la azotaína anterior, pero el Amo decidió que podían estar más rojas aún y que para ello utilizaría un tawse de dos lenguas. Cada golpe la hacía ponerse en puntas de pie, empujando el cepo con sus hombros, aunque al estar muy ajustado al suelo y no se movía. Los azotes eran los suficiemente fuertes para que los sintiera, pero con un dolor totalmente soportable. Las campanas repicaban sin cesar, sin ritmo, sin compás, sin sentido. El vapuleo cesó y la mano de Dominante llegó a darle un descanso, aunque no por mucho tiempo.

Parecía que le estaba echando gotas de plomo derretido por la forma en que sentía que se le perforaba la piel, introducíendose en la carne. Una, dos, cinco… un chorro de cera que la quemaba por dos o tres segundos interminables. Otra vez el sonido de las campanas, esta vez clamando por piedad…

Antes de dejar en paz las nalgas, jugó un poco con todo aquello que había metido en los agujeros, metiendo y sacando hasta dejar la cuerda de forma tal que en cualquier momento el dildo, que seguía vibrando sin control, cometería suicidio, y el Amo lo sabía…

Dirigiéndose hacia adelante, se enfrentó a la mujer y sentenció:

-Todavía tienes llenos tus agujeros jovencita. Más vale que te quedes quieta y que nada se te caiga. Te puse la soga pero te conozco… No eres más que una perrita inquieta y sé que comenzarás a moverte… -mientras le hablaba se quitaba el cinturón, tomándolo de la hebilla y enrrollándolo en su mano. Luego se abrió la bragueta y sacó a relucir su pene, que ante que pegado al rostro de de la esclava parecía más enorme aún.

La tomó del cabello y comenzó a introducirle el pene en la boca, dirigiendo su cabeza hacia donde él deseaba. La lengua serpenteaba alrededor de aquel trozo de carne venosa, cubriéndolo de tibieza y humedad y haciendo que creciera más y más. El repique de las campanillas se filtraban a través de los oídos del dominante y él, con los ojos semicerrados, azotaba la espalda y glúteos de Pam, que se retorcía dentro de sus posibilidades.

-Vamos perrita, tú sabes hacerlo mejor que esto… Vamos, lame, lame…

Un sonido seco seguido de un crujido que provenía de la parte posterior, hizo que Dominante mirara hacia el suelo, atrás de la encepada. Fue entonces que lo vió: finalmente se había caído el dildo y en caída se partió la tapa del gabinete donde iban las pilas. Imposible repararlo… Lo tomó en sus manos y mostrándoselo a la joven, exclamó:

-Mira perrita… rompiste el juguete. Esto es el colmo… No me satisfaciste, te quejaste todo el tiempo, te cansaste y no conforme con todo eso te mojaste tanto que tiraste el dildo. Y encima lo rompiste –dio unos pasos al frente y dirigiéndose al resto de los Amos, agregó- Estoy realmente desconforme. Más que eso, estoy enojado y decepcionado con esta esclava, así que dejaré mi castigo. Por lo tanto, recordando las palabras de Dámaso que si el primero quedaba desconforme con su esclava podría entregarla al resto, paso a dejarla en sus manos Señores. Omega, Martinet, Demonium, Leather… es toda suya.

La espalda de Pam se arqueó y quiso mirar hacia el costado, pero no lograba ver. Sólo llegó a sus oídos el ruido de las sillas corriendose de lugar y pasos que iban y venían.

Dominante toma un sitio al lado de Dámaso y mientras llenaba un vaso de hielo, se preparó junto a su amigo para ser público muy interesado en el espectáculo que les brindarían sus colegas… (Continuará)

domingo, 19 de diciembre de 2010

UN CASTIGO MUY SÁDICO

Amo Implacable era el nick que había elegido para identificarse como Dominante, pero en realidad no lo era tanto o no dedicaría una tarde de sábado a mirar zapatos para teresa, su sumisa “oficial” ante toda la comunidad. Ella adoraba los zapatos y hacía tiempo que le pedía que le regalara algún par. Por supuesto debían ser originales y caros, así que sólo había una calle en Buenos Aires donde encontraría algo así: la Av. Santa Fe.

Ya hacía más de una hora que estaba caminando sin encontrar lo que buscaba: algo diferente y sobre todo… barato. Quizás en la próxima vidriera… quizás si entrara y preguntara a una vendedora podría… Su pensamiento y su mirada quedaron fijos en la exuberante morocha que dentro del local discutía con la que parecía ser la vendedora. Se veía exaltada y en una de sus tantas gesticulaciones se saltó el botón de su blusa, haciendo más visible aún el pronunciado escote. Los senos iban y venían, subían y bajaban tratando de escapar de la ajustada prisión, mientras Amo Implacable seguía la discusión con inusitado interés porque había visto algo que, aunque llamó su atención, no pudo identificar adecuadamente.

Entre la maraña del manto negro que formaba el cabello de la mujer, descubrió lo que había llamado su atención: el pendiente de la muchacha era ¡un triskel!

Había puesto toda la atención en el pelo de la joven sin perder detalle de sus pechos ni del pendiente, y ahora que estaba de espalda podía deleitarse con la forma de sus nalgas enfundadas en el ajustado jean. Pero ¿cómo sería su cara? Como si se lo hubiese ordenado con el pensamiento, giró su vista hacia la calle el tiempo suficiente para que Amo Implacable la reconociera: era Aída, la sumisa del Marqués de Grucharko. Sí, sí, sí. Había visto a esta preciosa sumisa en varias fiestas de la comunidad, deseosa de experiencias excitantes, hots, diferentes, con ganas de intervenir cuando pedían voluntarios para alguna demostración, pero se notaba que el Marqués no lo permitía y la utilizaba apenas para ser la envidia de otros Dominantes cuando la exhibía como su propiedad, en vez de disfrutarla y sacarle el máximo provecho como sumisa. “Amo Implacable, razona: no puedes ni siquiera desearla, recuerda que tiene Dueño”, se decía a sí mismo. “Lo sé, lo sé…”, se respondía, “…pero esa sumisa será mía. Si aceptara y me diera la menor posibilidad, la haría mía y conmigo conocerá todo ese mundo que le ha sido negado hasta ahora”.

Normalmente, un Amo respetaría el protocolo pero esta sería la excepción. Decidido y con los segundos corriéndole en contra, pensó cómo hacerlo. Debía ser cuidadoso para no quedar expuesto, para no quedar como un lobo desesperadamente hambriento frente a una tierna y desprevenida caperucita. Sonrió pensando en que gracias a Dios y a sus virtudes, tenía sumisas suficientes como para andar haciendo malabarismos diariamente para poder atender a las dos que tenía fijas y a las terceras que como en este caso, se le presentaban en forma fortuita.

La discusión seguía dentro de la zapatería y la chica lo había mirado varias veces sin reconocerlo, quizás por el reflejo del sol en el vidrio o tal vez porque estaba indignada y miraba sin ver. El hombre caminó hasta la esquina, dándose vuelta continuamente para vigilar la puerta del comercio. La morocha no tardó en salir; cuando Amo Implacable vio que se encaminaba hacia él, salió a su encuentro chocándola distraídamente y dejando caer la bolsa donde llevaba un látigo. Por casualidad, y por suerte, lo había llevado con él por si encontraba algún lugar donde vendieran productos para suavizar cueros. Como no podía ser de otra forma, el instrumento salió disparado de la bolsa abriéndose descaradamente ante las miradas de asombro y hasta pavor de todos los desprevenidos transeúntes. Todos menos uno: la joven sumisa.

-Perdón… qué torpe fui… -le dijo agachándose sin dejar de mirarla.- Venía distraído… mirando… espero no haberla lastimado.
-No, no… para nada. Pero dígame ¿qué lleva ahí? ¿Es un loco suelto? –le dijo entre sonriente y sonrojada. El Amo la miró de forma seria haciéndole sentir la dominación, y en un tono despectivo le espetó:
-No, no soy un loco; más bien soy alguien que no cree que desconozcas este instrumento, o el significado del triskel de tu pendiente –agregó rozando apenas su cabello para tocar la alhaja. La chica bajó la cabeza sin darle contestación.- En fin, sos libre de darle la interpretación que quieras.
-Creo que le doy la interpretación que le daría cualquier sumisa como yo.
-¿Así que sumisa, eh? Y supongo que me dirás que tenés Amo.
-Sí, sí Señor. Mi nombre es Aída y pertenezco al Marqués de Grucharko…
-Y… ¿Tu Amo te permite compartir un café y una charla con otro Amo?
-No lo sé, pero en principio nunca dijo que me lo prohibía.
-Entonces te invito a un café. Vamos…

La charla se hizo amena e interesante para ambos. Hablaron sin tapujos del tema que tenían en común, y la chica le confesó su frustración porque su Amo no tenía con sus sumisas el tipo de sesiones que parecían ser “normales” para el resto de las parejas. Él prefería exhibirlas, hacerles algún bondage simple y pedirles que bailaran, vistieran ropas y zapatos fetichistas y pocas cosas más. Pero ella soñaba con una sesión de bondage más complejo y restrictivo, azotes, humillación, y que usaran en ella instrumentos y muebles como había visto en algunos lugares donde se realizaban fiestas del ambiente BDSM.

-Pero… ¿estarías dispuesta a tener esa sesión sin el consentimiento de tu Amo?
-Creo que sí, porque sé que con Él nunca la tendré.
-Siendo así, me ofrezco para ser tu “Genio” y cumplirte tu sueño, tu fantasía. Tengo muchas “varitas mágicas” como esta –agregó mostrando parte del látigo.

Antes de lo que ambos se imaginaron, estaban en la “cueva” de Amo Implacable, donde la pobre sumisa, ingenua e inexperta, quedó boquiabierta ante un universo de sogas de varios grosores, tipos y colores, rebenques, correas, ganchos, además de cruces, camas levadizas, separadores con argollas para colgar, y más. Entre asombrada y divertida, Aída comentó:

-¿Y dónde me trajiste? Esto asusta un poco… ¿me vas a lastimar?
-Por supuesto que no. Todo depende de vos y de lo que quieras hacer. Además, siempre está la palabra de seguridad. ¿Cuál es la que utiliza tu Amo?
-“Piedad”. Claro que nunca la usamos.
-Bueno, entonces… ¿Qué decisión tomaste?
-Es que… No sé, no sé… Nunca hice nada de esto…

Amo Implacable pensó “Pobre pichoncita…”, mientras que crueles y sádicas ideas cruzaban veloces la mente del Dominante. De pronto decidió qué hacer: la niña es nuevita, necesitada, postergada por su Amo y deseosa de nuevas experiencias, así que la disfrutaría un tiempo sin ser demasiado exigente para no asustarla, y haciéndola gozar tanto que ella misma se decidiera a pedirle para incursionar lentamente en el SM, probando hasta conocer cuales eran sus límites y poder saber cuánto resistiría. Quería demostrarle a la chica que el BDSM era para gozar…

-Escuchá bien, porque voy a decirte esto una sola vez: si estás segura de lo que querés y de lo que vas a hacer, entrá a ese cuarto y esperame totalmente desnuda y de rodillas a los pies de la cama. Previamente, vas a elegir los instrumentos que te gustaría probar o que te exciten, y los vas a colocar ordenadamente sobre la cama.

Sin dudarlo, Aída obedece y se pierde tras la puerta de la habitación, que deja apenas entornada, situación que aprovechó el Amo para susurrarle frases que la hicieron mojarse con sólo imaginar lo que vendría, excitándola mentalmente como ninguna otra situación lo había logrado en toda su vida.

Sin aviso previo, entró y la encontró arrodillada y desnuda. El cabello negro y ensortijado en enormes bucles, caía sobre su rostro y pecho, haciéndola lucir más desvalida aún. Comenzó a caminar alrededor de la joven observando los instrumentos que había elegido: cuerdas, muñequeras, separadores, pinzas… También había un rebenque, fusta, flogger y un tawse. Pensó: “esto es un claro indicador de la calentura que tiene esta chica. Estoy seguro que no soporta ni la mitad de esto, pero… es una buena pista”.

Siguió caminando en silencio entorno a ella, observándola, hasta que se detuvo y le colocó el collar con cadena incorporada. Tiró hacia arriba hasta hacerla incorporarse. Fue en ese momento que los ojos de Aída se clavaron por un momento en los del Amo, que cambiando la expresión de su rostro y jalándola fuertemente del cabello le espetó:

-¿Acaso me estás mirando? ¿Qué clase de educación has tenido que te atreves a mirar a los ojos al Dominante?
-Lo siento, Señor. No volverá a suceder…
-Por supuesto que no volverá a suceder, porque si cometieras ese error otra vez, en ese mismo momento terminaría esta sesión.

Aída bajó la cabeza con la certeza de que no estaba bromeando y que sería capaz de hacerlo. Aún en esa posición pudo ver cómo Amo Implacable tomaba cuerdas de varios colores y comenzaba a hacerle una atadura de restricción. Eso sí era bondage. Por primera vez pudo sentir la potencia de los nudos que le apretaban la piel impidiéndole el menor movimiento. Luego, la colocó en el suelo y continuó con las ataduras. Boca abajo, el Amo unió manos con tobillos, dejando la vulva a su total disposición.

No recordaba haber sentido algo igual en todo el tiempo que tenía de sumisa. El verse atada, sin ningún control sobre lo que sucedía, sabiendo y sintiendo que cualquier movimiento que hiciera repercutiría en algún lugar de su cuerpo, la excitaba muchísimo. Pero eso recién estaba comenzando. El primer instrumento que sintió fue la fusta. Golpes secos, picantes y ardientes se hacían sentir en las plantas de los pies, la espalda, los glúteos, la espalda, la entrepierna. Pero lo que verdaderamente la hizo vibrar fueron los azotes en su vulva. Cuando tocaba el clítoris parecía que el dolor la atravesara hasta la garganta. Era un tormento excitante y sólo quería seguir padeciéndolo. Ahora comprendía cuando decían que el dolor se transformaba en placer.

No pasó mucho tiempo sin que él comenzara a deshacer el trabajo de cuerdas que había armado. Aída estaba feliz por lo que había vivido esa tarde y comenzó a sonreír mientras sobaba sus muñecas.

-¿De que te reís? Habrás notado que la realidad supera la fantasía y que esto no es un chiste ¿cierto? – le dijo el Amo colocándole muñequeras, las cuales ató a una barra de restricción que a su vez fue a dar a un gancho que colgaba del techo. Luego le puso una barra similar en los tobillos y subió el gancho, dejándola casi en puntas de pie y totalmente expuesta.

Los pezones fueron apretados con pinzas con una campanilla colgando mientras el rebenque hacía su aparición. Nunca pensó que un instrumento que lucía tan impresionante pudiera dar azotes tan eróticos. Comenzó suave por su espalda, casi rozándola, alternando con las nalgas; por momentos ese cuero la acariciaba, la raspaba o la azotaba. Aída había imaginado que no le gustaban los golpes en la espalda, pero la realidad fue distinta, generándole sensaciones que nunca había soñado.

Amo Implacable decidió entonces vendar sus ojos y luego colocó auriculares con música muy alta, que no le permitían escuchar nada más. Una mano enguantada en cuero comenzó a recorrer su rostro, nuca y espalda, mientras que en las nalgas, ya rojas, sintió la caricia de algo suave y peludo. Así pasaron por su piel diferentes texturas y variadas sensaciones, hasta que… la sensación más cálida y placentera apareció con la mano del Amo.

A sus espaldas, mientras percibía el tibio aliento del hombre, gozaba la caricia de las manos que tocaban sus senos y bajaban a su clítoris, penetrando sus agujeros sin pudor, hasta que sin quererlo se corrió descontroladamente.

-¿No habrás tenido un orgasmo, verdad? –oyó que decía la voz del Amo mientras que le arrancaba violentamente los audífonos.- ¿Con permiso de quién?
-Yo… lo siento, Señor, no pude evitarlo –contestó bajando la cabeza.
-Ah, bueno… si vas a hacer lo que quieras me avisás, así me voy. Pensé que estabas aquí para obedecerme.
-Lo siento, Señor, perdón…

No dijo nada más, sólo sintió que bajaba el gancho y la liberaba de todas las ataduras, pero ella no se movió y esperó una orden. Aún tenía puesto el antifaz cuando la arrastró hasta algo que parecía una tabla o una mesa de madera y la colocó con la tripa encima, con los brazos extendidos y haciéndola tomarse del otro extremo con las manos. Ella pensó que la azotaría nuevamente pero… al sentir el miembro endurecido del Amo, comprendió que sería penetrada. Y lo fue. Sus agujeros fueron ocupados alternativamente. A veces el miembro era sustituido por uno de silicona, y hubo momentos en que la penetración fue doble.

Los embates se hacían más y más fuertes. El Amo la tomaba de las caderas, de los cabellos, de sus senos, acariciaba su clítoris, hasta que llegaron los embates finales y acabó en sus entrañas, provocándole otro orgasmo más.

-Bien. Esta ha sido tu primera experiencia: suave, porque sabía que era tu primera vez. Allí está el baño. Vístete y vete pensando que si te interesa volver a repetirlo puedes enviarme un mail. Yo me comunicaré contigo.

La sumisa se incorporó, notando que se le hacía un poco dificultoso caminar, pero deseando íntimamente que esa estupenda experiencia se repitiera una y mil veces más. Las cosas que había vivído eran increíbles. Sabía que comparado con lo que podría vivir, eso apenas había sido una muestra. También sabía que ella tenía Amo y que lo que estaba haciendo no era correcto.

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Según el protocolo BDSM, el Amo puede tener muchas sumisas, pero la sumisa no puede tener más de un Amo. Hasta la Biblia lo dice: “No se puede servir a dos amos al mismo tiempo”. Pero él era Amo y aunque tenía dos sumisas, desde que había estado con Aída estaba considerando tener tres.

La exuberante joven por su lado, después de aquella experiencia no podía volver a ser un adorno en la vida del Marqués. Ahora buscaba mucho más que vestirse con ropa fetiche, así que habló con su Amo y confesando su desliz le devolvió su collar, que el Marqués aceptó con decepción. Ahora tenía nuevamente su libertad para poder entregarse al Amo que la había ayudado a conocer una sesión real.

-Buenas noches mi Señor –dijo la voz del otro lado del móvil. Era teresa, una de las sumisas de Amo Implacable.
-¿Qué pasa, tere? ¿Para qué y por qué me llamás? Te tengo dicho que no quiero que me persigas, me llamaste hace unas horas y ahora otra vez.
-Lo siento, es que necesitaba escucharlo. Esta noche no voy a verlo y…

El “clic” característico del corte de la comunicación, le dejó saber a teresa lo molesto que estaba su Amo por su insistencia. Ella sabía y asumía el hecho de que era sumamente controladora y hasta persecuta con su Amo, pero era inevitable. Conocía la existencia de Raquel, la otra sumisa, y le disgustaba que hubiese alguien capaz de quitarle su lugar.

Raquel por su parte quería ser la sumisa perfecta: la más obediente, la más entregada, la más sometida, la preferida de su Amo. Eso hacia que lo endiosara, que lo creyera el Amo perfecto, el mejor, el único. Eso también ejercía una presión que a veces lo ahogaba, porque no quería y no podía sostener la perfección que ella le pedía…

-Hola… sí, Señor… está bien, entendido… sí, sí… así lo haremos. Lo esperamos, Señor…
-Ese era nuestro Amo ¿verdad? ¿Qué fue eso de “lo esperamos”? ¿Va a venir?
-Sí… era Él. Dice que nos preparemos; está con Aída, la nueva sumisa. Dice que primero irán a la casa y luego él vendrá para acá. Dice que aún no estamos preparadas para conocerla.
-¿Cómoooooo? ¿Qué dijiste? ¿La nueva sumisa? Yo conozco a esa Aída de alguna fiesta. ¿Y la va a traer acá, para que viva con nosotras?
-Y… no sé; supongo que por ahora no. ¿No viste que dice que todavía no estamos preparadas para conocerla?

Si estaba furiosa, con esa noticia teresa llegó al punto más alto de ebullición emocional. Era una mujer visceral, impulsiva, luchaba por lo que creía, y... no tenía problema en pelear por lo que quería.

Un rayo sobresaltó a raquel, que corrió hacia la ventana.

-Uf… Ya empezó a llover a cántaros. Voy a cerrar las ventanas y después prepararé algo para esperarlo.
-¿Estás loca o qué? No me digas que todavía le vas a hacer algo para recibirlo después que agarró de sumisa a esa… yegua.
-Ay, tere… no le digas así, no la conocés. Además, debemos aceptarla. Es la decisión de nuestro Amo.
-Lo sé… pero no quiero que tenga más sumisas. Demasiado que lo comparto contigo…

Raquel la abrazó queriendo calmar su ira, pero fue rechazada bruscamente. No estaba para mimos ni caricias. Sólo quería descargar su furia de alguna manera, y su compañera no se lo permitía libremente.

-Nosotras somos sumisas y nos debemos a nuestro Amo –afirmó Raquel humildemente.- Sabemos cuando aceptamos el collar que no seremos las únicas. Tú lo sabías y aceptaste, así que… O aceptas sus decisiones o deberás devolverle el collar.
-¿Devolverle el collar para que se quede contigo y con esa? Jamás. Soy su sumisa y sólo deseo estar a su lado. Pero…

La lluvia se estrellaba con violencia contra los cristales de las ventanas; los rayos y relámpagos estremecían la casa y el alma de teresa, que tenía su propia tormenta interior, más violenta que la que caía en la ciudad aquella tarde.

-Aprontate que nos vamos –dijo Teresa tomando las llaves del auto.
-¿Que nos vamos? ¿Dónde?
-Vos callate la boca y seguime…
-Está bien, pero acordate que tenemos que volver antes que nuestro Amo.
-Tranquila, volveremos. Vamos, dale…

Bajo la lluvia torrencial se subieron al auto. Teresa conducía bajo las protestas de su amiga, que supo de inmediato dónde se dirigían. Cruzaron parte de la ciudad hasta llegar a la puerta de la casa de Amo Implacable. Allí se quedaron dentro del auto bajo la lluvia, mientras que Raquel le pedía inútilmente que se fueran antes de que saliera su Amo y las encontrara allí. Pero lo único que lograba con sus ruegos era alimentar el enojo de la otra sumisa.

La lluvia amainó y la zona del jardín de la casa estaba enfangada, la tierra había tragado hasta la última gota de lluvia y el resto se había mezclado con el césped y la tierra, formando pequeños charcos que inundaban el lugar con olor a tierra mojada.

La puerta de la casa se abrió y vieron salir a su Amo que se despedía con un fogoso beso de Aída antes de tomar el camino que cruzaba el jardín y lo llevaba hasta el auto que encendió y puso en marcha sin mirar atrás.

-Vamos a saludarla –dijo Teresa bajando del auto y dirigiéndose a la entrada de la casa.
-Teresa, no lo hagas. Sabes que nuestro Amo se enojará con nosotras… Ya salió para nuestra casa y si llega y no estamos allá, estaremos en un lío.
-Callate. Y si no querés acompañarme, quedate en el auto –masculló mientras tocaba el timbre.

La exuberante morocha abrió la puerta escondiéndose tras la puerta. Cuando reconoció a las mujeres se dejó ver por completo. Iba descalza y llevaba puesto un simple equipo de short y musculosa de un blanco inmaculado, que hacía resaltar el color canela de su piel. Se veía bella, joven, deseable para cualquier hombre. Dibujó una sonrisa mientras flanqueaba la puerta invitando a las mujeres a pasar.

-¡Hola! –saludó alegremente.- Yo las conozco de las fiestas. Ustedes son las otras sumisas de mi Señor, Teresa y Raquel ¿verdad? Amo Implacable acaba de irse, pero si quieren pasar… No sabía que lo vendrían a buscar. Pensé que él iba para la casa de ustedes…
-Sí, vamos a pasar –dijo Teresa con brusquedad, introduciéndose en la casa.- Pero no venimos a ver a nuestro Amo, sino a vos.
-¿A mí? Bueno, gracias. ¿Y a qué se debe la sorpresa?
-No le hagas caso, Aída. Teresa es un poco impulsiva y enojona, pero ya nos vamos –dijo Raquel tratando de calmar los ánimos y tironeando de su amiga.
-Yo no me voy. Y menos sin decirle a esta… sumisa, que vuelva con su Marqués y deje en paz a nuestro Amo. Seguro que te le metiste por los ojos, te le regalaste…
-Mirá Teresa, yo no tengo intención de pelearme ni con vos ni con nadie, pero no voy a permitir que me insultes. Así que… andate.

La pelea verbal continuó in crecendo, en volumen y en contenido de palabras fuertes. Teresa ofendía con palabras hirientes e insultos, mientras Aída trataba de defenderse y Raquel intentaba calmar los ánimos.

Cansada de los gritos e insultos de Teresa, la joven sumisa le dio un empellón seco logrando alejarla de la puerta de entrada. Con el suelo húmedo por la lluvia y la baldosa resbaladiza, Teresa patinó con tan mala suerte que fue a dar de culo sobre el césped, empapándose el trasero y la espalda. Las otras dos mujeres quedaron petrificadas, sin siquiera intentar ayudarla, impactadas por la sorpresa. Pasada la primera impresión, Raquel salió en auxilio de su amiga ayudándola a incorporarse. En cambio Aída no se pudo contener y comenzó a reírse estrepitosamente, señalando a Teresa sin poder hacer otra cosa que carcajearse.

-Lo siento Teresa, menos mal que no te hiciste daño. Disculpá, no fue mi intención… pero… jajajaaaa.. Fue una caída graciosísima.
-Sí… debe de haberlo sido –agregó con sorna, acercándose lentamente a la joven-, aunque seguramente… no será tan espectacular como la tuya.

La menuda mujer se vio volando por el aire hasta dar contra el césped, usándolo como pista de aterrizaje; su torso recorrió unos cuantos centímetros antes que parara de golpe, enterrando su rostro en el barro. Un grupo de adolescentes que regresaban del secundario se pararon a ver la pelea, acompañados por los habitantes de las casas vecinas que salieron a curiosear atrapados por los gritos y risotadas.

La fina musculosa de Aída, empapada por el barro y el agua de los charcos, se pegaba a sus senos dibujando las curvas y los pezones, erguidos por el frescor del agua. Cuando terminó de incorporarse estaba totalmente enlodada; caminaba tratando de sacarse el barro de los ojos y la cara para ubicar a su contrincante, que se reía tanto como ella lo había hecho con anterioridad.

Con la cabeza baja le hizo creer que se dirigía a la casa, pero al pasar a su lado… la abrazó tirándola al pasto. La lucha entre las mujeres recién comenzaba y ya había un montón de gente mirando, incluso se había detenido algún auto para admirar el espectáculo de aquellas dos hermosas amazonas peleándose en el barro. Uno de esos autos pertenecía al Amo de las mujeres, que había decidido regresar para llevarse a Aída y presentársela al resto de su cuadra.

Los botones de la blusa de Teresa se perdieron en pleno vuelo, cuando Aída rasgó la blusa, en tanto el exiguo sostén liberaba su contenido tantas veces como su dueña intentó mantener los senos en su lugar. Todo eso se lo debía a Aída, la tenaz luchadora que se esforzaba en dejar desnuda a su contrincante, cuidándose que no le hiciera lo mismo. Los estudiantes que estaban en primera fila, se aprendieron de memoria la forma y blancura de sus senos, que saltaban cada vez que la musculosa era jalada hacia delante. También conocieron su redondo y firme trasero cuando con una llave Teresa logró ponerla boca abajo y colocándose a horcajadas sobre la espalda, bajó su short propinándole una sonora azotaína con la mano abierta.

Raquel decidió acercarse a separarlas, pero solo logró que entre las dos luchadoras la metieran en la pelea y quedara tan embarrada como sus compañeras de cuadra, recibiendo azotes e insultos de ambas.

No habrían pasado ni cinco minutos cuando las tres mujeres sintieron el cansancio por el esfuerzo de la pelea sin que ninguna se diera por vencida. Casi desnudas, descalzas y enlodadas fueron sorprendidas por el fuerte chorro de la manguera del jardín. El agua estaba helada y la fuerza que llevaba hacia que doliera el lugar donde pegaba. A medida que se les iba limpiando el rostro fueron viendo que quien manejaba la manguera no era otro que Amo Implacable.

-Espero que estén felices del espectáculo que están dando –dijo cortando el chorro y mirándolas con desprecio.- Recojan sus ropas de inmediato y entren a la casa. ¡Ya!

La orden fue dada casi en un susurro, pero con tal firmeza que ninguna se animó a hablar. Entraron en la vivienda acompañadas de una fanfarria de silbidos de aprobación, aplausos, alaridos y el agradecimiento eterno de todos los hombres del vecindario, estudiantes incluidos.

-Las tres se van a bañar ahora mismo y si oigo que cualquiera abre la boca para emitir cualquier sonido… sólo les aseguro que se va a arrepentir.

Entraron al baño en silencio y antes de lo que esperaba oyó cerrar la ducha.

-Séquense y vengan –ordenó desde la habitación contigua al baño. Cuando las jóvenes entraron, se postraron de inmediato ante su Amo, totalmente desnudas.- Las escucho… Primero Teresa…

Con la cabeza baja, la impulsiva sumisa dio su versión dejando a Raquel como su cómplice y a Aída como su retadora. La segunda en hablar fue Aída, culpando de todo a Teresa y quedando ella como la pobre víctima. La última en hablar fue Raquel que se defendió como pudo, dejando claro que ella las había querido separar y que la habían metido en el barro entre las dos. Sentado en su sofá, el Amo fumaba un cigarrillo sin dejar de observarlas. Con un tono que denotaba cansancio, enfado y enojo, les dijo:

-No me importan los vecinos; no me importa que las hayan visto casi desnudas, sólo me importa que las tres me desobedecieron y eso es lo que castigaré en su debido momento si es que siguen siendo mis sumisas. Porque ahora mismo no sé qué haré con ustedes; no sé si las quiero de sumisas o si les pediré el collar para las dejaré en libertad. No quiero que ninguna me llame o intente comunicarse conmigo, so pena de repudiarla. Esperarán que yo las llame. Mientras tanto, Aída se mudará con ustedes y las tres convivirán en la otra casa hasta que les sea ordenada otra cosa. Si yo me llego a enterar de alguna pelea o de el más mínimo roce en mi cuadra… imaginen la consecuencia.

Sin más se retiró, dejándolas pensando en su futuro y conviviendo con sus competidoras por tiempo indeterminado. No sabían cuando volvería, no sabían si las seguiría aceptando como sumisas, y lo peor: no sabían por cuánto tiempo tendrían que soportar aquella situación. Como decía aquella vieja canción: “…larga es la espera para quien espera, pero más larga es la espera sin saber lo que se espera…”.

Un castigo bastante sádico ¿verdad?