domingo, 27 de noviembre de 2011

Recuerdos desde mi jardín...

Detesto despertarme bruscamente, como me sucedió esa mañana. El ruido de máquinas me sobresaltó, hasta que recordé que era el día en que viene el jardinero. Al regresar del trabajo me preparé un trago corto, tomé una servilleta para apoyar el vaso y salí al jardín a sentarme en la hamaca mientras disfrutaba del panorama. Disfruto el día que viene el jardinero; todo se ve limpio, impecable y sin hojas. Es primavera, por lo tanto me gusta deleitarme con la variedad de flores y colores…
Me fui a servir otro trago, pasé por la cocina, y al regresar mi vista se topó con el cerco que me separa de la casa de los vecinos. Sonreí, recordando cuando recién me había mudado y los patios traseros estaban divididos por una pequeña valla. En aquellos días tenía por vecinos a los García y a Nicolás Sacher. Cada vez que iba al patio trasero, a la izquierda estaban los juegos de jardín de los niños de los García, junto al natural desorden que dejaban los pequeños luego de retozar. No me molestaba demasiado, pues siempre sus padres es mandaban recoger y ordenar antes de la cena. Pero no sucedía lo mismo con Nico. No sé si su predio se veía más desordenado al estar junto al mío, siempre estaba ordenado y agradable.
Ustedes se preguntarán por qué no hablé con él. Lo hice, y no una sino incontables veces. Le pedí con delicadeza, con respeto, y de todas las maneras posibles que limpiara y ordenara su patio, pero era inútil. Éramos buenos amigos, y él solía venir a mi casa a charlar, tomar una copa con amigos o compartir películas y pizza. Una noche decidimos jugamos póker de seis; los amigos se fueron retirando hasta que quedamos solos, y entonces se me ocurrió hacerle una propuesta. Me sentía afortunada y le dije:
-¿Por qué no hacemos esta partida realmente interesante y jugamos por algo especial?
-¿Qué tienes en mente? –respondió con una picaresca sonrisa en el rostro.
-Juguemos por prendas. Una sola mano: el que pierda, se convertirá en… algo así como en esclavo del ganador por 24 horas. El único límite será no obligar a la otra persona a hacer algo ilegal o que pueda dañar su salud física o mental.
Me quedó mirando pensativo…
-No sé… ¿qué me harás si pierdo?
-Cosas que me diviertan, que no sean ilegales, y que no te hagan daño… ¿No es eso suficiente? ¿O es que no confías en mí? Yo confío en ti, sé que no me harás daño.
-Y… ¿te podré usar como mi esclava sexual?
Mi risa retumbó en la habitación. Teníamos edades similares, aunque yo era unos años mayor que él, y aunque nunca habíamos tenido más relación que de amigos, ambos sabíamos que sentíamos mutua atracción.
-Te repito, Nico: nada ilegal o que pueda dañar la salud. El ganador manda, el perdedor obedece. Nos conocemos hace años, confiamos en el otro. ¿A qué le tienes miedo?
-Está bien, está bien… Me convenciste… Comienza a dar cartas.
-Una última regla: una vez que comience a dar cartas, no habrá vuelta atrás. No nos podremos arrepentir… ¿Aún estás seguro de querer jugar? ¿Palabra de honor?
-Por supuesto que sí. Vamos…
Comencé a barajar con habilidad de tahúr. Nunca le había contado a Nico que mi padre había trabajado en varios casinos y me había enseñado a tallar las cartas, además de varios trucos.
-Oye… ¡Eso es trampa, es jugar sucio! –me dijo mientras me señalaba con su índice, sin perder de vista el mazo de cartas que iba de una mano a otra, era abierto sobre la mesa para terminar nuevamente en mis manos, o manejaba con una sola mano.
-Corta… -ordené sin titubear.
Ganarle fue muy, pero muy fácil, y de más está decir que mis trucos eran más limpios que su jardín trasero. Recogí el mazo de cartas y levantándome de mi silla, le dije:
-Ahora vete. Mañana es sábado y pienso cobrar mi deuda contigo. A partir de las 8 de la mañana comenzarás a ser mi esclavo. Te recomiendo que descanses mucho… -Le abrí la puerta para que se marchara, y cuando pasó delante de mí le di una sonora palmada en su delicioso trasero. Sí, admito que me gustan los traseros masculinos, y Nico tenía uno verdaderamente atrayente.
Tuve que tocar el timbre y la puerta varias veces antes de que me abriera. Apareció en la puerta con el torso desnudo y calzoncillos blancos de algodón. ¡Se veía tan sexy!
-Vaya… No comenzamos muy bien –dije dirigiéndome a la cocina-. Quiero desayunar, ya traje el pan para que no tengas que salir; más vale que te apures. Quiero café, zumo de naranjas, mantequilla, dulce… y lo que se te ocurra.
-Te lo tomaste muy en serio ¿no? –Su sonrisa burlona se borró de su rostro cuando miró el mío.
-Pensé que te conocía, Nico. También creí que eras un hombre de palabra, pero veo que me equivoqué…
Cuando estaba llegando a la puerta para irme, me detuvo y se disculpó.
-Perdóname, Vicky. No te vayas, cumpliré mi palabra.
Vacilé un momento antes de girar sobre mis talones:
-Está bien, comienza entonces a obedecer y prepara el desayuno. Tenemos un largo día por delante…
Luego del desayuno, yo sentada y él parado, le dije que debía ordenar y limpiar la cocina. Lo hizo, luego de un gesto de desagrado. Me gustaba aquello de estar sentada mientras aquel hombre joven y semidesnudo se movía por el lugar, guardando utensilios, acomodando comestibles y lavando la vajilla. Acepto que la cocina quedó reluciente. No estaba sucia, sólo desordenada, así como el resto de la casa.
-Bien, quedó muy bien… ahora vamos a lo que más me interesa: tu fondo.
-¡Uffff…! Vamos, Vicky, ya no me fastidies… Creo que como broma fue suficiente.
Lo miré fijamente antes de hacerlo aterrizar sobre mis rodillas y comenzar a nalguearlo.
-Escúchame muy bien, Nico, porque lo diré sólo una vez: hicimos un trato y ambos aceptamos. Estuve a punto de irme y me detuviste… -otra oleada de azotes cayeron sobre sus nalgas-. No te daré una tercera oportunidad. ¿Cumplirás tu palabra y me obedecerás, o prefieres que me vaya?
-Está bien, está bien… lo haré. Pero al menos permíteme protestar… -Tuve que sonreír ante semejante pedido, pero él no pudo verme.
-Protesta todo lo que quieras, llora, patalea, grita… pero obedece, o te haré obedecer a costa de ponerte el culo color carmín. – Me sorprendió su risa, pero yo sabía que su sorna terminaría con el día…
Continué azotándolo, a pesar de que corcoveaba y protestaba, pero aún así podía sentir el calor de sus nalgas que atravesaban la delgada prenda interior. Cuando sintió que le estaba bajando sus calzoncillos, trató de detenerme…
-Si haces eso una vez más, no sólo me iré, sino que no me volverás a ver… -Me soltó la mano y me dejó continuar. Descubrir sus nalgas fue algo grandioso. Se veían masculinas y musculosas, pero sin exagerar; ya tenían un bonito color rojo y sin la prenda interior, su virilidad se hacía patente sobre mis rodillas.
Continué mi azotaina hasta que aquellas nalgas adquirieron el brillo que yo deseaba. Luego me di el gusto de pararlo en un rincón, con las manos sobre su cabeza, mientras que yo lo observaba, avergonzado por la situación. Le di un short y una sudadera antes de enviarlo al fondo a limpiar y cortar el pasto, mientras yo preparaba el almuerzo. Disfruté muchísimo su cara cuando lo llamé a almorzar y me encontró en la mesa que yo había preparado con los platos… para un solo comensal: yo. El plato y vaso de Nico estaban a mi derecha, y tuvo que comer en el suelo, como lo haría un esclavo.
El día siguió adelante y mi esclavo recibió infinidad de órdenes, todas con el fin de poner su casa en mejores condiciones. El jardín trasero estaba impecable, y cuando llegó la noche llevé a mi esclavo al baño, y lo obligué a bañarse delante de mí, cosa que le causó bastante vergüenza, pero que a mí me divirtió mucho.
Cuando terminó y salió de la ducha, mojado como estaba, lo hice apoyarse en la pared, con las piernas abiertas y lo azoté con el cepillo de ducharse. Era de madera dura, y dejó pequeñas marcas ovaladas que desaparecieron en poco rato, pero sé que el azote sobre la piel mojada duele bastante más. Luego le puse una crema refrescante, y aproveché para sobar sus partes más íntimas, sabiendo el pudor que le causaba que yo hiciera eso. Luego vino otra vez el rincón, y mientras que estaba allí de rodillas:
-Estás estupendo en esa pose. Ahora vendrán mis amigas para que disfruten de ti… -No había terminado de decirlo, cuando me miró como suplicando que no le hiciera eso, pero yo me mantuve indiferente.
Sin que él se diera cuenta, hice sonar mi móvil.
-¡Hola, Flavia! –mi voz se mantuvo en un tono normal, pero tratando de que él me escuchara- ¿Cómo?... ¿Cómo que no podrán venir?... Ah… más tarde entonces, está bien… Sí, a esa hora ya habremos regresado de la cena. Las espero…
Estaba nervioso cuando lo fui a buscar y lo hice envolverse en la toalla; fuimos a su dormitorio, donde tuvo que desfilar para que yo eligiera la ropa que usaría aquella noche.
Salimos a cenar en un restaurante muy bonito, donde había camareras y aproveché la oportunidad para humillarlo, aunque ellas pensaban que era broma.
-¿Qué se van a servir?
-Para mí, quiero langosta y champagne de entrada. Mi esclavo sexual tendrá que pagar esta noche… -le dije a la chica que nos atendió, que se reía mientras me escuchaba- Te recomiendo que te consigas uno, es de lo más divertido. Trata que sea como este, que lava, limpia, cocina y tiene una especialidad: es muy ordenado. Además, tiene un cuerpo hermoso y unas nalgas de concurso…
Los colores de su rostro cambiaban con cada frase que yo decía. Quiero destacar que durante todo el día, y también a la hora de la cena, se comportó como lo que es: todo un caballero.
Al regreso, cuando abrió la portezuela del auto y me ayudó para que descendiera, me colgué de su cuello y lo besé apasionadamente. Saqué la llave de mi casa y tomándolo de la corbata le susurré al oído:
-Apenas es medianoche, aún soy tu dueña por varias horas más… Y debemos esperar a mis amigas, que llegarán en cualquier momento.
No se resistió cuando lo até a la cama, ni tampoco cuando le vendé los ojos… Fui corriendo hasta la puerta de calle, toqué el timbre y puse a funcionar una grabación que tenía de una reunión de mis amigas. Subí otra vez al dormitorio y grité desde la puerta:
-Bien Elisa… allí está. Es todo tuyo…
Me había quitado las medias y como no tenía perfume, me puse uno muy suave detrás de las orejas. Como Elisa, me dediqué a torturarlo con una pluma, pasándosela por todas partes, e incluso haciéndole cosquillas y hablándole al oído. “Elisa” no lo perdonó y tuvo sexo con él.
-Según Elisa eres maravilloso -le dije cuando ya me había convertido en otra mujer-. Julia, es todo tuyo…
Julia se dedicó a hacerle masajes, con aceites aromáticos y cremas, pero se lo dejó preparado a Silvia, la más lujuriosa, quien lo montó como una amazona libidinosa.
Cuando “Silvia” se fue, lo desaté y le ordené que por ningún motivo se quitara la máscara y que se quedara en la cama. Aproveché para ir a darme una ducha revitalizante, y regresé. Le quité la máscara y le ordené que se fuera a duchar y que regresara…
Aquella noche le hice sentir diferentes sensaciones, sin perder jamás de vista su “termómetro”, que me indicaba exactamente su estado de excitación.
Me gustó ponerle una correa y pasearlo por toda la casa, pero el momento más delicioso para mí fue cuando me dio placer con su boca. Ambos estábamos muy excitados; mi vecino tuvo un desempeño maravilloso a pesar de haber satisfecho a todas mis “amigas”. Y mientras disfrutaba pensaba en todo el tiempo que había perdido al no haber aprovechado más a aquel hombre maravilloso.
Fue una noche genial, donde me sentí fabulosa llevando adelante la situación y dominando a un hombre que me había regalado su confianza y estaba entregado enteramente a mí. Cuando dieron las 7 de la mañana, se levantó sin decir nada; me trajo el desayuno a la cama en una bandeja, con una flor de su cuidado y limpio patio trasero, que de allí en más me encargaba en persona de que lo mantuviera cuidado, al menos, una vez por semana...