jueves, 24 de marzo de 2011

Las deudas de Pam (primera parte)


 De sus pocos defectos, el sobrepasar el límite de sus tarjetas de crédito en las tiendas de departamentos quizás fuese el peor, o al menos el más notorio para Dámaso, quien harto de pagar importantes sumas por artículos innecesarios, le advirtió a Pam, su esposa y perrita, que sólo pagaría hasta un total de cincuenta dólares. A partir de esa suma ella debería hacerse cargo, lo cual resultaba todo un problema pues estaba sin trabajo desde hacía varios meses.

Dámaso no era de amenazar sino de sentenciar y ella lo sabía; cuando as tarjetas de Pam sumaron la cantidad de U$S 597.48, el hombre se alegró doblemente: primero, porque había gastando menos de la tercera parte, y segundo porque todo salía según su plan. Estaba convencido que Pam no podría estar sin gastar, así que había ideado su castigo detalladamente y el momento de cumplirlo era inminente. La perrita siguió su vida normalmente pues suponía que Dámaso haría lo de siempre: retarla, castigarla, retener sus tarjetas, pagar la deuda y después de una corta temporada, devolvérselas. El verdadero castigo era el período de abstenencia cuando ella iba a las tiendas y sólo podía mirar.

Cuando Pam llegó a la casa aquella tarde, encontró el pañuelo rojo atado en el perchero. Conocía su significado: el resumen de las tarjetas había llegado y sería castigada. Del pañuelo colgaba una nota: “Ve a la cama del dormitorio”. Allí encontró otra nota junto a unas prendas, “Dúchate y vístete”. Tomó una ducha larga, caliente y relajante.

Sobre la cama sólo había unos zapatos bajos, su collar de sesión con las iniciales DD y una túnica corta, transpare

nte, estampada en colores pasteles que igualmente dejaban traslucir todos sus encantos. No había ropa interior, sólo un mensaje dentro de los zapatos: “En el auto hay más instrucciones”. ¿Tendría que conducir por la ciudad casi desnuda?

Cuando estuvo sentada la volante del vehículo, encontró un teléfono móvil con la inscripción: “haz sonar mi móvil y cuelga”. Obedeció.

Un mensaje de texto con la orden de presentarse en cierto lugar fue la respuesta, reconociendo enseguida la dirección: era la casa de Dominante, el Amo amigo de su esposo Dámaso y de ella. Solían sesionar los tres y seguramente esta sería una de tantas, aunque quizás la más recordada fuese la aventura en el taxi.

Mientras que abría con el control remoto la puerta del garaje, recordó sentarse sobre el asiento de piel. Seguramente dejaría el rastro de sus flujos allí, pues se sentía tremendamente excitada. Así que de eso se trataba… El castigo sería entre los tres.

Manejó prudentemente, sorprendió a más de un chofer con su atrevido vestuario y llegó… con diez minutos de retraso. ¿Y ahora? ¿Debía bajar? ¿Esperar a que le abrieran el portón? ¿Cruzar el jardín hasta la puerta? Vaciló, esperó unos segundos y decidió bajar. Cuando cerró la puerta del auto sonó su móvil:

-Mande mi Señor
-¡Entra inmediatamente al coche! ¿Cómo te atreves a bajar y llamar la atención del vecindario? ¿Quieres dejar mal a Dominante? Sube al carro de inmediato y mételo al garaje. ¿Cuándo aprenderás a hacer las cosas bien?

El “click” que dio por terminada la conversación, la hizo temblar. Cuando metió el llavín en la cerradura, miró a la casa de enfrente donde el vecino, con ojos desorbitados, no dejaba de observarla. El portón del garage comenzó a abrirse lentamente y pudo estacionar mientras la puerta se cerraba, dejándola en una casi total oscuridad. La puerta que daba acceso a la casa se abrió y hacía allí se dirigió. Una mano anónima la tomó del brazo y colocó una cadena en su collar. No hizo falta levantar la vista para mirarle el rostro, sabía que era Dámaso, su Señor. Sin dirigirle la palabra, hizo un gesto para que se quitara los zapatos y se pusiera en cuatro patas. Luego le vendó los ojos y la condujo hasta una sala que estaba en completa oscuridad, excepto por una fuerte luz que iluminaba una mesa redonda, donde Dámaso colocó a su esclava, quien no acababa de comprender qué pasaba. Con un tirón sintió cuando le arrancaba a jirones la bata, dejándola completamente desnuda. En ese momento le quitó la venda de golpe, produciéndole una ceguera momentánea por la fuerza de la luz. Pam permaneció quieta, abriendo y cerrando los ojos para acostumbrarse a la luz, con la cabeza baja y en silencio mientras su Amo la rondaba sin hablar. Eso era lo que más detestaba: su reserva. Prefería que la retara, la insultara, le hiciera ver sus errores o la azotara, cualquier cosa menos aquel terrible mutismo.

Dámaso tomó una silla y se sentó mirando fijamente a su esposa mientras apoyaba los antebrazos en el respaldo. Se tomó unos interminables segundos antes de hablar, carraspeó, suspiró, se rascó la nuca y finalmente…

-Te dije que no gastaras más de 50 dólares con la tarjeta... ¿verdad?
-Sí Señor –respondió casi en un susurro la acusada.
-…pero en una muestra de tus arrebatos y caprichitos gastaste doce veces esa cantidad –agregó buscando la mirada esquiva de Pam, que en silencio reconocía su falta.- No voy a tolerarlo, no es la primera vez, te lo advertí: no lo voy pagar con mi dinero. Por lo tanto…

Lentamente se levantó de la silla y recomenzó su caminata en torno a la mesa.

-…tendrás que hacerte responsable y pagarlo con el tuyo. ¡Ah! –exclamó en tono burlón.- ¡Cierto que no tienes dinero! Bueno… no te preocupes porque encontré la solución: en este mismo momento serás subastada y te ganarás el dinero con el sudor de tu... ya sabes qué –agregó tocándole sus nalgas y rozando su intimidad.

Se alejó de la mesa entrando en una penumbra cada vez más espesa, donde su voz salía de un extremo u otro, desorientándola.

-Mi querida perrita… Tengo aquí cinco señores Dominantes dispuestos a ofertar por ti. El que mejor oferte te tendrá a su disposición, sin más límites que los que hagan falta para una sesión sensata y segura. Sólo espero que quien te lleve, te castigue como corresponde…

Tras unos segundos de silencio y desde otro rincón de la sala, surgió nuevamente la voz de Dámaso.

-Olvide mencionar que… si quien pague por tus servicios no queda satisfecho, te podrá ceder al resto de los que pujaron por tí… hasta que todos queden conformes con tu performance.

Los ojos de Pam se abrían sorprendidos, pero los tuvo que cerrar de golpe al prenderse las luces para iluminar el salón. Entre rápidos parpadeos, pudo adivinar las siluetas de seis hombres, de los cuales sólo pudo, después de varios segundos y parpadeos más, sólo a dos: Dámaso y Dominante. El resto le eran totalmente desconocidos, o al menos no recordaba sus rostros.

-Bien, que comience la subasta –exclamó Dámaso acercándose a la mesa donde se exhibía su sumisa.- Señores, comenzaremos con una base de 50 dólares, que seguramente no les parecerá caro si se fijan en el cuerpo de esta magnífica hembra. Tiene un bello rostro con una boca sensual, capaz de hacerles la mejor felatio de sus vidas, mientras ustedes disfrutan de estas estupendas tetas –cada vez que nombraba una parte del cuerpo, la iba tocando y obligándola a tomar posiciones para poder apreciar mejor sus atributos.- De largas extremidades, vientre plano, totalmente depilada y… date vuelta perrita, y abre tus piernas.

No era fácil que Pam se sintiera humillada, pero jamás había sido tratada ni exhibida así. En aquella posición, sus agujeros estaban totalmente expuestos, abiertos y… brillantes, chorreando fluídos. Sí, se sentía más excitada que avergonzada. Dámaso pasó otra vez al frente y abriendo sus nalgas sin pudores, agregó:

-Vean estos agujeros de placer, señores, y no me digan que no merecen la pena…
-100 dólares –lanzó uno de los participantes en un grito, sorprendiendo al resto con la oferta.
-150 –se oyó tímidamente más atrás…
-Ya tenemos 150… ¿quién dice 200? Vamos señores… aún no les conté de sus dotes como esclava. Obediente, sin límites, resistente a los azotes y a las pinzas…
-250… -la voz de Dominante hizo que Pam se sintiera un poco más acompañada en aquel duro momento. Nunca pensó que su castigo sería ese, aunque muchas veces le había confesado a su esposo que la excitaba la idea de ser subastada ante desconocidos.
-Yo estoy dispuesto a subir la oferta, pero exijo que se me permita examinar la mercadería.

¿Había dicho “mercadería”? ¿Es que estaban todfos de acuerdo para rebajarla a tal punto? Pam bajó la cabeza y esperó en silencio, ya que Dámaso había invitado al posible comprador a “examinar la mercadería”.

-Adelante estimado Leather. Revise, examine, toque… no podrá negar que es de primera clase.

La tomó del cabello de la nuca, obligándola a levantar la cabeza. Pam se cuidó mucho de no mirar el rostro del Amo. No la acarició, sino que pasó su mano por el rostro de la esclava y se detuvo en su boca, revisando los dientes como si se tratara de una yegua.

-Chúpalo –le ordenó introduciéndole el dedo mayor en la boca.

La boca se cerró en torno al dedo y la lengua comenzó una danza de caricias envolventes, mientras que una agradable sensación de succión, metía y sacaba el dedo del sorprendido Amo.

-No está mal… 350 dólares –ofreció al pasar mientras se retiraba a su sillón.
-Se los dije señores. Invito al resto de los interesados a que pasen a ver lo que puede ser suyo por unos pocos dólares más. Adelante, con confianza, pasen, pasen…

Los otros tres Amos, Martinet, Omega y Demonium, dejaron sus asientos y comenzaron a rondar a la esclava, que continuaba en cuatro patas y con la cabeza baja.

El primero en tocarla fue Martinet. Pasó la mano por la espalda deteniéndose en la cintura y con la otra palpó los senos, apretando y retorciendo duramente los pezones. Pam dejó escapar un pequejo quejido…

-Vaya, vaya, vaya… Señor Dámaso, ¿no dijo usted que era resistente? ¿Y se queja con un grito porque apreté un pezón? Por favor… esta… pertenencia suya –dijo con tono de desprecio y guiñando el ojo a Dámaso- no vale ni los cincuenta dólares iniciales.
-Lo lamento mucho Martinet, permítame demostrarle que sí resiste. –Obligándola a ponerse de rodillas, le colocó una pinza en cada pezón.- Continúen por favor…
Mientras Omega magreaba las nalgas, Demonium introdujo su dedo en el ano de la esclava, sin ninguna consideración. Allí estuvo hurgando, metiendo y sacando su dedo, que luego fueron dos y hasta cuatro logró meterle. Pam sentía una gran humillación, sus lágrimas caían sobre la mesa pero aún así no se movió ni dijo nada.

-Estimado Omega, debo decir que esta esclava tiene un culo encantador. El resto es todo tuyo… -y se separó un par de pasos para darle lugar a su amigo.

-Hummm… qué mojada está tu perrita Dámaso… se ve que es muy caliente. ¿Cómo puede excitarse tanto con que la toquen, la revisen y la humillen?
-Es más puta de lo que imaginé. Déjame ver… -y se colocó detrás de Pam. De improviso metió dos dedos en su vulva, y los sacó empapados.- No puedo creer… ¿De verdad estás tan excitada como para mojarte así, perrita? Vaya, vaya, vaya…

Dio unos pasos adelante y dirigiéndose a su escasa audiencia, comentó:

-Bien… la última oferta había sido de 350 dólares, pero… comprendo que después de todo esto ya no lo valga. Así que ustedes tienen la palabra…
-Ofrezco tres sesenta –dijo Omega convencido.
-Ante esa oferta, me animo a subir a cuatro –agregó Demonium.
-Cuatro veinticinco –dijo adelantándose Dominante, que era la segunda vez que ofertaba.
-Cuatro cincuenta –reofertó Leather entusiasmado.
-Tenemos entonces la bochornosa cifra de cuatro cincuenta por esta humilde esclava. Vamos señores… a pesar de todo creo que es muy barata, pero si no hay más ofertas… Cuatro cincuenta a la una… Cuatro cincuenta a la dos…
-Cuatro ochenta –gritó Demonium antes que bajara el martillo.
-Eso es apenas un poco más coherente… pero sigue siendo una cifra muy humillante, además de... Les recuerdo que esta esclava debe juntar casi quinientos cincuenta dólares y que está lejos de llegar a esa cantidad… ¿Alguien dice cinco…? Vamos señores, anímense!
-Cinco –ofertó Martinet
-Cinco diez –dijo Omega.
-Cinco veinte y es mi última oferta –y Demonium se sentó como dándose por vencido. El silencio se hizo algo denso, así que Dámaso se calló para dar un poco más de suspenso al remate.
-Cinco veinte a la una… cinco veinte a las dos… cinco veinte… a las…
-Cinco treinta –surgió la voz de Leather.
-Cinco treinta y cinco –desafió Martinet
-Cinco cuarenta –Leather otra vez
-Eso es señores, ahora sí esto es un remate… ¿Alguien ofrece más de cinco cuarenta? Vamos, anímense…
-Cinco cuarenta y uno –ofreció Martinet…
-Cinco cuarenta y cinco. Eso es mi máximo… -agregó Omega
-Señores… última oportunidad antes de bajar el martillo… Cinco cuarenta y cinco a la una –dijo el martillero mirando a Martinet y a Leather que negaron bajando la cabeza.- Cinco cuarenta y cinco a las dos… -y miró a Demonium que movió negativamente la cabeza, como enfatizando su enojo.- …y cinco cuarenta y cinco…

La cabeza de Pam era un hervidero de ideas, desilusiones, fantasías, miedos, excitación… ¿La iban a rematar por cinco dólares y cuarenta y cinco centavos? Entonces… ¿cuántas veces debería ser subastada para llegar a la cantidad que necesitaba? No podía creer que su Amo, su esposo, su amor… permitiera aquello.

-Quinientos cuarenta y siete dólares con cuarenta y ocho centavos –Pam levantó la vista por primera vez. Era su amigo Dominante que la había salvado. Una enorme sonrisa afloró en los labios de la joven, que respiró aliviada.
-Vendida al caballero Dominante. Felicitaciones –dijo Dámaso sonriente.- La esclava es suya…

Dominante se acercó a la mesa y ayudó a la casi entumecida Pam a bajar de allí. Le susurró algo al oído y Pam salió de la sala.

-Amigos… espero que se queden con nosotros para disfrutar el castigo de la esclava de Dámaso. Los invito a mi sótano… por aquí. Mientras vamos bajando, la esclava nos traerá bebidas y algún bocadillo.

El sótano se veía ideal. Tenía un leve olor a humedad y las paredes estaban medio derruidas, con trozos donde los ladrillos habían quedado a la vista. Del techo colgaban ganchos y también había una roldana con una gruesa cadena, como para hacer suspensiones. En las paredes había grilletes, esposas, y una enorme cruz de San Andrés. El mobiliario se completaba con un potro, un cepo y un armario sin puertas, donde se veían los diferentes instrumentos, juguetes sexuales, cuerdas de varios tamaños y texturas. Sobre un rincón se amontonaban un grupo de sillas plegables y una mesa, pegados a un frigobar.

Acostumbrado a estas lides, Dominante colocó la mesa en un lugar estratégico y la rodeó de sillas. Desde allí se veía perfectamente el lugar donde se efectuaría la escena. En ese momento bajaba Pam, vestida con un delantal blanco, cofia y unos zapatos negros de tacón aguja. Tenía prohibido cerrar las piernas y doblar las rodillas, así que teniendo todo esto en cuenta, se dirigió a la mesa con la enorme bandeja que posó con cuidado y comenzó a pasar encima el contenido: una botella, vasos, hielo y unos platillos con canapés. Al terminar, apoyó la bandeja contra la pared –olvidando abrir las piernas y no flexionar las rodillas- y luego se arrodilló, apoyando las nalgas sobre sus talones, la cabeza baja y las manos con las palmas hacia arriba.

-Amigos, tomen asiento y no esperen a que los sirva, estaré ocupado con esta esclava, pero… eso sí: disfruten el espectáculo.

Sin decir palabra, tomó a Pam y la llevó al medio del lugar. Allí le colocó muñequeras y tobilleras y luego la ató con los brazos en V. Con tres tramos de soga roja, le confeccionó un bellisimo bondage, dejando sus senos apretados y apetitosos, y haciendo pasar la soga por “esos” lugares que tanto la provocaban.

De repente, Dominador desapareció a sus espaldas demorando unos segundos en regresar, y lo hizo con un original pedestal. La parte de abajo no tenía nada especial, pero en la parte superior había tallado un falo de importantes dimensiones, rodeado por medio círculo, como si la parte superior de una banqueta se hubiese partido al medio, rodeando la mitad del falo, aunque no entendía cómo lo usaría, pero… no tardaría mucho en saberlo.

Lo primero fue irle introduciendo el falo lentamente. A pesar de tener algún tipo de gel para que entrara con facilidad, Pam sintió cada milimetro. Dominante lo hizo con mucho cuidado, pero aún así le costó dejar parado el pedestal, y la joven tuvo que ponerse en puntas de pie. Fue en ese momento que la joven se dio cuenta que el pedestal tenía la altura graduable, pero contrariamente a lo que ella creía, el Amo subió la altura en vez de bajarla. Era casi insoportable, pero soportó estoicamente el apaliamiento hasta que él acomodó sendos ganchos en las sogas que pasaban por sus piernas y la fue levantando, hasta que las rodillas estaban casi a la altura de su rostro, dejándola en una pose realmente incómoda. Si se tomaba de la cuerda para levantarse y que el falo no le quedara tan metido, no soportaba mucho tiempo y terminaba dejándose caer para descansar en el pequeño trozo de madera bastante más pequeño que sus nalgas.

Dominante tomó un látigo de nueve colas y comenzó a azotar la espalda de la esclava. No eran latigazos fuertes, pero dolían a pesar de que las cuerdas le servían para aminarar levemente los golpes. Continuó con el mismo tratamiento por todo el cuerpo, deteniéndose en la vulva. Allí cambiaba continuamente la intensidad y la cantidad de los azotes, haciendola gemir de dolor.

Los azotes pararon de repente, en tanto un trozo de carne tibio y vizcoso comenzó a acariciar la vulva, entrando y saliendo de la cueva mojada, confundiendo los jugos del placer con la saliva. Varias veces estuvo a punto de correrse, pero el Amo no se lo permitió. La excitación de Pam era obvia, pero aún no era momento.

Lentamente comenzó a bajarle las piernas, luego quitó el pedestal y el falo salió de aquel refugio. Apenas podía sostenerse en pie cuando terminó de quitarle las sogas, así que suavemente la condujo hasta una silla y la colocó sobre sus rodillas, lo que era la posición más cómoda que había tenido en mucho rato.

-Bien… -comenzó Dominante, acariciando dulcemente las nalgas de Pam- No sé que te ha parecido lo que te he hecho hasta ahora, pero quiero que sepas que esto aún no ha comenzado, porque estoy muy insatisfecho con tu actuación, querida.

Las nalgadas cayeron bastante fuerte, las sintió una tras otra, percatándose que no tenía fuerzas para gozarlas, aunque eso poco le importaba a Dominante. Los cachetes posteriores comenzaron a enrojecer rápidamente, pero el hombre no bajaba la intensidad, simplemente la dejaba descansar acariciando los ardientes globos y pasando la punta de sus dedos para acariciar su intimidad. Acercó su rostro a las posaderas, depositando un suave beso en cada una antes de ayudarla a ponerse en pie.

-Levántate… y dirígete hacia aquel cepo. Espérame allí –ordenó mientras él se encaminaba hacia el armario, tomando algunas cosas de allí que Pam no pudo ver. Después se acercó a ella con algunos elementos en sus manos.

-Ponte erguida –ordenó apretando fuertemente los pezones y tirando de ellos hacia arriba, haciendo que de inmediato se pusieran tensos. Fue entonces que que colocó unos broches de los que pendía una tintineante campanilla cada uno. Al menor movimiento, sonaban alegremente.

La separó un par de pasos y graduó la tabla inferior del cepo a la altura de su propia entrepierna.Levantó la tabla superior, haciendo que Pam colocara su cabeza y manos allí. Luego, tomando un separador, lo colocó en sus tobillos y la hizo retroceder lo suficiente para que su cintura quedara a una altura superior a su cabeza. Eso hacía que toda su intimidad quedara expuesta, pero no para los espectadores, que sólo apreciaban el perfil, sino para él. Tomó un plug y se lo introdujo en el ano, que ya estaba bastante dilatado. Luego fue el turno del dildo con vibrador, al cual le colocó un poco de gel en la punta; encendiéndolo lo introdujo lentamente en la resbaladiza vulva. Estaba demasiado húmeda y se escurría. Tomó un trozo de cuerda y con unos pocos nudos realizó una especie de tanga que sirvió para que el dildo no cayera. Las campanillas tañían apenas, dando un sonido agradable al ambiente.

Aún tenía las nalgas rojas de la azotaína anterior, pero el Amo decidió que podían estar más rojas aún y que para ello utilizaría un tawse de dos lenguas. Cada golpe la hacía ponerse en puntas de pie, empujando el cepo con sus hombros, aunque al estar muy ajustado al suelo y no se movía. Los azotes eran los suficiemente fuertes para que los sintiera, pero con un dolor totalmente soportable. Las campanas repicaban sin cesar, sin ritmo, sin compás, sin sentido. El vapuleo cesó y la mano de Dominante llegó a darle un descanso, aunque no por mucho tiempo.

Parecía que le estaba echando gotas de plomo derretido por la forma en que sentía que se le perforaba la piel, introducíendose en la carne. Una, dos, cinco… un chorro de cera que la quemaba por dos o tres segundos interminables. Otra vez el sonido de las campanas, esta vez clamando por piedad…

Antes de dejar en paz las nalgas, jugó un poco con todo aquello que había metido en los agujeros, metiendo y sacando hasta dejar la cuerda de forma tal que en cualquier momento el dildo, que seguía vibrando sin control, cometería suicidio, y el Amo lo sabía…

Dirigiéndose hacia adelante, se enfrentó a la mujer y sentenció:

-Todavía tienes llenos tus agujeros jovencita. Más vale que te quedes quieta y que nada se te caiga. Te puse la soga pero te conozco… No eres más que una perrita inquieta y sé que comenzarás a moverte… -mientras le hablaba se quitaba el cinturón, tomándolo de la hebilla y enrrollándolo en su mano. Luego se abrió la bragueta y sacó a relucir su pene, que ante que pegado al rostro de de la esclava parecía más enorme aún.

La tomó del cabello y comenzó a introducirle el pene en la boca, dirigiendo su cabeza hacia donde él deseaba. La lengua serpenteaba alrededor de aquel trozo de carne venosa, cubriéndolo de tibieza y humedad y haciendo que creciera más y más. El repique de las campanillas se filtraban a través de los oídos del dominante y él, con los ojos semicerrados, azotaba la espalda y glúteos de Pam, que se retorcía dentro de sus posibilidades.

-Vamos perrita, tú sabes hacerlo mejor que esto… Vamos, lame, lame…

Un sonido seco seguido de un crujido que provenía de la parte posterior, hizo que Dominante mirara hacia el suelo, atrás de la encepada. Fue entonces que lo vió: finalmente se había caído el dildo y en caída se partió la tapa del gabinete donde iban las pilas. Imposible repararlo… Lo tomó en sus manos y mostrándoselo a la joven, exclamó:

-Mira perrita… rompiste el juguete. Esto es el colmo… No me satisfaciste, te quejaste todo el tiempo, te cansaste y no conforme con todo eso te mojaste tanto que tiraste el dildo. Y encima lo rompiste –dio unos pasos al frente y dirigiéndose al resto de los Amos, agregó- Estoy realmente desconforme. Más que eso, estoy enojado y decepcionado con esta esclava, así que dejaré mi castigo. Por lo tanto, recordando las palabras de Dámaso que si el primero quedaba desconforme con su esclava podría entregarla al resto, paso a dejarla en sus manos Señores. Omega, Martinet, Demonium, Leather… es toda suya.

La espalda de Pam se arqueó y quiso mirar hacia el costado, pero no lograba ver. Sólo llegó a sus oídos el ruido de las sillas corriendose de lugar y pasos que iban y venían.

Dominante toma un sitio al lado de Dámaso y mientras llenaba un vaso de hielo, se preparó junto a su amigo para ser público muy interesado en el espectáculo que les brindarían sus colegas… (Continuará)