Amo Implacable era el nick que había elegido para identificarse como Dominante, pero en realidad no lo era tanto o no dedicaría una tarde de sábado a mirar zapatos para teresa, su sumisa “oficial” ante toda la comunidad. Ella adoraba los zapatos y hacía tiempo que le pedía que le regalara algún par. Por supuesto debían ser originales y caros, así que sólo había una calle en Buenos Aires donde encontraría algo así: la Av. Santa Fe.
Ya hacía más de una hora que estaba caminando sin encontrar lo que buscaba: algo diferente y sobre todo… barato. Quizás en la próxima vidriera… quizás si entrara y preguntara a una vendedora podría… Su pensamiento y su mirada quedaron fijos en la exuberante morocha que dentro del local discutía con la que parecía ser la vendedora. Se veía exaltada y en una de sus tantas gesticulaciones se saltó el botón de su blusa, haciendo más visible aún el pronunciado escote. Los senos iban y venían, subían y bajaban tratando de escapar de la ajustada prisión, mientras Amo Implacable seguía la discusión con inusitado interés porque había visto algo que, aunque llamó su atención, no pudo identificar adecuadamente.
Entre la maraña del manto negro que formaba el cabello de la mujer, descubrió lo que había llamado su atención: el pendiente de la muchacha era ¡un triskel!
Había puesto toda la atención en el pelo de la joven sin perder detalle de sus pechos ni del pendiente, y ahora que estaba de espalda podía deleitarse con la forma de sus nalgas enfundadas en el ajustado jean. Pero ¿cómo sería su cara? Como si se lo hubiese ordenado con el pensamiento, giró su vista hacia la calle el tiempo suficiente para que Amo Implacable la reconociera: era Aída, la sumisa del Marqués de Grucharko. Sí, sí, sí. Había visto a esta preciosa sumisa en varias fiestas de la comunidad, deseosa de experiencias excitantes, hots, diferentes, con ganas de intervenir cuando pedían voluntarios para alguna demostración, pero se notaba que el Marqués no lo permitía y la utilizaba apenas para ser la envidia de otros Dominantes cuando la exhibía como su propiedad, en vez de disfrutarla y sacarle el máximo provecho como sumisa. “Amo Implacable, razona: no puedes ni siquiera desearla, recuerda que tiene Dueño”, se decía a sí mismo. “Lo sé, lo sé…”, se respondía, “…pero esa sumisa será mía. Si aceptara y me diera la menor posibilidad, la haría mía y conmigo conocerá todo ese mundo que le ha sido negado hasta ahora”.
Normalmente, un Amo respetaría el protocolo pero esta sería la excepción. Decidido y con los segundos corriéndole en contra, pensó cómo hacerlo. Debía ser cuidadoso para no quedar expuesto, para no quedar como un lobo desesperadamente hambriento frente a una tierna y desprevenida caperucita. Sonrió pensando en que gracias a Dios y a sus virtudes, tenía sumisas suficientes como para andar haciendo malabarismos diariamente para poder atender a las dos que tenía fijas y a las terceras que como en este caso, se le presentaban en forma fortuita.
La discusión seguía dentro de la zapatería y la chica lo había mirado varias veces sin reconocerlo, quizás por el reflejo del sol en el vidrio o tal vez porque estaba indignada y miraba sin ver. El hombre caminó hasta la esquina, dándose vuelta continuamente para vigilar la puerta del comercio. La morocha no tardó en salir; cuando Amo Implacable vio que se encaminaba hacia él, salió a su encuentro chocándola distraídamente y dejando caer la bolsa donde llevaba un látigo. Por casualidad, y por suerte, lo había llevado con él por si encontraba algún lugar donde vendieran productos para suavizar cueros. Como no podía ser de otra forma, el instrumento salió disparado de la bolsa abriéndose descaradamente ante las miradas de asombro y hasta pavor de todos los desprevenidos transeúntes. Todos menos uno: la joven sumisa.
-Perdón… qué torpe fui… -le dijo agachándose sin dejar de mirarla.- Venía distraído… mirando… espero no haberla lastimado.
-No, no… para nada. Pero dígame ¿qué lleva ahí? ¿Es un loco suelto? –le dijo entre sonriente y sonrojada. El Amo la miró de forma seria haciéndole sentir la dominación, y en un tono despectivo le espetó:
-No, no soy un loco; más bien soy alguien que no cree que desconozcas este instrumento, o el significado del triskel de tu pendiente –agregó rozando apenas su cabello para tocar la alhaja. La chica bajó la cabeza sin darle contestación.- En fin, sos libre de darle la interpretación que quieras.
-Creo que le doy la interpretación que le daría cualquier sumisa como yo.
-¿Así que sumisa, eh? Y supongo que me dirás que tenés Amo.
-Sí, sí Señor. Mi nombre es Aída y pertenezco al Marqués de Grucharko…
-Y… ¿Tu Amo te permite compartir un café y una charla con otro Amo?
-No lo sé, pero en principio nunca dijo que me lo prohibía.
-Entonces te invito a un café. Vamos…
La charla se hizo amena e interesante para ambos. Hablaron sin tapujos del tema que tenían en común, y la chica le confesó su frustración porque su Amo no tenía con sus sumisas el tipo de sesiones que parecían ser “normales” para el resto de las parejas. Él prefería exhibirlas, hacerles algún bondage simple y pedirles que bailaran, vistieran ropas y zapatos fetichistas y pocas cosas más. Pero ella soñaba con una sesión de bondage más complejo y restrictivo, azotes, humillación, y que usaran en ella instrumentos y muebles como había visto en algunos lugares donde se realizaban fiestas del ambiente BDSM.
-Pero… ¿estarías dispuesta a tener esa sesión sin el consentimiento de tu Amo?
-Creo que sí, porque sé que con Él nunca la tendré.
-Siendo así, me ofrezco para ser tu “Genio” y cumplirte tu sueño, tu fantasía. Tengo muchas “varitas mágicas” como esta –agregó mostrando parte del látigo.
Antes de lo que ambos se imaginaron, estaban en la “cueva” de Amo Implacable, donde la pobre sumisa, ingenua e inexperta, quedó boquiabierta ante un universo de sogas de varios grosores, tipos y colores, rebenques, correas, ganchos, además de cruces, camas levadizas, separadores con argollas para colgar, y más. Entre asombrada y divertida, Aída comentó:
-¿Y dónde me trajiste? Esto asusta un poco… ¿me vas a lastimar?
-Por supuesto que no. Todo depende de vos y de lo que quieras hacer. Además, siempre está la palabra de seguridad. ¿Cuál es la que utiliza tu Amo?
-“Piedad”. Claro que nunca la usamos.
-Bueno, entonces… ¿Qué decisión tomaste?
-Es que… No sé, no sé… Nunca hice nada de esto…
Amo Implacable pensó “Pobre pichoncita…”, mientras que crueles y sádicas ideas cruzaban veloces la mente del Dominante. De pronto decidió qué hacer: la niña es nuevita, necesitada, postergada por su Amo y deseosa de nuevas experiencias, así que la disfrutaría un tiempo sin ser demasiado exigente para no asustarla, y haciéndola gozar tanto que ella misma se decidiera a pedirle para incursionar lentamente en el SM, probando hasta conocer cuales eran sus límites y poder saber cuánto resistiría. Quería demostrarle a la chica que el BDSM era para gozar…
-Escuchá bien, porque voy a decirte esto una sola vez: si estás segura de lo que querés y de lo que vas a hacer, entrá a ese cuarto y esperame totalmente desnuda y de rodillas a los pies de la cama. Previamente, vas a elegir los instrumentos que te gustaría probar o que te exciten, y los vas a colocar ordenadamente sobre la cama.
Sin dudarlo, Aída obedece y se pierde tras la puerta de la habitación, que deja apenas entornada, situación que aprovechó el Amo para susurrarle frases que la hicieron mojarse con sólo imaginar lo que vendría, excitándola mentalmente como ninguna otra situación lo había logrado en toda su vida.
Sin aviso previo, entró y la encontró arrodillada y desnuda. El cabello negro y ensortijado en enormes bucles, caía sobre su rostro y pecho, haciéndola lucir más desvalida aún. Comenzó a caminar alrededor de la joven observando los instrumentos que había elegido: cuerdas, muñequeras, separadores, pinzas… También había un rebenque, fusta, flogger y un tawse. Pensó: “esto es un claro indicador de la calentura que tiene esta chica. Estoy seguro que no soporta ni la mitad de esto, pero… es una buena pista”.
Siguió caminando en silencio entorno a ella, observándola, hasta que se detuvo y le colocó el collar con cadena incorporada. Tiró hacia arriba hasta hacerla incorporarse. Fue en ese momento que los ojos de Aída se clavaron por un momento en los del Amo, que cambiando la expresión de su rostro y jalándola fuertemente del cabello le espetó:
-¿Acaso me estás mirando? ¿Qué clase de educación has tenido que te atreves a mirar a los ojos al Dominante?
-Lo siento, Señor. No volverá a suceder…
-Por supuesto que no volverá a suceder, porque si cometieras ese error otra vez, en ese mismo momento terminaría esta sesión.
Aída bajó la cabeza con la certeza de que no estaba bromeando y que sería capaz de hacerlo. Aún en esa posición pudo ver cómo Amo Implacable tomaba cuerdas de varios colores y comenzaba a hacerle una atadura de restricción. Eso sí era bondage. Por primera vez pudo sentir la potencia de los nudos que le apretaban la piel impidiéndole el menor movimiento. Luego, la colocó en el suelo y continuó con las ataduras. Boca abajo, el Amo unió manos con tobillos, dejando la vulva a su total disposición.
No recordaba haber sentido algo igual en todo el tiempo que tenía de sumisa. El verse atada, sin ningún control sobre lo que sucedía, sabiendo y sintiendo que cualquier movimiento que hiciera repercutiría en algún lugar de su cuerpo, la excitaba muchísimo. Pero eso recién estaba comenzando. El primer instrumento que sintió fue la fusta. Golpes secos, picantes y ardientes se hacían sentir en las plantas de los pies, la espalda, los glúteos, la espalda, la entrepierna. Pero lo que verdaderamente la hizo vibrar fueron los azotes en su vulva. Cuando tocaba el clítoris parecía que el dolor la atravesara hasta la garganta. Era un tormento excitante y sólo quería seguir padeciéndolo. Ahora comprendía cuando decían que el dolor se transformaba en placer.
No pasó mucho tiempo sin que él comenzara a deshacer el trabajo de cuerdas que había armado. Aída estaba feliz por lo que había vivido esa tarde y comenzó a sonreír mientras sobaba sus muñecas.
-¿De que te reís? Habrás notado que la realidad supera la fantasía y que esto no es un chiste ¿cierto? – le dijo el Amo colocándole muñequeras, las cuales ató a una barra de restricción que a su vez fue a dar a un gancho que colgaba del techo. Luego le puso una barra similar en los tobillos y subió el gancho, dejándola casi en puntas de pie y totalmente expuesta.
Los pezones fueron apretados con pinzas con una campanilla colgando mientras el rebenque hacía su aparición. Nunca pensó que un instrumento que lucía tan impresionante pudiera dar azotes tan eróticos. Comenzó suave por su espalda, casi rozándola, alternando con las nalgas; por momentos ese cuero la acariciaba, la raspaba o la azotaba. Aída había imaginado que no le gustaban los golpes en la espalda, pero la realidad fue distinta, generándole sensaciones que nunca había soñado.
Amo Implacable decidió entonces vendar sus ojos y luego colocó auriculares con música muy alta, que no le permitían escuchar nada más. Una mano enguantada en cuero comenzó a recorrer su rostro, nuca y espalda, mientras que en las nalgas, ya rojas, sintió la caricia de algo suave y peludo. Así pasaron por su piel diferentes texturas y variadas sensaciones, hasta que… la sensación más cálida y placentera apareció con la mano del Amo.
A sus espaldas, mientras percibía el tibio aliento del hombre, gozaba la caricia de las manos que tocaban sus senos y bajaban a su clítoris, penetrando sus agujeros sin pudor, hasta que sin quererlo se corrió descontroladamente.
-¿No habrás tenido un orgasmo, verdad? –oyó que decía la voz del Amo mientras que le arrancaba violentamente los audífonos.- ¿Con permiso de quién?
-Yo… lo siento, Señor, no pude evitarlo –contestó bajando la cabeza.
-Ah, bueno… si vas a hacer lo que quieras me avisás, así me voy. Pensé que estabas aquí para obedecerme.
-Lo siento, Señor, perdón…
No dijo nada más, sólo sintió que bajaba el gancho y la liberaba de todas las ataduras, pero ella no se movió y esperó una orden. Aún tenía puesto el antifaz cuando la arrastró hasta algo que parecía una tabla o una mesa de madera y la colocó con la tripa encima, con los brazos extendidos y haciéndola tomarse del otro extremo con las manos. Ella pensó que la azotaría nuevamente pero… al sentir el miembro endurecido del Amo, comprendió que sería penetrada. Y lo fue. Sus agujeros fueron ocupados alternativamente. A veces el miembro era sustituido por uno de silicona, y hubo momentos en que la penetración fue doble.
Los embates se hacían más y más fuertes. El Amo la tomaba de las caderas, de los cabellos, de sus senos, acariciaba su clítoris, hasta que llegaron los embates finales y acabó en sus entrañas, provocándole otro orgasmo más.
-Bien. Esta ha sido tu primera experiencia: suave, porque sabía que era tu primera vez. Allí está el baño. Vístete y vete pensando que si te interesa volver a repetirlo puedes enviarme un mail. Yo me comunicaré contigo.
La sumisa se incorporó, notando que se le hacía un poco dificultoso caminar, pero deseando íntimamente que esa estupenda experiencia se repitiera una y mil veces más. Las cosas que había vivído eran increíbles. Sabía que comparado con lo que podría vivir, eso apenas había sido una muestra. También sabía que ella tenía Amo y que lo que estaba haciendo no era correcto.
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Según el protocolo BDSM, el Amo puede tener muchas sumisas, pero la sumisa no puede tener más de un Amo. Hasta la Biblia lo dice: “No se puede servir a dos amos al mismo tiempo”. Pero él era Amo y aunque tenía dos sumisas, desde que había estado con Aída estaba considerando tener tres.
La exuberante joven por su lado, después de aquella experiencia no podía volver a ser un adorno en la vida del Marqués. Ahora buscaba mucho más que vestirse con ropa fetiche, así que habló con su Amo y confesando su desliz le devolvió su collar, que el Marqués aceptó con decepción. Ahora tenía nuevamente su libertad para poder entregarse al Amo que la había ayudado a conocer una sesión real.
-Buenas noches mi Señor –dijo la voz del otro lado del móvil. Era teresa, una de las sumisas de Amo Implacable.
-¿Qué pasa, tere? ¿Para qué y por qué me llamás? Te tengo dicho que no quiero que me persigas, me llamaste hace unas horas y ahora otra vez.
-Lo siento, es que necesitaba escucharlo. Esta noche no voy a verlo y…
El “clic” característico del corte de la comunicación, le dejó saber a teresa lo molesto que estaba su Amo por su insistencia. Ella sabía y asumía el hecho de que era sumamente controladora y hasta persecuta con su Amo, pero era inevitable. Conocía la existencia de Raquel, la otra sumisa, y le disgustaba que hubiese alguien capaz de quitarle su lugar.
Raquel por su parte quería ser la sumisa perfecta: la más obediente, la más entregada, la más sometida, la preferida de su Amo. Eso hacia que lo endiosara, que lo creyera el Amo perfecto, el mejor, el único. Eso también ejercía una presión que a veces lo ahogaba, porque no quería y no podía sostener la perfección que ella le pedía…
-Hola… sí, Señor… está bien, entendido… sí, sí… así lo haremos. Lo esperamos, Señor…
-Ese era nuestro Amo ¿verdad? ¿Qué fue eso de “lo esperamos”? ¿Va a venir?
-Sí… era Él. Dice que nos preparemos; está con Aída, la nueva sumisa. Dice que primero irán a la casa y luego él vendrá para acá. Dice que aún no estamos preparadas para conocerla.
-¿Cómoooooo? ¿Qué dijiste? ¿La nueva sumisa? Yo conozco a esa Aída de alguna fiesta. ¿Y la va a traer acá, para que viva con nosotras?
-Y… no sé; supongo que por ahora no. ¿No viste que dice que todavía no estamos preparadas para conocerla?
Si estaba furiosa, con esa noticia teresa llegó al punto más alto de ebullición emocional. Era una mujer visceral, impulsiva, luchaba por lo que creía, y... no tenía problema en pelear por lo que quería.
Un rayo sobresaltó a raquel, que corrió hacia la ventana.
-Uf… Ya empezó a llover a cántaros. Voy a cerrar las ventanas y después prepararé algo para esperarlo.
-¿Estás loca o qué? No me digas que todavía le vas a hacer algo para recibirlo después que agarró de sumisa a esa… yegua.
-Ay, tere… no le digas así, no la conocés. Además, debemos aceptarla. Es la decisión de nuestro Amo.
-Lo sé… pero no quiero que tenga más sumisas. Demasiado que lo comparto contigo…
Raquel la abrazó queriendo calmar su ira, pero fue rechazada bruscamente. No estaba para mimos ni caricias. Sólo quería descargar su furia de alguna manera, y su compañera no se lo permitía libremente.
-Nosotras somos sumisas y nos debemos a nuestro Amo –afirmó Raquel humildemente.- Sabemos cuando aceptamos el collar que no seremos las únicas. Tú lo sabías y aceptaste, así que… O aceptas sus decisiones o deberás devolverle el collar.
-¿Devolverle el collar para que se quede contigo y con esa? Jamás. Soy su sumisa y sólo deseo estar a su lado. Pero…
La lluvia se estrellaba con violencia contra los cristales de las ventanas; los rayos y relámpagos estremecían la casa y el alma de teresa, que tenía su propia tormenta interior, más violenta que la que caía en la ciudad aquella tarde.
-Aprontate que nos vamos –dijo Teresa tomando las llaves del auto.
-¿Que nos vamos? ¿Dónde?
-Vos callate la boca y seguime…
-Está bien, pero acordate que tenemos que volver antes que nuestro Amo.
-Tranquila, volveremos. Vamos, dale…
Bajo la lluvia torrencial se subieron al auto. Teresa conducía bajo las protestas de su amiga, que supo de inmediato dónde se dirigían. Cruzaron parte de la ciudad hasta llegar a la puerta de la casa de Amo Implacable. Allí se quedaron dentro del auto bajo la lluvia, mientras que Raquel le pedía inútilmente que se fueran antes de que saliera su Amo y las encontrara allí. Pero lo único que lograba con sus ruegos era alimentar el enojo de la otra sumisa.
La lluvia amainó y la zona del jardín de la casa estaba enfangada, la tierra había tragado hasta la última gota de lluvia y el resto se había mezclado con el césped y la tierra, formando pequeños charcos que inundaban el lugar con olor a tierra mojada.
La puerta de la casa se abrió y vieron salir a su Amo que se despedía con un fogoso beso de Aída antes de tomar el camino que cruzaba el jardín y lo llevaba hasta el auto que encendió y puso en marcha sin mirar atrás.
-Vamos a saludarla –dijo Teresa bajando del auto y dirigiéndose a la entrada de la casa.
-Teresa, no lo hagas. Sabes que nuestro Amo se enojará con nosotras… Ya salió para nuestra casa y si llega y no estamos allá, estaremos en un lío.
-Callate. Y si no querés acompañarme, quedate en el auto –masculló mientras tocaba el timbre.
La exuberante morocha abrió la puerta escondiéndose tras la puerta. Cuando reconoció a las mujeres se dejó ver por completo. Iba descalza y llevaba puesto un simple equipo de short y musculosa de un blanco inmaculado, que hacía resaltar el color canela de su piel. Se veía bella, joven, deseable para cualquier hombre. Dibujó una sonrisa mientras flanqueaba la puerta invitando a las mujeres a pasar.
-¡Hola! –saludó alegremente.- Yo las conozco de las fiestas. Ustedes son las otras sumisas de mi Señor, Teresa y Raquel ¿verdad? Amo Implacable acaba de irse, pero si quieren pasar… No sabía que lo vendrían a buscar. Pensé que él iba para la casa de ustedes…
-Sí, vamos a pasar –dijo Teresa con brusquedad, introduciéndose en la casa.- Pero no venimos a ver a nuestro Amo, sino a vos.
-¿A mí? Bueno, gracias. ¿Y a qué se debe la sorpresa?
-No le hagas caso, Aída. Teresa es un poco impulsiva y enojona, pero ya nos vamos –dijo Raquel tratando de calmar los ánimos y tironeando de su amiga.
-Yo no me voy. Y menos sin decirle a esta… sumisa, que vuelva con su Marqués y deje en paz a nuestro Amo. Seguro que te le metiste por los ojos, te le regalaste…
-Mirá Teresa, yo no tengo intención de pelearme ni con vos ni con nadie, pero no voy a permitir que me insultes. Así que… andate.
La pelea verbal continuó in crecendo, en volumen y en contenido de palabras fuertes. Teresa ofendía con palabras hirientes e insultos, mientras Aída trataba de defenderse y Raquel intentaba calmar los ánimos.
Cansada de los gritos e insultos de Teresa, la joven sumisa le dio un empellón seco logrando alejarla de la puerta de entrada. Con el suelo húmedo por la lluvia y la baldosa resbaladiza, Teresa patinó con tan mala suerte que fue a dar de culo sobre el césped, empapándose el trasero y la espalda. Las otras dos mujeres quedaron petrificadas, sin siquiera intentar ayudarla, impactadas por la sorpresa. Pasada la primera impresión, Raquel salió en auxilio de su amiga ayudándola a incorporarse. En cambio Aída no se pudo contener y comenzó a reírse estrepitosamente, señalando a Teresa sin poder hacer otra cosa que carcajearse.
-Lo siento Teresa, menos mal que no te hiciste daño. Disculpá, no fue mi intención… pero… jajajaaaa.. Fue una caída graciosísima.
-Sí… debe de haberlo sido –agregó con sorna, acercándose lentamente a la joven-, aunque seguramente… no será tan espectacular como la tuya.
La menuda mujer se vio volando por el aire hasta dar contra el césped, usándolo como pista de aterrizaje; su torso recorrió unos cuantos centímetros antes que parara de golpe, enterrando su rostro en el barro. Un grupo de adolescentes que regresaban del secundario se pararon a ver la pelea, acompañados por los habitantes de las casas vecinas que salieron a curiosear atrapados por los gritos y risotadas.
La fina musculosa de Aída, empapada por el barro y el agua de los charcos, se pegaba a sus senos dibujando las curvas y los pezones, erguidos por el frescor del agua. Cuando terminó de incorporarse estaba totalmente enlodada; caminaba tratando de sacarse el barro de los ojos y la cara para ubicar a su contrincante, que se reía tanto como ella lo había hecho con anterioridad.
Con la cabeza baja le hizo creer que se dirigía a la casa, pero al pasar a su lado… la abrazó tirándola al pasto. La lucha entre las mujeres recién comenzaba y ya había un montón de gente mirando, incluso se había detenido algún auto para admirar el espectáculo de aquellas dos hermosas amazonas peleándose en el barro. Uno de esos autos pertenecía al Amo de las mujeres, que había decidido regresar para llevarse a Aída y presentársela al resto de su cuadra.
Los botones de la blusa de Teresa se perdieron en pleno vuelo, cuando Aída rasgó la blusa, en tanto el exiguo sostén liberaba su contenido tantas veces como su dueña intentó mantener los senos en su lugar. Todo eso se lo debía a Aída, la tenaz luchadora que se esforzaba en dejar desnuda a su contrincante, cuidándose que no le hiciera lo mismo. Los estudiantes que estaban en primera fila, se aprendieron de memoria la forma y blancura de sus senos, que saltaban cada vez que la musculosa era jalada hacia delante. También conocieron su redondo y firme trasero cuando con una llave Teresa logró ponerla boca abajo y colocándose a horcajadas sobre la espalda, bajó su short propinándole una sonora azotaína con la mano abierta.
Raquel decidió acercarse a separarlas, pero solo logró que entre las dos luchadoras la metieran en la pelea y quedara tan embarrada como sus compañeras de cuadra, recibiendo azotes e insultos de ambas.
No habrían pasado ni cinco minutos cuando las tres mujeres sintieron el cansancio por el esfuerzo de la pelea sin que ninguna se diera por vencida. Casi desnudas, descalzas y enlodadas fueron sorprendidas por el fuerte chorro de la manguera del jardín. El agua estaba helada y la fuerza que llevaba hacia que doliera el lugar donde pegaba. A medida que se les iba limpiando el rostro fueron viendo que quien manejaba la manguera no era otro que Amo Implacable.
-Espero que estén felices del espectáculo que están dando –dijo cortando el chorro y mirándolas con desprecio.- Recojan sus ropas de inmediato y entren a la casa. ¡Ya!
La orden fue dada casi en un susurro, pero con tal firmeza que ninguna se animó a hablar. Entraron en la vivienda acompañadas de una fanfarria de silbidos de aprobación, aplausos, alaridos y el agradecimiento eterno de todos los hombres del vecindario, estudiantes incluidos.
-Las tres se van a bañar ahora mismo y si oigo que cualquiera abre la boca para emitir cualquier sonido… sólo les aseguro que se va a arrepentir.
Entraron al baño en silencio y antes de lo que esperaba oyó cerrar la ducha.
-Séquense y vengan –ordenó desde la habitación contigua al baño. Cuando las jóvenes entraron, se postraron de inmediato ante su Amo, totalmente desnudas.- Las escucho… Primero Teresa…
Con la cabeza baja, la impulsiva sumisa dio su versión dejando a Raquel como su cómplice y a Aída como su retadora. La segunda en hablar fue Aída, culpando de todo a Teresa y quedando ella como la pobre víctima. La última en hablar fue Raquel que se defendió como pudo, dejando claro que ella las había querido separar y que la habían metido en el barro entre las dos. Sentado en su sofá, el Amo fumaba un cigarrillo sin dejar de observarlas. Con un tono que denotaba cansancio, enfado y enojo, les dijo:
-No me importan los vecinos; no me importa que las hayan visto casi desnudas, sólo me importa que las tres me desobedecieron y eso es lo que castigaré en su debido momento si es que siguen siendo mis sumisas. Porque ahora mismo no sé qué haré con ustedes; no sé si las quiero de sumisas o si les pediré el collar para las dejaré en libertad. No quiero que ninguna me llame o intente comunicarse conmigo, so pena de repudiarla. Esperarán que yo las llame. Mientras tanto, Aída se mudará con ustedes y las tres convivirán en la otra casa hasta que les sea ordenada otra cosa. Si yo me llego a enterar de alguna pelea o de el más mínimo roce en mi cuadra… imaginen la consecuencia.
Sin más se retiró, dejándolas pensando en su futuro y conviviendo con sus competidoras por tiempo indeterminado. No sabían cuando volvería, no sabían si las seguiría aceptando como sumisas, y lo peor: no sabían por cuánto tiempo tendrían que soportar aquella situación. Como decía aquella vieja canción: “…larga es la espera para quien espera, pero más larga es la espera sin saber lo que se espera…”.
Un castigo bastante sádico ¿verdad?